Campo Atrás

Un blog para tratar el pasado, presente y futuro del baloncesto tanto nacional como internacional: ACB, ULEB, Euroliga, Eurocup y la NBA.

Autor: Juanma Rubio

En el Staples jugó un equipo…

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… Pero no eran los Lakers. Nunca deberían haberlo sido. En su lugar desfiló una Santa Compaña que había usurpado el gold and purple para fabricarse unas camisetas de viento que sólo resistieron un lavado, el del primer cuarto (27-29). Después, las falsificaciones baratas quedaron hechas jirones en dos cuartos saldados con un parcial de 33-80 comandado por un 0-19 en puntos al contraataque durante el segundo parcial (13-44 en doce de los peores minutos de toda la historia de la franquicia). D’Antoni, al que ya no le quedaba ni su habitual retranca, aseguró que los Clippers “habían ido a muerte en cuanto habían olido a sangre”. Pero no era sangre, era la electricidad estática de la reivindicación. Hartos de que siempre se hable de los Lakers, hartos de que siempre sean mejores que ellos y de que cuando son peores son tan malos que también les roban los titulares, los Clippers no soltaron nunca el pie del acelerador. Como si quisieran borrar a los Lakers de la faz de la tierra porque no existe otra manera de quitárselos de encima. Quizá por eso Chris Paul reconocía después del partido y casi conciliador que Los Angeles “era territorio laker y siempre sería así”. Pero durante 48 minutos casi deja de serlo…

Pero amanece en unas instalaciones de El Segundo que, hasta donde llegan nuestras informaciones, todavía no se ha tragado la tierra. Hasta hoy, las grandes derrotas que viven en la psique del aficionado de los Lakers correspondían a batallas titánicas ante rivales temibles. Y casi siempre con venganza. Pienso en los Celtics: en el primer partido de la final de 1985 (27 de mayo), los Lakers ardieron en el Garden en un partido que pasó a la historia como el Memorial Day Massacre: 148-114. Pero los Lakers ganaron aquella final, después de la paliza inicial y del 0-8 histórico contra la eterna némesis verde. Más: el 17 de junio de 2008 los Lakers entregaron el anillo en el nuevo Garden ante los Celtics del ahora entrenador de los Clippers, punto de encuentro, Doc Rivers: 131-92, una paliza que quedó cicatrizada con la consecución de los dos siguientes anillo, el de 2010 otra vez ante unos Celtics a los que robaron el fuego del séptimo partido. Cada vez que llovía escampaba y salía el sol con aún más fuerza.

Esa es la historia de los Lakers, los huesos que construyen el mito: lo que no es tópico. Los Lakers maridaron Hollywood y baloncesto, decidieron que la vida era demasiado corta como para no vivirla pasándoselo de maravilla… pero no dejaron nunca de competir hasta las últimas consecuencias. Los protagonistas del showtime, los reyes que personifican los 80, jugaban como nadie pero eran unos perros rabiosos a los que tenías que matar mil veces y aun así tenías que mirar por encima del hombro para asegurarte de que no volvían a estar justo detrás de ti. Vuelvo al Memorial Day Massacre: 148-114 y 1-0 el 27 de mayo, 2-4 para los Lakers el 9 de junio.

El tanking, manual de instrucciones

Cuando acabó esa final, Jerry Buss respiró hondo y con una sonrisa de oreja a oreja aseguró que ya no se podía decir que los Lakers no podían ganar una final a los Celtics, “la frase más odiosa que se ha pronunciado en nuestro idioma”. Eso eran los Lakers. ¿Hollywood? Sí ¿Showtime? A toneladas ¿Perder? Se podía perder, pero no se podía aceptarlo. Y así debería seguir siendo. Soy aficionado de los Lakers y este año he elegido ser práctico, con paciencia y sin traumas. Para una franquicia inestable en los despachos y (en el mejor de los casos) en transición en la cancha, ha sido una bendición de boca pequeña verse en la cola de la liga precisamente el año en el que viene uno de los drafts más esperados de la historia y en el que los Lakers tienen una de esas primeras rondas que tantas veces tienen colocadas en su ingeniería de traspasos. El tanking, la palabra del año en la NBA (reconozcámosle que es menos cargante que selfie) no es tanto perder muchos partidos a propósito para comprar muchas papeletas de cara a la lotería (casi ningún jugador acepta hacerlo) como poner al equipo desde los despachos en disposición de perder todos esos partidos. Véase lo que ha hecho Philadelphia 76ers. Los Lakers no han tanqueado pero una plaga bíblica de lesiones y una geometría contractual imposible (casi 60 millones de dólares este año para Kobe, Gasol y Nash) les ha puesto en la senda adecuada en el momento oportuno. Los Lakers no suelen reconstruir vía draft pero si el destino te hace un guiño, al menos debes coquetear con él.

Antes de abrazar el tanking como la madre de todas las soluciones, conviene advertir dos peligros. Uno tiene que ver con un karma que es en realidad probabilística: pierdes a discreción pero el número 1 se va a otro sitio. Y el dos, y el tres… eso al menos este año quedará enmendado por una camada de una profundidad extraordinaria. Como mínimo los seis primeros en elegir quedarán satisfechos: Embiid, Wiggins, Parker, Randle, Smart, Exum. Aun así no será fácil: Bucks, Sixers y Magic parecen inalcanzables en la carrera de los torpes, en la que también participan Jazz y Kings y en la que se han metido los Celtics y esos tristes Knicks que ni siquiera tienen su primera ronda para consolarse. El segundo aviso, crucial en el caso de los Lakers, tiene que ver con lo que tus actos cuentan de ti. Los Lakers son el sol de California y el dinero de Hollywood, único mercado que mira a la cara a la Gran Manzana, pero son también una historia de 31 finales y 16 anillos. Son los Lakers y de una u otra manera van a hacer de ti un icono global y van a ponerte a viajar lejos en playoffs casi cada año: haz las maletas y vente. Así funciona la caza y pesca del star system y eso les queda a los Lakers. Lo demás es una crisis de liderazgo representada por Jim Buss, el hijsíimo, una crisis de banquillo en la que no se adivina el sucesor de D’Antoni (ahora mismo cuesta creer que siga diga lo que diga el mensaje oficial) y una crisis de plantilla en la que ya se ha dado el primer paso en falso con la renovación por 48 millones de Kobe Bryant, que tenía que seguir pero (35 años, sólo 6 partidos jugados esta temporada) no con tantos ceros en un cheque que es una hipoteca.

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Así que las circunstancias justifican que los Lakers pierdan mucho. Que estén a una derrota de sellar su primera temporada con balance negativo desde la 2004/05 o que tengan muy cerca ser los peores Lakers desde el traslado a L.A. (todavía hoy los de la 74/75: 30-52). Y desde luego lo normal es que pierdan con los Clippers, ahora mismo un equipo de otra dimensión contra la tropa de outsiders y desarrapados en busca de segundas oportunidades que conforman el grueso de la plantilla laker. Pero no así, no 94-142 dos días después de encajar también en casa 132 puntos de unos Pelicans que parecían incapaces de ganar a nadie. Las derrotas pueden ser una consecuencia lógica pero no se pueden convertir en un hecho natural. Los Lakers tendrían que haber intentado perder de 46 y no de 48. No lo hicieron y se dejaron su orgullo, esté donde esté, en la peor derrota de su historia. Y ahora se enfrentan a los Nuggets (que esta temporada les dominan 2-0) y después doble ración de Thunder y otros dos platos de Spurs. Todo seguido. ¿Cómo de profundo es el abismo? Estamos a días de averiguarlo.

Las Hallway Series cambian de color

Si Jerry Buss levantara la cabeza encontraría a un extécnico de los Celtics dirigiendo a unos Clippers con pinta de aspirantes que cubren las banderas de los títulos de los Lakers en sus partidos como locales. Metralla para una ciudad que tiene a los Lakers como uno de sus símbolos de identidad. Porque Los Angeles es Hollywood, Tinseltown y los Lakers. Santa Monica, Venice Beach, Matador Beach… y, siempre, los Lakers. Aunque la NFL se repiense su ausencia de uno de los principales mercados de Estados Unidos, la cruceta deportiva de L.A. no ha dejado ni dejará de escribirse en púrpura y oro aunque hayan venido los buenos tiempos, por fin, para una pequeña minoría de entre casi cuatro millones de angelinos a la que el Wall Street Journal reconoció como el público más fiel de Estados Unidos en términos de tolerancia a la frustración y el fracaso: la afición de los Clippers. El viento casi nunca ha soplado de cara para una franquicia maldita que llegó a Los Angeles demasiado tarde: en 1984, desde San Diego y 24 años después de que los Lakers aterrizaran procedentes de Minneapolis. Como el polvo de estrellas hollywoodiense ya había maridado con el logo de su ilustre vecino, los Clippers apostaron por los precios populares para ser el equipo del pueblo. Pat Riley respondió con su mejor sonrisa sardónica: “Creo que hemos hecho lo suficiente en las dos últimas décadas como para serlo nosotros”. Los Lakers, Hollywood, los dorados 80. La cima de la pirámide explica casi todo: Jerry Buss se hizo con los Lakers en 1979 y se convirtió en uno de los mejores propietarios de la historia del deporte estadounidense porque alumbró los años dorados del showtime convencido de que por encima de los triunfos el espectáculo siempre tiene que continuar. Buss compró los Lakers gracias en parte a la venta de unos apartamentos… a Donald Sterling, que dos años después y por consejo de Buss se hizo con los Clippers, donde ha enlazado chascos deportivos, rumores de traslado y escándalos personales relacionados con acusaciones de discriminación racial. Buss y Sterling, cara y cruz. Nada sucede por casualidad. El deporte y sus ceremonias se alimentan de grandes rivalidades, muchas de las mejores entre vecinos. Pero los Clippers nunca fueron siquiera una molestia para los Lakers en lo que Los Angeles Times definió como “la rivalidad que ni sus protagonistas se atreven a llamar así”. Cuando en 1999 ambos equipos se mudaron al Staples Center se pretendió vender sus duelos de la Regular Season como las Hallway Series, en referencia al corredor (hallway) que separa ambos vestuarios… mayor, claro, el de unos Lakers que alumbran el pabellón con sus dieciséis banderas de campeones y los alrededores con estatuas de Magic Johnson, Kareem Abdul Jabbar, Jerry West e incluso un narrador, el legendario Chick Hearn. ¿Y los Clippers? Una plaga de desgracias, de errores groseros en el draft a lesiones dramáticas. Una historia escrita de Bill Walton a Danny Manning o Michael Olowokandi. 33-97 en duelos vecinales contra los Lakers. ¿Hallway series? A sus dieciséis anillos el gigante amarillo añadía 31 títulos de Conferencia y 23 de División…

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…Hasta que la temporada pasada los Clippers amasaron el primer título de División de su historia y terminaron por quinta vez desde 1984 con mejor porcentaje de victorias que unos Lakers a los que abrasaron en los duelos directos: 4- 0 en el segundo triunfo histórico (y primero desde la 92/93) del vecino pobre, un cambio de ciclo que ya asomaba en el sufrido 2-1 laker de la 2011/12. De repente, un partido de siete técnicas, piques entre jugadores y silbidos a los Clippers desde el calentamiento cuando ejercen de visitantes: “es increíble, antes ni nos consideraban”, celebraba Blake Griffin. Las Hallway Series fueron por un instante tales a costa del inicio del declive de los Lakers (65 victorias en la 2008/09, 45 en la 2012/13, 21 por ahora en el 2013/2014) y de una pujanza nunca antes vista de los Clippers (19, 56 y 43 y contando). Todo, la deriva de uno y el ascenso de otro, auspiciado por el bloqueo, en ópera bufa de David Stern, del traspaso de Chris Paul a los Lakers. Era el 8 de diciembre de 2011 y seis días después Paul puso rumbo a Los Angeles… para jugar en los Clippers. Sin el mejor base del mundo, los Lakers han teñido de confusión el cambio de guardia que se avecina. Con él al mando, los Clippers se han convertido en uno de los mejores equipos de la liga. Días de vino y rosas para los pocos outsiders de Hollywood que van al Staples a día cambiado, cuando Jack Nicholson, Leonardo Di Caprio y compañía no andan por allí: Billy Crystal, Michael Clarke Duncan o ese James L. Brooks que ha seguido con pulcra fidelidad a los Clippers desde su aterrizaje en la ciudad en lo que él mismo definió como “una extraña perversión”. Las Hallway Series alcanzaron la pasada temporada audiencias televisivas nunca vistas y Kobe Bryant reconoció que sólo jugar en el Madison es mejor que hacerlo en el Staples como visitante. Dos franquicias en universos distintos se miraron a los ojos en una rivalidad por fin real a la que sólo le faltaba un duelo en playoffs hasta hoy inédito casi siempre por incomparecencia de los Clippers... y que tampoco llegará este año porque evidentemente los Lakers no estarán allí. Y tienen suerte de que en la jornada inaugural pillaron con la guardia baja a los Clippers y así pudieron evitar (116-103) la segunda barrida en dos años. Ahora están 1-2 en esta temporada y 1-6 en los últimos siete partidos. El siguiente tormento, entre alley-oops de Paul para Griffin y Jordan, el 6 de abril.




No sabemos cuánto durará el ciclo de los Clippers, a los que sigue mirando de reojo su capacidad para la autodestrucción y el fatalismo, ni cuánto tardarán los Lakers en volver a ser los Lakers. De cara a la próxima temporada sólo tres jugadores tienen contrato. Uno es Sacre. Ay. El otro es Nash. Ay. Y el otro es Kobe a razón de 24 millones. Ay, ay, ay. Nick Young tiene una player option que a priori ejercerá y a Marshall se le puede renovar por menos de un millón, una ganga hace dos semanas pero otra operación cuestionable, como mínimo insignficante, ahora mismo. El equipo se difumina a tal ritmo (recuerdo que comenzó la temporada 13-13 y está 21-41) que finalmente será difícil saber quién vale y quién no, quien puede ser de verdad un jugador de banquillo en unos Lakers que deberían despegar en un plazo de dos años, ahora mismo no sabemos cómo, cuesta imaginarlo. Incluso para los Lakers de Kobe, que ha recibido la paliza ante los Clippers echando mano a su manual del perfecto carnívoro (“Misery=motivation”).

Pero Kobe tiene 35 años y se recupera de lesiones terribles. Si tuviera 30…
Y si no se hubiera vetado el traspaso de Chris Paul
Y si no se hubiera ido Dwight Howard
Y si a Mike Brown le hubiera sustituido Phil Jackson y no Mike D’Antoni
O Brian Shaw…
O Rick Adelman…
O al menos Byron Scott…
Y si en Jim Buss se desperezara algo de la herencia de su padre…
Y si Kupchak tuviera en la chistera conejos que ahora ni imaginamos…


¿Y si los Lakers recordaran quiénes son y qué les ha hecho serlo? Eso, recordar, es ahora más importante que el tanking, el draft, y los grandes nombres de la free agency. Sólo volviendo a ser tú mismo entenderán los demás que lo sigues siendo. E irán, siempre acaban yendo. Se lo dijo Kobe a Carmelo: “Hay que vivir en Los Angeles. Nueva York está bien, pero hace un frío de cojones”. Pero primero tienes que ofrecer una garantía de que serás lo que siempre has sido, de repente lo más difícil de todo. ¿O no?


5 Comentarios

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MiMi

Simplemente genial el artículo, pura literatura aplicada al baloncesto. Incluso si no te gusta este deporte, hay que leerlo.

03/08/2014 09:15:29 AM

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samuel

Genial, sin palabras. Simplemente estupendo! El mejor que he leído en mucho tiempo. Felicidades

03/08/2014 03:01:25 PM

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donpaquitos

El séptimo partido de la final de 2010 fue un robo descarado. Los Celtics habrían ganado ese partido con un arbitraje casero, pero era imposible porque lo que se encontraron se salió de lo normal. Mantuvieron en el partido a los Lakers con un descaro brutal. Tiros libres, tiros libres y al final la mete Kobe y eso es lo que sale en los resúmenes... Marketing.

03/08/2014 03:46:25 PM

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MLeblanc80

Dios! Si cambiáseis el modelo de foro y lo pusierais similar al de marca, sin lugar a dudas os seguría muchísima más gente. Un artículo genial de los que no se ven en otros diarios

03/08/2014 04:06:45 PM

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rojobilbao

Los fans de los Clippers sonreimos más que con las victorias últimas, con la pésima imagen de un equipo que tiene de grande, el nombre y la historia. Ahora no asustan ni al Bilbao Basket.

Ah, y Kaman, siempre en el banquillo perdedor.

03/08/2014 11:05:35 PM