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Lakers: no se trata sólo del contrato de Kobe...

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…Y ahí va Kobe Bryant, un solitario barco de 48 millones de dólares que navega hacia la puesta de sol"

La frase es una adaptación libre de la reflexión de un periodista estadounidenses en el puñado de horas convulsas en las que el mapa de la NBA se redibujó con LeBron de vuelta a Cleveland, Carmelo echando el ancla en Nueva York y Gasol haciendo los casi 3.000 kilómetros que separan Los Ángeles de Chicago. Es decir: ningún premio gordo para los Lakers. Es decir: como mínimo otro año en barbecho. Es decir: todas las miradas sobre Kobe Bryant

En los últimos días he discutido bastante, o como mínimo he tratado de matizar, la ecuación básica según la cual la renovación de Kobe Bryant es el eje de todos los males de los Lakers. Recuerdo: al filo de los 36 años, 18 de ellos en la NBA, Kobe regresará después de una temporada de sólo seis partidos y tras una pesadilla en formato lesiones que incluye una rotura del tendón de Aquiles que suele ser epitafio para muchos deportistas veteranos. Fue el 12 de abril de 2013 y mientras hacía monstruosidades sin más objetivo que meter en playoffs a aquel disfuncional equipo (Nash, Kobe, Gasol, Howard) en el que no funcionó nada. En los seis partidos anteriores a la lesión había jugado 45,4 minutos de media. En diez días. Y cuando hizo crack ante los Warriors llevaba 44:54 en cancha. Sus números en esos siete partidos, por cierto: 28,8 puntos, 7,2 rebotes y 8,4 asistencias. El 25 de noviembre, y cerca de salir de la ampliación de contrato firmada en 2010 (83,5 millones de dólares por tres años), los Lakers le firman a Kobe una extensión de dos temporadas más y un total de 48,5 millones. Es decir: en la 2014-15, Kobe cobrará más de 24 millones sobre un tope salarial que estará establecido en torno a los 63.

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¿Desmesurado? Sin duda ¿Una hipoteca intolerable hasta para esos Lakers que parecen tener una fábrica de billetes en los sótanos de las instalaciones de El Segundo? Desde luego. Pero: ¿la madre de todos los problemas de los Lakers? No. Eso no. El asunto no es ni tan reciente (recuerdo: la firma llega en noviembre de 2013) ni tan sencillo. Por eso llevo días discutiendo y repitiendo una frase que va camino de convertirse en mi mantra del verano: el contrato de Kobe tiene la culpa de que los Lakers vayan a seguir siendo un mal equipo, no de que hayan llegado a serlo. Lo que sigue es una hoja de ruta de un viaje a ninguna parte que se ha cobrado ya unos cuantos jirones de la mística de una franquicia que se puede permitir perder todo menos precisamente eso: la leyenda y la metáfora de Hollywood. La foto de Magic Johnson y Jerry Buss empapados en champán con el trofeo Larry O’Brien debajo del brazo.

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El 17 de junio de 2010 los Lakers ganan en el Staples una pelea de perros callejeros (83-79) a los Celtics y son campeones de la NBA. Es el segundo título seguido, un back to back que trae de propina el primer triunfo de siempre en un séptimo partido ante un archienemigo al que encima pasaban la cuenta de la derrota de 2008. Buenos tiempos. Llegaron a playoffs tras una temporada de 57 victorias que siguió a una de 65. Después: 57, 41 (con lockout), 45 y el último e infame 27-55. De aquel equipo sólo queda Kobe Bryant.

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Los Lakers, y también conviene recordarlo, tenían un plan para refrescar un equipo campeón pero cerca del agotamiento físico y mental. Por eso una de las fechas definitivas para entender la descomposición actual es el 8 de diciembre de 2011. En esa fecha los Lakers se hacen con Chris Paul en una operación que llevaba a Pau Gasol a Houston Rockets y a Lamar Odom, Luis Scola, Kevin Martin y Goran Dragic a New Orleans Hornets. Pero Stern, rigiendo en nombre de la NBA los designios de unos Hornets en proceso de venta y presionado hasta el extremo por un núcleo de propietarios de los considerados mercados pequeños, aplicó un veto que anuló el traspaso. Chris Paul tuiteó un simple “WoW” y los Hornets, que iban a quedarse de cualquier forma sin el mejor base de la NBA cuando este acabara contrato aquel verano, le enviaron menos de una semana después a los Clippers a cambio de Al-Farouq Aminu, Eric Gordon, Chris Kaman y una primera ronda de draft.

Vistas las ofertas y con el recuerdo de cómo se gestó la intromisión, el asunto fue una cacicada en la que influían el temor al nuevo gusto de las estrellas por reagruparse, la entonces reciente decisión de LeBron James o el recuerdo colectivo de cómo los Lakers se llevaron a Pau Gasol de Memphis a cambio de lo que en su momento parecía casi nada. Ese movimiento, lo nunca visto, congeló a unos Lakers en cuya boceto había un backcourt formado por Paul y Kobe y un futuro con Dwight Howard, íntimo de Paul y con el que, se decía, había acordado hacer ambos todo lo posible para jugar juntos.

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Desde ahí, ningún plan funcionó y la política de renovación encalló, sin capacidad para hacer buenos traspasos en el momento oportuno. Pau Gasol se ha pasado casi tres años yéndose a todas partes sin irse a ninguna y saliendo finalmente como agente libre y sin dejar nada a cambio. Lamar Odom salió en diciembre de 2011 a cambio de casi nada: una futura ronda de draft de los Mavericks y una trade exception. El gran giro copernicano llegó con el intento Nash-Kobe-Metta World Peace-Gasol-Howard, un órdago que pudo salir bien pero que ni siquiera tuvo ocasión de despegar: Nash se perdió 32 partidos, Gasol 33 y Howard se pasó el año recuperándose de la espalda y haciéndose daño en el hombro. Claro que esa maltraída apuesta nacía capada por, y enlazo con el siguiente gran problema, la inestabilidad y falta de jerarquía en el banquillo.

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Jerry Buss, seguramente el mejor propietario de la historia del deporte estadounidense, muere el 18 de febrero de 2013 tras una larga convalecencia. Los Lakers pasan definitivamente a estar a cargo de unos hijos no siempre bien avenidos con Jeanie, la pareja sentimental de Phil Jackson, y Jim a la cabeza. Jim, hijísimo sin testar como gestor, amplía su capacidad de decisión e impone su rechazo (tras mucho tiempo de guerra fría) a Phil Jackson y a todo lo que tuviera que ver con único entrenador que ha hecho campeones a los Lakers (y cinco veces) desde Pat Riley. Jackson se va en el verano de 2011 y llega Mike Brown, que cabe entero en uno solo de los zapatos del Maestro Zen. Cuando Brown sale propulsado por el mal inicio de curso -noviembre de 2012- Phil Jackson vuelve a escena y está a un paso de regresar hasta que el juego de tronos del hijísimo Jim le envía de vuelta a su rancho de Montana y pone los Lakers en manos de Mike D’Antoni. Esa inestabilidad, esa falta de peso e influencia en el banquillo, ha afectado de forma drástica en el mal rendimiento deportivo del equipo pero también en el desinterés de los grandes agentes libres. Los Lakers son un equipo inestable que gatea por un campo de minas y no pueden evitar airearlo. Pero en una realidad alternativa, negada por errores de otros y sobre todo propios, podría haber estado vendiendo en estos dos últimos años un proyecto con Chris Paul, quizá Dwight Howard y la figura de Phil Jackson en el banquillo o en un despacho. Y su magnetismo, eso que ahora se llama cultura ganadora, está al lado de un saco de millones y las preferencias de LaLa Vazquez en la lista razones por las que Carmelo Anthony ha decidido seguir en los Knicks.

Porque claro, los Lakers actuales tienen a Phil Jackson y Derek Fisher repensando los Knicks, a Magic Johnson flirteando con comprar los Clippers, a Pau Gasol rechazando más dinero para jugar al otro lado del país y a casi todos los analistas tomándose casi a broma desde el principio su interés por LeBron James o Carmelo Anthony. O por Chris Bosh y hasta por un Kevin Love que hasta hace poco parecía destinado a jugar en L.A. Los grandes jugadores no quieren jugar ahora en los Lakers y, en ese sentido, se estableció un peligroso hito el 13 de julio de 2013 cuando Dwight Howard se fue a Houston Rockets dejando atrás una oferta más lucrativa a corto plazo de los Lakers. Una estrella todavía en sus años de plenitud se iba por su propia voluntad y a la carrera de los Lakers: lo nunca visto, otra vez.

De todo este embrollo es del que hay que desenmarañar el actual influjo negativo de Kobe Bryant. Dicen que Dwight Howard decidió irse cuando Kobe le dijo que le quedaban “tres o cuatro años más”. Kobe es como es y resulta difícil que una megaestrella se meta en su redil a estas alturas y se mate por ganar partidos con un contrato que tendría que ser notablemente inferior al de Kobe y en un equipo que seguiría siendo el de Kobe. En ese sentido, él no ha sabido gestionar el tan cacareado paso a un lado, airear que sería un patrón inteligente y colaboracionista con las estrellas que pudieran llegar. Ahí hacen esos 48 millones de marras más daño que en los libros de cuentas. Los ceros de los cheques establecen las jerarquías y si algo pergeñó ese nuevo contrato es que los Lakers seguirían siendo kobecentristas. Porque al final el asunto filosófico trasciende al económico: Tim Duncan rebajó sus pretensiones en esos Spurs que siempre tienen un plan, Nowitzki acaba de cambiar los 22,7 millones que cobró la pasada temporada por los menos de 8 de la próxima para encontrarse en un equipo que difícilmente irá más allá de la segunda ronda de playoffs y en el que cobrará unos 7 millones anuales menos… que Chandler Parsons. No todo es cuadrar números y hacer espacio. Hay que tener plan e imán. Los Lakers muchas veces han tenido lo primero y siempre han estado por encima del resto en lo segundo. Eso está cambiando y ese puede ser el verdadero drama para la franquicia a medio y sobre todo largo plazo. No puede pasar de lo que es y será a sólo lo que fue y por ahí está perdiendo muchas batallas y tal vez la guerra.

A partir de ahí, desde luego el contrato de Kobe Bryant es una rémora sangrante para estos actuales Lakers que ni van ni vienen. No se puede servir a dos señores y no se puede, salvo contadísimas y geniales excepciones, reconstruir casi desde la tierra quemada y competir al mismo tiempo. En ese galimatías está el equipo y parece muy cándido pensar que si Kobe hubiera firmado un contrato normal LeBron o Carmelo, o LeBron y Carmelo, estarían ahora buscando casa en Los Ángeles. Un contrato normal: la mitad de lo que va a cobrar Kobe sería una cifra ya inflada por el inevitable agradecimiento por los servicios prestados y la necesidad de evitar un sainete con uno de los grandes jugadores de la historia: de la franquicia y del baloncesto. Es difícil escrutar la mente de Kobe Bryant, un competidor híper obsesivo que ya ha ganado casi 280 millones de dólares sólo en contratos con los Lakers y sin contar sus inacabables ingresos publicitarios. Pero en el pecado lleva la (multimillonaria, eso sí) penitencia: se ha matado para volver tras un año de medio en rehabilitación y se va a encontrar con que le recibe un equipo de outsiders sin objetivos demasiado claros. Y eso afectará a su legado como jugador y eso es algo con lo que el Kobe post Shaquille no parecía dispuesto a negociar. Así que tal vez nada sea lo que parece pero hay una cosa clara: el desaguisado actual de los Lakers se ha gestado en los últimos cuatro años. La renovación irresponsable de Kobe sólo ha sido otra piedra en el camino. Enorme, pero otra más. Ahora las cuentas no salen y los planes ni se vislumbran. Así que, a una afición tan poco acostumbrada a sufrir, sólo le queda aferrarse al viejo lema que va impreso por la memoria colectiva de la NBA: los Lakers siempre vuelven. Y muchas veces, ahora cuesta creerlo, bastante más rápido de lo previsto.