¿Sufre Peyton el ‘Síndrome Marino’?
El 17 de octubre de 1999. Los Dolphins de Dan Marino se enfrentaron a los Patriots. En el primer drive, Marino fue interceptado. En el segundo, después de un tres y fuera, caminó hacia la banda para no regresar al campo. Después de cinco jornadas disputadas, los Dolphins tenían un récord 4-1.
Una semana antes, frente unos Colts en los que Peyton Manning jugaba su segunda temporada, Marino había recibido un golpe en el cuello. La lesión se sumaba a la que había sufrido en 1993 en el tendón de Aquiles, y que había limitado peligrosamente sus movimientos. Literalmente, Marino se movía en una baldosa, al más puro estilo Curro Romero, y era atropellado sin remisión a poco que un defensa se acercara un poquito.
Dan Marino necesitó cirugía, pero aún tuvo tiempo para volver el día de acción de gracias, cinco semanas después. Damon Huard le había suplido con éxito y los Dolphins tenían un récord 8-2. En los últimos seis partidos, con Marino en el pocket, cinco derrotas y una sola victoria. El mito se arrastraba incapaz de armar el brazo, de conseguir que el balón llegara hasta sus receptores sin telegrafiar la jugada. Marino se había venido abajo.
Aún supo dirigir un último partido ganador en playoffs, frente a los Seahawks, pero si quedaba alguna duda, una semana después sus Dolphins fueron masacrados 62-7 por los Jaguars. Marino era historia, y su despedida no podía ser más triste bajo el agua de los aspersores, que rompieron a llorar en un accidentado epitafio.
Pero Marino tenía tal prestigio que al final de la temporada, tras convertirse en agente libre, todavía recibió ofertas de cinco equipos, con los Vikings insistiendo hasta la súplica. Incapaz de moverse y de lanzar, muchos seguían pensando que merecía la pena invertir en él. Así de bueno había sido Dan Marino.
Por eso, nadie se atreve a decir en voz alta lo que la mayoría empezamos a sospechar. Que a Peyton se le ha acabado la gasolina. Que solo le quedan unos pocos pases, y que va a tener que administrarlos con mucha inteligencia si quiere evitar que los Broncos se terminen derrumbando como se derrumbaron aquellos Dolphins de Dan Marino y Jimmy Johnson en 1999.
Como os digo, los primeros síntomas se vieron durante el mes de septiembre. Peyton terminaba los partidos sofocado. Rojo como un cangrejo dentro de su casco. El calor, bajo tantas protecciones, le estaba afectando a sus 38 años de golpes. Y eso se traducía en una falta de precisión y de fuerza progresiva, que se convertía en preocupante en los últimos drives de los partidos, y que solo conseguía maquillar gracias a su talento infinito.
Pero con la llegada de noviembre, los síntomas han vuelto a ser evidentes, e incluso parecen extenderse cada vez más deprisa como en una enfermedad terminal. Hemos pasado del desconcierto ante New England, con la sensación de que la velocidad del partido le estaba abrumando, a la confusión ante los Rams, la sucesión de intercepciones más propias de su hermano, la acumulación de yardas irrelevantes, de decisiones cuestionables y, por fin, una actuación ante los Bills inexplicable. Peyton no es Peyton. Creo que el domingo pasado todos buscábamos incrédulos su rostro cada vez que la cámara se acercaba dentro del casco en un primer plano, para confirmar que realmente era él quien estaba metido dentro.
Creo que Peyton, como Marino, ya no siente el hombro, es incapaz de dar rapidez a su release, su cabeza pone el balón en un sitio, y su brazo en otro mucho menos lejano. Ni fuerza ni malicia. Quizá me precipite, pero el domingo, ante los Bills, sentí pena. Que nunca pude imaginar que estos Broncos lograran una victoria pese a él.
Os aseguro que me gustaría equivocarme. Pero creo que esta vez es el final. Peyton es tan grande que quizá consiga lanzarse a un último sprint final de partidos inolvidables, pero no dejará de ser eso, un último sprint convertido en vía crucis de dolor con sus últimos litros de gasolina.
Que los Saints están muriendo de falta de defensa tras los inventos de un Ryan convertido en el profesor Franz de Copenhague; de falta de Graham, descifrado por los Patriots en la temporada pasada y amordazado desde entonces; de falta de Sproles, una vía de escape que no pueden echar más de menos… pero sobre todo, de falta de un Brees convertido en sombra de sí mismo. Que yo sí me creo que ya le estén buscando sustituto, aunque, como es lógico, no se lo van a decir.
Por algo será que cada vez hay más rumores de que Sean Payton está dirigiendo sus últimos partidos en Nueva Orleans. Y dicen las malas lenguas que en Santa Mónica hay bastante gente poniendo velas para que sea algo más que un rumor. ¿Y que importa en Santa Mónica lo que pueda hacer Payton? Pues eso.
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