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¿Te acuerdas del Run TMC?

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Normalmente, cuando hacemos memoria nos aupamos sobre equipos de leyenda, victorias históricas o trances inolvidables. Equipos de los que, otra vez normalmente, no habría que preguntar quién se acuerda de ellos y quién no. Pero a veces hay que abandonarse al romanticismo más puro y darse la vuelta por lo que fuimos para echar un vistazo a un equipo que perdió más de lo que ganó y duró muy poco…. Pero que se lo pasó de maravilla y amenazó con poner la NBA patas arriba. No lo hizo pero dejó un inolvidable aroma a contracultura. Romanticismo: entonces pensábamos hasta donde podría llegar y ahora, y tantos años después de su final abrupto, nos preguntamos hasta donde habría llegado. Un equipo que tenía tres jugadores maravillosos, un científico loco pero genial en el banquillo y hasta un apodo para el recuerdo. Y tú, ¿te acuerdas del TMC?

Uno de los nombres primigenios que aparecen al final del ovillo de lana que es la cultura hip-hop es el del Run DMC, los raperos de Queens que fueron los primeros en su género en alcanzar un disco de oro y que acabaron en el Rock And Roll Hall of Fame. Formados en 1981, su nombre sirvió ocho años después para jugar con las palabras y propiciar uno de los sobrenombres más míticos de la historia de la NBA: el Run TMC, los Golden State Warriors del tramo 1989-1991. El equipo de Tim Hardaway, Mitch Richmond y Chris Mullin. Tim, Mitch y Chris. T, M y C: Run TMC. Les dirigió el inconfundible (te guste más o menos siempre lo fue: 100% genuino) Don Nelson y pusieron la liga del revés a base de anotar puntos en formato avalancha. Un espectáculo sin consideración por las defensas, ni la del rival ni la propia, y que seguramente por eso no dio para ganar pero nos divirtió como pocos equipos lo han hecho. O así lo recuerdo al hacer memoria que, ya se sabe, suele ser muchas veces hacer poesía. Desde entonces, los Warriors han sido un equipo que ha sabido meterse en el corazón de muchísimos aficionados a la NBA. La Bahía de San Francisco, equipaciones fantásticas, el recuerdo difuminado de los campeones liderados por Rick Barry y Jamaal Wilkes (1975) y sus exquisitas revoluciones posteriores. El equipo que propulsó en 2007 Baron Davis, el del espíritu del We Believe que reventó desde el octavo puesto y en primera ronda a unos Mavericks que venían de jugar la anterior final y de ganar 67 partidos en Regular Season. O, ahora con la dulce criminología aplicada del extraordinario Stephen Curry y su escudero Klay Thompson. Puro ADN warrior que no ha terminado de maridar con Mark Jackson, muy poco ADN warrior.

Pero cuando la NBA había aterrizado ya como realidad palpable en España y los inolvidables 80 devenían en los mucho más siderúrgicos 90, una extraña mutación del juego dejó dos años para el recuerdo en Oakland. Un equipo que atacaba en ráfagas supersónicas y que podía meter 130 puntos cualquier noche… y también encajarlos ante cualquier rival. Lo dirigía Don Nelson, con mando también en los despachos tras su paso por los Bucks (1976-1987) y su experiencia de catorce años como jugador. En total, Nellie fue un personaje bisagra de la liga entre 1962 y 2010, una eminencia que entendió el baloncesto según su propia filosofía y que se retiró para, según sus palabras más o menos literales, irse a nadar con los delfines. Alcanzó cinco anillos de campeón como jugador, un número 19 retirado por los Celtics y tres designaciones después como Entrenador del Año. Jamás llevó a un equipo a unas finales pero dejó por el camino 1335 victorias (más que nadie) y la trascendencia de haber sido uno de los grandes entrenadores de siempre. Por esa montaña de victorias (por 1063 derrotas: 55% de triunfos en su carrera) y por la forma de lograrlo: Nellie Ball o el baloncesto convertido en una desquiciada guerra de matchups basada en correr y tirar (el run and gun tan perfeccionado después por otros), y en formar quintetos atípicos que generen desigualdades en cancha que provoquen más quebraderos de cabeza al rival que a ti. O que como mínimo lleven los partidos a un tiroteo en el que los tuyos siempre tengan al menos una última bala con la moneda en el aire. La quintaesencia fue el Run TMC, la última y más extrema versión fue el equipo del We Believe que pulió a los aquellos Mavs del mejor Nowitzki y que cayó en segunda ronda ante los Jazz. Fue una excentricidad maravillosa ver a un equipo perfectamente equilibrado y pensado (Devin Harris, Jason Terry, Nowitzki, Josh Howard, Stackhouse…) volverse literalmente loco (111-86 en el último partido, jugado en Oakland en medio de uno de los ambientes más increíbles de la historia de los playoffs: We Believe) persiguiendo a un ejército de avispas que jugaba muchos minutos sin más referencia interior que Al Harrington o incluso Stephen Jackson y que zumbaba por toda la pista entre aguijonazos invisibles de una batería inacabable de bajitos desatados: Jason Richardson, Monta Ellis, Matt Barnes, Pietrus, el propio Jackon y ese Baron Davis que fue el último gran profeta de Nelson. Repito: uno de los ambientes más increíbles de la historia de los playoffs. Eso generaba el Nellie Ball cuando funcionaba. Y eso, aunque ningún anillo, dejó un Don Nelson de cuyo libreto hay mucho aplicado en la actual NBA. Casi nadie abraza su propuesta en el sentido más radical pero sí despuntan aquí y allá pequeños pero constantes pellizcos de ella. Y acabo de ver a los Clippers remontar 22 puntos y salvar el pellejo ante los Thunder con cuatro pequeños y Chris Paul (1’83) defendiendo a Kevin Durant (2’06).

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Nelson imprimió una cultura en los Warriors del último cuarto de siglo que apenas ha valido para estar tres veces en segunda ronda de playoffs. Sin embargo, quedó una de esas mezclas de mística y código genético que hacen que un equipo tenga que ser de una determinada manera. Y que se le permita buscar equilibrio y alternativas para llegar al siguiente nivel pero jamás traicionarse a sí mismo. Eso es lo que ha acabado pasando, al menos en parte, con la salida de ese Mark Jackson de perfil defensivo cuyos Warriors empeoraron dramáticamente su juego de ataque en cuanto el especialista Michael Malone dejó a Jackson para encabezar (suerte con eso...) un nuevo proyecto en Sacramento Kings. Para ganar hay que defender y dar cera en el pintura, casi siempre es así, pero la invitación a ser como en realidad eres suele ser una llamada atávica y demasiado atractiva. Y más sin cuentas con Curry, Thompson, Barnes o reyes del mismatch como Iguodala o el sorprendente Green. Y seguro que eso lo entiende si finalmente se pone al frente de la nave Stan Van Gundy, una debilidad personal.

Aquel Run TMC que volvió loca a la NBA comenzando por ellos mismos, surgió de un excelente trabajo de cosecha vía draft. Chris Mullin fue el número 7 en 1985 (el de Ewing en el 1 y Karl Malone en el 13). Mitch Richmond llegó vía número 5 en el del 88 y Tim Hardaway aterrizó desde el 14 de 1989. De estos dos últimos es difícil señalar uno mejor de los diecisiete seleccionados por encima de ellos. Juntos (base-escolta-alero) formaron uno de los tríos más espectaculares y más anotadores de siempre. Y su reivindicación, insisto, es una cuestión de puro romanticismo: sólo ganaron una serie de playoffs en dos años y su balance fue de 81 victorias por 83 derrotas. Después de caer en la segunda ronda de 1991 ante los últimos grandes Lakers de Magic (4-1 con el divino base promediando un triple-doble: 25’8 puntos, 10 rebotes y 12’8 asistencias), a Nelson le apretaron para que el equipo subiera al siguiente escalón. Se le pedía algo más que circo y buscó reforzarse por dentro con Billy Owens. Como Sarunas Marciulionis estaba cuajando en alero total, Nelson envío a Richmond a los Kings para hacerse con Owens, número 3 del draft de 1991 que sólo jugó tres años en los Warriors sin dejar una impresión perdurable y sin más bagaje en playoffs que dos primeras rondas con un balance de 1-6. Así murió el Run TMC, desde luego demasiado pronto. “Aquel fue el traspaso que jamás volvería a hacer si volviera atrás”. Lo dijo años después un Nelson que, quizá por ese despecho, escribió su venganza llevando su estilo al límite en su siguiente y último periplo en los Warriors (2006-2010).

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En su primer años juntos, el Run TMC promedió 61’9 puntos y el equipo ganó 37 partidos y se quedó fuera de playoffs después de anotar 116’3 puntos de media (máximo de la temporada) pero de tener la penúltima defensa: 119’4 encajados por noche. Una locura. Un Hardaway rookie tardo un poco en desperezarse y por eso el trío no alcanzó un mínimo de 20 puntos por cabeza hasta casi mitad de temporada. A partir de ahí, lo lograron 48 veces (30-18 para su equipo) incluida una segunda temporada (1990/91) en la que saltaron a 44 victorias y en la que superaron en primera ronda de playoffs a San Antonio Spurs antes de caer ante la varita de hierro de Magic Johnson. En esa temporada, el Run TMC promedia 72’5 puntos y sube la media del equipo a los 116’6 por partido. También siguen encajando en oleadas: 115. Un poco de perspectiva sobre esos 72’5 puntos por partido de Mullin, Hardaway y Richmond: el big-three de los Heat (LeBron, Wade y Bosh) ha promediado en los totales de sus cuatro temporadas juntos 70’9, 67’2, 64’6 y 62’3 puntos por partido. En los Spurs, el máximo en una temporada conjunta de Parker, Ginóbili y Duncan ha sido hasta ahora de 57’6 (en la 2007/08). En el año antes de la salida de Harden, el escolta sumó junto a Durant y Westbrook 68’4 puntos por partido. Sólo un trío les ha batido en una temporada, la 1982/83: 76’7 puntos para Denver Nuggets entre Alex English, Kiki Vandeweghe y Dan Issel.

En los dos años del Run TMC, Mullin promedió 18’2 puntos, 4’1 rebotes y 3’5 asistencias por partido. Richmond, 21+3'9+3’5. Y Hardaway, 18’1+5’4+8’3. Como si el karma hubiera plagado después la pésima decisión de Don Nelson, este equipo quedó sepultado por la historia. Casi literalmente: Richmond triunfó en los Kings, que le retiraron el número y con los que alcanzó seis veces el All Star. Hardaway también fue cinco veces All Star, y aunque tres fueron todavía en los Warriors se recuerda más su paso por Miami Heat, donde llegó a formar en el Mejor Quinteto de la Temporada (1997). Y Mullin, doce años metiendo triples y jugando una tonelada de minutos con una precisión quirúrgica para los Warriors, sigue siendo para muchos el blanco que jugó en el Team USA que ganó a España en Los Angeles 84 y que estuvo también en el icónico Dream Team de Barcelona 92. Con Estados Unidos, por cierto, también fueron oro olímpico Hardaway (Sidney 2000) y Richmond (Atlanta 1996).

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Los Warriors, iba en el lote, tenían una defensa de papel y un equilibrio fantasmal. En ese periplo 1989-1991, un maravilloso viaje a ninguna parte, su pista se llenó en todos los partidos de la 90/91 para ver, por ejemplo, una inauguración de curso cerrado con la mayor anotación histórica sin prórroga: 162-158 a Denver Nuggets (87-83 al descanso). En ese partido, Mullin se fue a 38 puntos, 9 rebotes, 5 asistencias y 5 robos; Richmond metió 29 puntos y Hardaway 32 con 18 asistencias. Después, el 26 de febrero, caen por 131-119 ante Orlando con los tres anotando 30 o más puntos (30 Richmond, 33 Mullin y 35 Hardaway). El resto del equipo totalizó... 21, nadie por encima de los seis de Mario Elie. Equilibrio…

El Boston Globe llegó a asegurar que Run TMC era “el mejor apodo de la historia del deporte estadounidense y cuando Chris Mullin entró en el Hall of Fame aseguró que le hubiera gustado hacerlo de la mano de Richmond y un Hardaway que pasó, por cierto, de homófobo insoportable a activista en favor de los derechos de la comunidad gay. Y es que la historia ha tratado mejor a Mullin que a sus dos compañeros de banda. Letal en el tiro y con una inteligencia descomunal en pista, el alero fue durante muchos años uno de los jugadores más fiables de toda la NBA. Pero conviene recordar también que Hardaway llegó como un ciclón proveniente de UTEP y fue durante años el point guard más eléctrico de la liga, un jugador con el turbo de los bases del futuro y por lo tanto adelantado a su tiempo. Y padre, además, de un crossover marca de la casa al que se bautizó como el UTEP Two Step, un movimiento que ribeteaba su capacidad para anotar tiros complicadísimos y le convertía en una máquina total en ataque.

Y sin embargo puede que el mejor de los tres fuera Mitch Richmond, finalmente el único que ganó un anillo al hacerlo (¿el karma, otra vez?) en 2002 con los Lakers de Shaquille, Bryant y Phil Jackson. En su última temporada y con un rol absolutamente residual (2 minutos y 1’5 puntos por partido en playoffs). Richmond, The Rock, es uno de los jugadores más infravalorados de la historia del baloncesto, una tremenda estrella demasiado olvidada a la que Michael Jordan siempre recuerda como el reto defensivo más grande que tuvo que asumir jamás en pista. Con 1’96, era un tirador celestial que se convertía en un ala-pívot, fuerza de pura seda, cuando se acercaba al aro. Como rookie firmó 22 puntos por partido (fue Rookie del Año, claro) y estuvo después otros nueve años superando la veintena de puntos de media. De 1988 a 1998 se movió entre los 21’9 y los 25’9. De los Warriors a los Kings y de ahí a un último paso por los Wizards antes de lograr su anillo con los Lakers. Richmond fue un jugador esplendoroso, un talento biológico y gigantesco al que no reivindicamos lo suficiente seguramente porque se rompió demasiado pronto su etapa en los Warriors y porque los mejores Kings llegaron cuando él se fue a Washington a cambio de… Chris Webber. La historia deja poco espacio para los que no acabaron resultando vencedores pero de vez en cuando no viene mal volver a echar un vistazo, por puro amor al juego, a estos equipos que nos hicieron enamorarnos de él. Aunque duraran demasiado poco y aunque al final tendemos a recordar poco más que su apodo. Uno de los mejores de la historia, eso sí.