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¿Sufre Peyton el ‘Síndrome Marino’?

Mariano Tovar

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El pasado domingo, Peyton quizá jugó el peor partido de su carrera. Y lo malo es que desde hace algunas semanas han ido apareciendo, muy lentamente, de forma sutil, pequeños síntomas de que el jugador quizá este sufriendo los primeros estadios del ‘Síndrome Marino’. Una enfermedad (figurada) que puede terminar con su carrera de forma precipitada.

El 17 de octubre de 1999. Los Dolphins de Dan Marino se enfrentaron a los Patriots. En el primer drive, Marino fue interceptado. En el segundo, después de un tres y fuera, caminó hacia la banda para no regresar al campo. Después de cinco jornadas disputadas, los Dolphins tenían un récord 4-1.

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Una semana antes, frente unos Colts en los que Peyton Manning jugaba su segunda temporada, Marino había recibido un golpe en el cuello. La lesión se sumaba a la que había sufrido en 1993 en el tendón de Aquiles, y que había limitado peligrosamente sus movimientos. Literalmente, Marino se movía en una baldosa, al más puro estilo Curro Romero, y era atropellado sin remisión a poco que un defensa se acercara un poquito.


Marino saltó al campo contra los Patriots con la esperanza de que las molestias que llevaba sufriendo en el cuello durante toda la semana, iban a desaparecer como por arte de magia. Pero no. Tocado y hundido. Cada vez que lanzaba, notaba un latigazo que le recorría el cuerpo y afectaba a su rendimiento provocando debilidad en el hombro derecho (de lanzar) e incluso espasmos. Marino perdió de sopetón su mejor arma, un increíble release, (velocidad de ejecución del pase) y también se quedó sin fuerza. El balón no llegaba hasta donde él quería. Aquel día de octubre solo fue el día de la ruptura. El hasta aquí hemos llegado.

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Dan Marino necesitó cirugía, pero aún tuvo tiempo para volver el día de acción de gracias, cinco semanas después. Damon Huard le había suplido con éxito y los Dolphins tenían un récord 8-2. En los últimos seis partidos, con Marino en el pocket, cinco derrotas y una sola victoria. El mito se arrastraba incapaz de armar el brazo, de conseguir que el balón llegara hasta sus receptores sin telegrafiar la jugada. Marino se había venido abajo.

Aún supo dirigir un último partido ganador en playoffs, frente a los Seahawks, pero si quedaba alguna duda, una semana después sus Dolphins fueron masacrados 62-7 por los Jaguars. Marino era historia, y su despedida no podía ser más triste bajo el agua de los aspersores, que rompieron a llorar en un accidentado epitafio.

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Pero Marino tenía tal prestigio que al final de la temporada, tras convertirse en agente libre, todavía recibió ofertas de cinco equipos, con los Vikings insistiendo hasta la súplica. Incapaz de moverse y de lanzar, muchos seguían pensando que merecía la pena invertir en él. Así de bueno había sido Dan Marino.

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Peyton nunca ha ocultado que cada vez que lanza un pase siente dolor. Un golpe eléctrico que recorre su cuello y llega hasta la punta de sus dedos, convierte cada lanzamiento en una agonía. Pero tanto amor al football justifica cualquier calvario. Quien algo quiere, algo le cuesta. Y tres temporadas de propina en Denver, en contra de las previsiones de casi todos, son un regalo que los aficionados nunca podremos pagar.

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Por eso, nadie se atreve a decir en voz alta lo que la mayoría empezamos a sospechar. Que a Peyton se le ha acabado la gasolina. Que solo le quedan unos pocos pases, y que va a tener que administrarlos con mucha inteligencia si quiere evitar que los Broncos se terminen derrumbando como se derrumbaron aquellos Dolphins de Dan Marino y Jimmy Johnson en 1999.

Como os digo, los primeros síntomas se vieron durante el mes de septiembre. Peyton terminaba los partidos sofocado. Rojo como un cangrejo dentro de su casco. El calor, bajo tantas protecciones, le estaba afectando a sus 38 años de golpes. Y eso se traducía en una falta de precisión y de fuerza progresiva, que se convertía en preocupante en los últimos drives de los partidos, y que solo conseguía maquillar gracias a su talento infinito.


En octubre, cuando bajaron un poco las temperaturas, y Demaryius Thomas regresó a la tierra después de un viaje interestelar al mundo de las empanadas, pareció que lo del mes anterior había sido un error de apreciación. De hecho, si nos olvidamos de las sensaciones, de los gestos, de los presentimientos totalmente subjetivos, los números de Peyton durante los primeros siete partidos han sido extraordinarios. No muy diferentes de los que sirvieron el año pasado para culminar una temporada propia de un mutante.

Pero con la llegada de noviembre, los síntomas han vuelto a ser evidentes, e incluso parecen extenderse cada vez más deprisa como en una enfermedad terminal. Hemos pasado del desconcierto ante New England, con la sensación de que la velocidad del partido le estaba abrumando, a la confusión ante los Rams, la sucesión de intercepciones más propias de su hermano, la acumulación de yardas irrelevantes, de decisiones cuestionables y, por fin, una actuación ante los Bills inexplicable. Peyton no es Peyton. Creo que el domingo pasado todos buscábamos incrédulos su rostro cada vez que la cámara se acercaba dentro del casco en un primer plano, para confirmar que realmente era él quien estaba metido dentro.


En realidad, ya hemos visto resucitar a Peyton tantas veces, quitar la razón a los que daban su carrera por concluida (entre los que me incluyo), que nadie se atreve a darle por amortizado. Entre otros motivos porque un Peyton ofuscado es mucho mejor que la mayoría de los QB de hoy en día. Pero creo que esta vez sí que estamos llegando al final. Al mito le quedan tres partidos de temporada regular y la propina de unos playoffs que solo por ser epitafio pasarán a la historia.

Creo que Peyton, como Marino, ya no siente el hombro, es incapaz de dar rapidez a su release, su cabeza pone el balón en un sitio, y su brazo en otro mucho menos lejano. Ni fuerza ni malicia. Quizá me precipite, pero el domingo, ante los Bills, sentí pena. Que nunca pude imaginar que estos Broncos lograran una victoria pese a él.

Os aseguro que me gustaría equivocarme. Pero creo que esta vez es el final. Peyton es tan grande que quizá consiga lanzarse a un último sprint final de partidos inolvidables, pero no dejará de ser eso, un último sprint convertido en vía crucis de dolor con sus últimos litros de gasolina.


Y lo peor es que él no es el único afectado por el ‘Síndrome Marino’. Hace pocos días un periodista le preguntaba a Drew Brees si era cierto que los Saints estaban buscándole sustituto para la temporada 2015. La reacción del jugador fue sorprendente e inesperada. Se revolvió airado, casi iracundo, reprochando al periodista que viviera de su inventiva en vez de informar. Un jugador como Brees, con muchos años de experiencia, de luchar por los derechos de los jugadores y ganarse con su agudeza el ser uno de los portavoces más respetados de su gremio, hubiera reaccionado de forma mucho más irónica e inteligente de sentirse confiado. Pero él mismo nota que ese hombro que provocó que los Chargers eligieran a Rivers, y que los Dolphins (sí, curiosamente los Dolphins) decidieran descartarle en el último momento para quedarse con Culpepper, ha terminado por decir basta.

Que los Saints están muriendo de falta de defensa tras los inventos de un Ryan convertido en el profesor Franz de Copenhague; de falta de Graham, descifrado por los Patriots en la temporada pasada y amordazado desde entonces; de falta de Sproles, una vía de escape que no pueden echar más de menos… pero sobre todo, de falta de un Brees convertido en sombra de sí mismo. Que yo sí me creo que ya le estén buscando sustituto, aunque, como es lógico, no se lo van a decir.

Por algo será que cada vez hay más rumores de que Sean Payton está dirigiendo sus últimos partidos en Nueva Orleans. Y dicen las malas lenguas que en Santa Mónica hay bastante gente poniendo velas para que sea algo más que un rumor. ¿Y que importa en Santa Mónica lo que pueda hacer Payton? Pues eso.

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl