TRIBUNA LIBRE: Sweetness
Y así, en un lento fluir del tiempo y del espacio, me fui interesando más y más, hasta que hace dos años contraté el famoso Game Pass y la cosa se salió de madre: guascas a mansalva, partidos trepidantes y emoción a raudales. Pero algo terrible ocurrió: la llegada de la offseason y el comienzo de la temible travesía por el desierto de la vida sin football.
Una vez llegado a este punto, era tal la adicción, que no bastaba con las noticias sobre jugadores detenidos en controles de tráfico y rumorologías sobre que si cambiamos el nombre a los Redskins o que si la próxima franquicia van a ser los London Beefeaters o los Los Ángeles Rivers. No. Llegado a este punto terminal, necesitas más. Y mientras que en el presente no ocurre nada, y para el futuro no estamos preparados, qué mejor solución, que volver la vista al pasado. Así que comencé a ver los vídeos de las infinitas listas que tanto les gusta a las personas de la NFL: que si top 10 mitos del football, top 100 de los mejores jugadores de todos los tiempos (como se les llena la boca con ese término), top 50 de pelos más bonitos, top 17 de tattoos más estrafalarios... y así un largo etcétera.
El caso es que a Walter lo encontré de repente. Sin avisar. Parafraseando a Gollum en El Señor de los Anillos, "Él vino a mi". El primer video que vi, fue el del top 100 mejores jugadores de la historia, como no podía ser de otro modo, en el que el señor Payton ocupa el quinto lugar, el cuarto entre los atacantes (Lawrence Taylor se cuela en el top 3 siendo defensa) y el segundo mejor running back, sólo aventajado por Jim Brown. El vídeo, que apenas dura unos 4 minutos, muestra de manera resumida alguna de las grandes jugadas de su carrera y no deja de ser una oda al héroe caído. Pero lo que más llama la atención, a mí por lo menos, es la colina.
Como ejemplo de esto, podemos hablar del partido de la fiebre. El 20 de Noviembre de 1977, un febril Walter Payton (más de 38º), batió frente a los Vikings el récord histórico de yardas en un partido, en poder de OJ Simpson hasta ese momento, dejándolo en 275. Marca que seguiría en vigor durante 23 años.
Una de las cosas que puede llamar la atención, además de ser el segundo que más yardas de carrera ha ganado en toda la historia, es el que solo se perdiera un partido durante toda su carrera. Fue en su año de rookie y por decisión técnica. Un jugador con un físico privilegiado y que nunca huía del choque. Que el defensor fuera el que tuviera miedo de volver a ponerse en su camino.
Un jugador único, y de una calidad humana excepcional. Es conocido que no le importaba estar horas firmando autógrafos mientras quedaran aficionados esperando. Hay una anécdota que da buena prueba de ello: durante una firma de autógrafos en Chicago, Walter vio a una señora mayor que estaba en la cola, y que se marchó llorando porque estaba demasiado lejos y no le daba tiempo a llegar al puesto de firmas. Walter, que se dio cuenta de la situación, se acercó a una persona de su grupo, y le pidió que siguiera a la señora y que se enterara de a dónde iba. Un par de horas después, Walter Payton entró en la cafetería en la que ella se encontraba. Se sentó en su mesa, estuvieron hablando largo y tendido y le firmó dos balones para sus nietos.
En los años 80, en Chicago, se juntaron dos de los jugadores más especiales de la historia del deporte mundial: Walter Payton y Michael Jordan. De Michael Jordan poco hay que decir; seguramente el mejor jugador de baloncesto de la historia. Pero según se cuenta, era tan superior, que parecía un ser mitológico e inalcanzable. Por contra, Walter Payton, siendo el gran jugador que era, siempre fue considerado como uno más en la ciudad. Una ciudad, Chicago, de clima e ideología muy diferente a la de su Mississipi natal, pero a la que llegó con la idea de hacerla su hogar, y al que los habitantes de Chicago acogieron considerándolo uno más de ellos.