La ventana abrí y con rítmico aleteo y garbo extraño entró un cuervo majestuoso de la sacra edad de antaño. Sin pararse ni un instante ni señales dar de susto, con aspecto señorial,
fué a posarse sobre un busto de Minerva que ornamenta de mi puerta el cabezal
El Cuervo (The Raven , 1845)
Edgar Allan Poe
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Raúl C. Cancio
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Nos pasamos la vida entera cruzándonos con vecinos en el ascensor; con compañeros de trabajo en pasillos, despachos y aseos; con el tendero o la cajera del supermercado de la esquina y, después de tanto tiempo, seguimos ignorando casi todo de sus vidas cuando no sus propios nombres. Los aficionados al gridiron hablamos con toda naturalidad de jugadores, franquicias, tácticas, estadísticas o efemérides, empleando para ello una jerigonza tan particular como la que se aplica a la lidia o a la navegación. Pero cuando nos referimos a los Pats, los Bucs o los Steelers, ¿sabemos en realidad de donde proviene ese apelativo o, por el contrario, nos pasa como con la maciza vecina del cuarto, el brasa del departamento de ventas o el charcutero dicharachero, que no sabemos ni como se llaman?
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Todos nosotros podríamos decir miles de cosas de los Rams, de sus Fearsome Foursome, del Mayor Espectáculo sobre el Turf…¿pero alguien puede sospechar que la cornamenta de sus cascos poco tiene que ver con los riscos del medio oeste y mucho con el urbanita Bronx neoyorquino? Tómese éste como un mero ejemplo de las curiosidades que esconden los apelativos de las franquicias, si bien tan familiares para nosotros como ignotos son, a veces, sus orígenes. Les invito a descubrir por qué los Giants no responden a la grandiosidad de los rascacielos de la Gran Manzana o las dificultades ornitológicas que el pájaro cardenal encuentra para anidar en Arizona.
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Comenzando por la AFC, y por su División Este, el primer apodo no ofrece duda alguna: la franquicia concedida en 1959 a Billy Sullivan para que la recién creada American Football League (AFL) tuviera en Boston una sede tenía que apellidarse Patriots. Y así fue como setenta y cuatro de las miles de sugerencias de los aficionados de Massachusetts que fueron enviadas, coincidieron en bautizar al nuevo equipo como Boston Patriots, siendo su primer logo el célebre Minuteman diseñado por el dibujante del Boston Globe Phil Bissell, todo un homenaje a la milicia colonial de la Guerra de Independencia Americana.
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La primera franquicia surgida de la expansión de la citada AFL en 1965 fueron los Dolphins, una vez que Joe Robbie y Danny Thomas adquirieran los derechos por 7.5 millones de dólares. La campaña para apodar el nuevo equipo generó 19.843 sugerencias, entre las que fueron seleccionadas para la ronda final los sonoros nombres de: Mustangs, Moons, Sharks, Dolphins, Suns, Mariners, Missiles y Marauders, logrando 622 votos el simpático cetáceo propuesto por Robert Swanson, de West Miami, quien obtuvo dos pases vitalicios para ver a una franquicia cuyo propietario, en la presentación del logo y el apelativo, esperaba que recogiera la rapidez, inteligencia y versatilidad de su nueva mascota.
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Si los de Massachusetts tienen historia y los de Florida cálidas aguas, los aficionados del barrio neoyorquino de Queens tienen ruido. En efecto, vivir entre los aeropuertos de La Guardia y JFK no es precisamente sinónimo de descanso. Si a ello le añadimos algunas pasadas de los que vienen de Newark ¿cómo quieren que se llame el equipo de football del barrio? No obstante, esto no fue así en los comienzos de la franquicia. Nótese que cuando se fundó en 1960 por Harry Wismer para competir en la AFL, jugaban en el antediluviano Polo Grounds del Upper Manhattan, llamándose por aquel entonces New York Titans, no por reminiscencias con la mitología clásica, sino para demostrar que eran más grandes y más fuertes que sus vecinos Giants…lo cierto es que el equipo fue languideciendo temporada tras temporada, tocando fondo con la derrota el 15 de diciembre de 1962 por 44-10 ante los Oilers bajo la somnolienta mirada de menos de dos mil espectadores. La franquicia entró en bancarrota y fue recomprada por el inversor Sonny Werblin en 1963 por 1.3 millones de dólares, registrándose la nueva sociedad como Gotham Football Club, Inc. Le cambió los colores en honor a San Patricio, se mudaron al Shea Stadium de Flushing y le puso el nombre de Jets, que además de recordar el ruido del barrio, fonéticamente funcionaba bien con los Mets, con quienes compartían terreno de juego. Luego vino Namath y todos fuimos corriendo a comprarnos abrigos de pieles.
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Terminamos la AFC EAST con el único equipo de la NFL que juega al día de hoy en el estado de Nueva York. En 1918 ya hubo un conjunto de football en Buffalo, que adoptó el evidente apelativo de "Buffalo Niagaras". En 1938, en el seno de la AFL, se rebautizó el equipo como Buffalo Indians y, tras la II Guerra Mundial y creada la nueva All-America Football Conference (AAFC), Buffalo volvió a ser elegida para albergar un equipo de football, que tomó por nombre Buffalo Bisons, con el objetivo de crear sinergias entre su deporte y las franquicias homónimas de baloncesto y hockey de la localidad. En 1947, una encuesta realizada entre la población de la ciudad fronteriza, respaldó la decisión de renombrarla una vez más, tomando como referencia la histórica figura de William F. Cody, y su vinculación con la caza del búfalo. Hay que decir no obstante, que nunca el equipo ha utilizado la imagen de Cody como logo.
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Hasta ahora, ninguna sorpresa: historia revolucionaria para Nueva Inglaterra, cetáceos en la soleada Florida, aviones a reacción sobre Queens o juego de palabras en la tundra buffaliana. Pero ojo que con los vecinos del Norte, que vienen curvas.
La AFC NORTH es toda una veta en materia de nombres. Empezamos en Cleveland. Allí, el magnate del sector del taxi Arthur B. "Mickey" McBride se hace con los derechos de una franquicia de la AAFC, contratando en 1945 como entrenador jefe y manager general a Paul Brown, el joven y talentoso head coach de los Ohio State Buckeyes. La confianza depositada por McBride en Brown, así como su prestigio como técnico es tal, que incluso le solicita usar su apellido para bautizar la franquicia, a lo que el genio de Massillion se niega en redondo. El propietario anuncia entonces un concurso de ideas, ofreciendo una recompensa de 1.000 dólares en bonos de guerra para el ganador. En junio de 1945, el comité de selección elige la propuesta de John Hartnett, que gana con el nombre de Panthers. Sin embargo, cual es la sorpresa cuando el empresario local C. X. Zimmerman, impugna esa decisión, alegando que tiene registrado el nombre de Cleveland Panthers desde 1926.
McBride no se rinde y organiza un nuevo concurso, en el que el nombre más demandado es…Browns. Paul mantiene su oposición a que su apellido designe la franquicia, a lo que McBride le contesta que en realidad ese Brown hace referencia a Brown Bomber, el apodo del gran Joe Louis…en fin, nadie se lo creyó y el apellido Brown no sólo dio nombre al equipo, sino que también desde 2000 brilla en lo alto del estadio de su rival de división. En efecto, no contento con bautizar a un equipo de la NFL, Paul Brown adquirió en 1967 para Cincinnati los derechos de una franquicia de la AFL, eligiendo el apellido Bengals como homenaje al conjunto que en la misma ciudad había existido entre 1937 y 1942, y optando además, para mortificación de Art Modell, el mismo color naranja de sus queridos Browns. Es también casualidad que, por aquel entonces, el zoo de Cincinnati albergara un extraño ejemplar de tigre de bengala blanco.
Para rastrear el origen del apellido Ravens, hemos otra vez de hablar de Art Modell. Bueno, antes de Robert Irsay, el propietario de los Colts de Baltimore, quien en 1972 presentó un proyecto para construir un nuevo estadio en la zona de Camden Yards que sustituyera al vetusto Memorial Stadium. La falta de apoyo de las autoridades municipales deja sin football a Baltimore en 1984. Paradójicamente, los mismos problemas de Irsay en Baltimore los sufre Modell en Cleveland, por lo que también se lleva sus Browns a Maryland, pero no sin unas severas restricciones: el apodo, los colores, el palmarés, el logo y los records de los jugadores de los Browns se quedan en Cleveland. Es decir, Baltimore volvía tener un equipo en la NFL, pero absolutamente hueco, desprovisto de nombre, logo, colores, historia…De una relación de diecisiete nombres, la ciudad de Baltimore seleccionó una terna de tres finalistas: Americans, Ravens y Marauders. Como todo el mundo sabe, una encuesta telefónica efectuada por el Baltimore Sun eligió de forma arrolladora como nickname el famoso poema de Edgar Allan Poe, quien seguro disfruta de las evoluciones de los Ravens desde su sepultura en el Westminster Burial Groundvoters de Baltimore.
En los primeros años del football, era muy habitual que las franquicias adoptaran el nombre del equipo de baseball de la ciudad, siempre con más solera y tradición, en una época en el que este deporte era el entretenimiento favorito de los norteamericanos… Eso ocurrió en la industrial Pittsburgh, cuando en 1933 Art Rooney bautizó a su franquicia como Pirates. No obstante, tres años después y habida cuenta del creciente éxito del conjunto de football, los Rooney optaron por individualizar su conjunto con respecto a sus vecinos del bate, y de la encuesta realizada por el Pittsburgh Post-Gazette surgen nombres Wahoos, Condors, Pioneers, Triangles, Bridgers o Yankees, siendo finalmente elegido el apelativo de Steelers, tan vinculado con la industria acerera de la ribera del Allengheny, y que fue sugerido entre otros por Arnold Goldberg, editor deportivo del Evening Standard Uniontown. Otras posibilidades también vinculadas con la metalurgia y que fueron descartadas fueron Millers, Vulcans, Tubers, Smokers, Rollers, Ingots o Puddlers. Entre los votantes que apostaron por ese nickname, se sortearon dos abonos para la temporada siguiente –ya se sabe que en Pensilvania son más agarrados que en Florida- resultando “casualmente” agraciada la joven Margaret Elizabeth O'Donnell, novia de Joe Carr, por aquel entonces business manager del equipo…
La AFC SOUTH es el gran berenjenal de las nominaciones. La marcha de los Oilers a Nashville en 1997, deja a Houston sin football por vez primera en treinta y seis años. Ante esa perspectiva, los empresarios Bob McNair y Chuck Watson solicitan a la NFL una franquicia de expansión en la ciudad texana, en un momento en que la liga venía apostando fuerte por recuperar para el football la ciudad de Los Angeles. El indudable atractivo comercial y económico de L.A. choca sin embargo con el desastre organizativo en el que esta sumida la megaurbe californiana, así como con el elaborado proyecto y el magnífico estadio que ofrece Houston, que a la postre, lograría los derechos tras un aplastante 29-0 del resto de propietarios y, también, de poner 700 millones de dólares sobre la mesa. La decisión del nombre se evacuó a través de un concurso en el que surgieron como finalistas los nombres de: Stallions, Bobcats, Texans, Wildcatters, Toros y Apollos. El 6 de septiembre de 2000, en una retransmisión en directo por la ESPN2, Bob McNair anunció la elección de Texans como apodo de la franquicia, recogiendo la tradición de los efímeros Texans de Dallas de la familia Hunt –con quien hubo de negociar su uso-, luego reconvertidos en los Chiefs de Kansas City.
Ya vimos como Bud Adams se llevó a sus Oilers desde los campos petrolíferos de Texas a la cuna del rockabilly tras la temporada de 1996. Los dos siguientes ejercicios, mantuvieron el nickname petrolero, pero las paupérrimas asistencias al estadio – jugaban en el Vanderbilt Stadium de Memphis, a 300 kilómetros de la sede social, en Nashville- y la nula conexión entre el apelativo Oilers y su nueva afición, llevaron a Adams a proponer un cambio en el apellido del conjunto, aprovechando la inminente inauguración –al fin- del Adelphia Coliseum en 1999. Adams creó un comité consultivo al que le encomendó la tarea de buscar un nombre que reflejara poder, fortaleza, liderazgo y cualidades similares para una franquicia ayuna de éxitos. Nashville es una ciudad pródiga en apelativos. Es universalmente conocida como Music City por su vinculación con tantas corrientes musicales y legendarios sellos discográficos; también se la llama The Buckle of the Bible Belt , no en vano cuenta con mas de setecientas iglesias y el mayor productor de Biblias del mundo; los 11.000 kurdos que eligieron la ciudad para asentarse también la han hecho acreedora de ser llamada Little Kurdistan…sin embargo, escogieron el perfil helenístico de la ciudad y le pudieron Titans, como los neoyorquinos de la AFL, pero esta vez sí por su acepción clásica, y es que la capital de Tennessee, además de ser la cuna del rock, del country, del integrismo religioso y de lo kurdos norteamericanos, es también la Atenas de Sur, habida cuenta del gran número de instituciones académicas y monumentos neoclásicos que alberga, incluso con una inaudita réplica a escala real del Partenón ateniense.
La historia del apelativo Jaguars es tan insustancial como la propia franquicia, así que seremos breves. Un concurso de ideas arrojó cuatro nombres finalistas, a cual más huero: Stingrays, Sharks, Jaguars y Panthers. El lugareño Ray Potts logró un abono vitalicio al ganar el concurso. Mejor le hubiera ido si le hubieran premiado con un vale descuento para el supermercado...
Finalizaremos la Sur con un animal, de manera que así dispongamos de la bisagra perfecta para conectar con la Oeste. Desde 1873, el Estado de Maryland se paraliza el tercer sábado de mayo para presenciar The Preakness Stakes, la carrera de potros –colts- más importante de los Estados Unidos, sólo por detrás de Kentucky Derby y por delante de Belmont Stakes, la US Triple Crown del turf americano. Esta prueba se disputa en el Pimlico Race Course de Baltimore, ciudad que resultó ganadora de la franquicia de football cuando el 28 de diciembre de 1946, los derechos de los quebrados Seahawks de Miami fueron adquiridos por un grupo encabezado por Bob Rodenberg. Charles Evans, de Middle River, Maryland, y aficionado a las carreras de caballos ganó el concurso convocado para renombrar al nuevo equipo, que ya no se separó de su herradura de la suerte, viajando con ella a su localización actual en Indianapolis.
Terminamos la Americana con la División Oeste. Ya hemos hablado de la popularidad en la década de los veinte del baseball a lo largo y ancho de los Estados Unidos, y ello volvió a ser definitivo para que en 1959, el concurso para elegir nombre a la nueva franquicia de Denver, lo ganara el término Broncos, nombre que utilizó un popular equipo de baseball de la ciudad en la Midwest Baseball League de 1921. No en vano, Bob Howsan, primer propietario de lo Broncos, procedía del mundo de baseball, habiendo su familia dirigido durante casi dos décadas a los Bears de Denver. De todos es sabido que el término se utiliza en los Estados Unidos , el norte de México y Canadá para referirse a un caballo sin entrenamiento, asilvestrado o incluso a los caballos domésticos aún no plenamente capacitados para ensillar, pudiendo también hacer referencia al caballo salvaje que ha vivido en la naturaleza toda su vida y por lo tanto, propenso a un comportamiento impredecible, muy apropiado por tanto a la sensación de las defensas cuando se tiene delante a sujetos como Tripucka, Elway o Manning.
Puntas de flecha, plumas, pinturas de guerra, gritos ensordecedores…claro está, el Chief del equipo de Kansas City es tomado en honor de Allegawaho, de Washunga o de Pluma Blanca, todos ellos legendarios jefes de la tribu Kansa, amerindios que poblaban el territorio del actual estado. Pues no, cuando en 1963, los Texans de Dallas, vigentes campeones de la AFL, se trasladan a Kansas, habida cuenta la desigual competencia comercial con los Cowboys, Lamar Hunt impulsa un concurso para renombrar la franquicia, en el que concurren más de 1.020 diferentes nombres. No debe perderse de vista que uno de los factores esenciales para que el equipo de Hunt fuera a Kansas City fue la intervención activa del alcalde la ciudad, Harold Roe Bartle, un hombre de acusadísima personalidad y durante muchos años líder del escultismo de Kansas, de donde le viene el apodo de The Chief y que Hunt, en agradecimiento por sus gestiones políticas, aplicó a su franquicia, desechando otros nombres como Mules o Royals (el nombre de los chicos del bate de la ciudad).
Un caso parecido al anterior pudo acontecer en Oakland. Tras lograr la ciudad de la bahía la octava franquicia de la AFL en enero de 1960, un nutrido grupo de políticos, empresarios, periodistas y promotores se pusieron a trabajar en busca de un apelativo para el nuevo equipo californiano. Inmediatamente, el Oakland Tribune convocó un concurso “Name the Team”, resultando ganador el colonial nombre de Oakland Señors…durante nueve días. Las constantes bromas en torno al nombre y la sospecha de que ese Señors era en realidad un homenaje a Y. Charles Soda, el influyente hombre de negocios que lideraba el grupo empresarial que sustentaba la franquicia y que, oh sorpresa, era conocido en el mundo de los negocios de la ciudad del roble como «Señor». De inmediato surgieron voces denunciado el fraude la selección, cambiándose el nombre una semana después por el tercer adjetivo más votado: Raiders, que quedó por delante de otros como Admirals, Lakers, Diablos, Seawolves, Gauchos, Nuggest, Costers, Grandees, Sequoias, Missiles, Knights, Redwoods, Clippers, Jets o Dolphins. Apodo que se completó con el legendario pirata del parche en el ojo, basado en el rostro del actor Randolph Scott –por cierto, un notabilísimo jugador universitario de Georgia Tech-.
Las cargas de caballería ejercen un poderoso influjo en el imaginario norteamericano aun pasen los años. La épica carga del general Pickett en la batalla de Gettysburgh o las cabalgadas del general Custer al mando del 7º de Caballería son fuente de inspiración y motivación en el deporte desde siempre. Hoy todavía se puede escuchar en los parqués de la NBA el inconfundible tatarata-ratata-tataaaaa. Pues bien, cuando en 1960, el general manager de la nueva franquicia de la AFL en Los Angeles tuvo que elegir un nombre para el equipo, le propuso a Barron Hilton el nombre de Chargers, pues le encantaba cuando la grada del Dodgers Stadium o los fanáticos de la USC, gritaba “¡¡A la carga!!” y sonaba la corneta con los característicos compases.
(Continuará...)
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