Ese es el sueño de cualquier diseñador. Poder trabajar con tiempo por una vez en la vida, analizando todos los factores de un proyecto, haciendo estudios de mercado, dejando madurar cada idea. Guardando un boceto en un cajón para no revisarlo hasta un par de semanas después, cuando ya se hayan pasado el entusiasmo y la autocomplacencia del primer momento. Lo habitual es tener como mucho un par de días, o incluso de horas, para presentar ante un juez inquisidor en forma de cliente o superior, un proyecto de una colección de libros, una portada, un logotipo o una imagen corporativa completa, una equipación deportiva, o lo que se tercie. Mucha gente piensa que en esto del diseño los profesionales se especializan, y es así, pero al final te acaban considerando una especie de inventor capaz de darle forma a cualquier cosa en tiempo récord, y llegas a desarrollar ideas de lo más peregrinas. Aún recuerdo una etapa surrealista en la que estuve diseñando simultáneamente un proyecto de un parchís de marquetería, una vajilla completa, unos polos para una línea de ropa, una colección de sellos conmemorativos, una serie de trading cards, un juego de mesa…
La realidad es que el diseño es mucho más complejo que una cuestión de simple buen gusto. Por poner un ejemplo, un buen diseño de periódico no es necesario que esté plagado de páginas espectaculares. El auténtico objetivo de un diseñador es conseguir que el lector abra una página y se la lea desde la primera hasta la última letra. Una especie de torero que debe meter al toro en el engaño y llevarlo por donde él quiere. En los últimos tiempos muchos periódicos y revistas han caído en una tendencia preciosista y se han olvidado del auténtico objetivo, que es dar relieve a la noticia y hacerla fácil de leer. Y para eso lo menos importante quizá sea el buen gusto. Es mucho más decisivo elegir una tipografía correcta y tratarla con cariño, saber discriminar los elementos de la información, conocer los movimientos naturales de la vista sobre una página para aprovecharse de ellos, y otros muchos factores que son los que definen de verdad un buen diseño sin necesidad de apelar al buen gusto como argumento último.
Otro ejemplo puede ser la colonia. En mi opinión el secreto es que quien está a tu lado no note que hueles a nada, pero sí se sienta a gusto a tu lado sin saber por qué. Ahí está la magia de elegir la fragancia indicada, y de usarla en la medida correcta. Que esté y consiga provocar el efecto deseado, pero que no se note.
Ese el también el éxito del diseño en la mayor parte de los casos. No debe notarse. Solo debe potenciar las virtudes del objeto diseñado. Provocar en los demás el efecto deseado, que en ocasiones también puede ser de rechazo.
Parece que Nike, tras arrebatar a Reebok la exclusiva de las equipaciones de la NFL en 2010, está empeñada en dejar su impronta en los uniformes. Pero es una impronta egoista, acomplejada, banal, cortoplacista. Hasta ahora han acometido tres grandes rediseños: Seahawks, Jaguars y Bucs, y si hay algo evidente, es que los desarrollos no tienen una vocación duradera, sino que son esclavos de la moda actual, y no precisamente de una moda exquisita. En tres o cuatro años todos ellos se habrán quedado anticuados, porque ni son clásicos ni agresivos. Ni brillantes, ni originales. Ni siquiera son modernos o transgresores. Simplemente son vulgares como un vestido sobrecargado de floripondios en una boda poligonera.
Sobre el destrozo perpetrado hace un año con la equipación de los Jaguars ya hablé en su momento. Siempre he pensado que es fruto de una tormenta de ideas en la que decidieron poner en marcha las ocurrencias más peregrinas que surgieron. Esas que se sueltan a última hora, cuando a nadie le queda nada coherente en el cerebro. Lo del casco es tan infame que me cuesta creer que un profesional del diseño estuviera detrás. Tiene todos los defectos posibles. Despista, provoca desazón, canta la Traviata y ni siquiera tiene fuerza. No creo que dure mucho tiempo más, porque no aporta nada y no va a crear tendencia.
Tanto el color del pantalón, como el de la camiseta y el casco, recordaban a los tonos con que la tradición ha vestido a los piratas. Ahora todo eso se ha perdido. Los jugadores irán uniformados de reloj digital japonés de los ‘90. Quizá haya armonía de colores, pero falta originalidad y frescura, y sobre todo hay ausencia total de argumentos. No van vestidos de Tampa Bay Buccaneers, sino de Nike. No puede ser que lo que mejor defina a los nuevos uniformes de los Bucs sea que sus números son fosforescentes.
Así que los Bucs han pasado de ser un equipo pirata, a uno formado por relojes digitales pasados de moda, con orejas de doberman y que obliga a hiperventilar. Si Errol Flynn levantara la cabeza…
Y parece que los siguientes serán los Browns. Que Dios nos coja confesados.