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La dictadura de la red (y 3ª parte)

Mariano Tovar

He decidido terminar con esta historia de una puñetera vez. Así que en este artículo cerraré el asunto y no me importa que me haya salido el chorizo más interminable que he escrito en la historia del blog. El que lo quiera leer, que lo lea, y al que no le interese, que se lo salte, y aquí paz y después gloria. Aunque paz, lo que es paz, por mucho que lo estoy intentando no parece que vaya a ser posible.

Antes de nada os cuento que el famoso artículo que inició este serial solo fue una justificación para tratar un tema que me preocupa profundamente, me parece trascendental para el futuro de Zona Roja, y que quería sacar ahora, con la temporada terminada, y en estos días en que en el blog solo entran los más aficionados y los más fieles. No los he escrito por ningún motivo corporativista, ni para defender o justificar a nadie. Mi único objetivo era centrar la atención, confirmar con unos artículos más o menos incendiarios que en este blog comenzábamos a tener un problema serio, exponéroslo y dejar que vosotros mismos decidáis qué es lo que debemos hacer.

Vamos, que me importa un pimiento lo que pueda o no haber escrito el tipo que sea en el medio informativo que sea. Llevo desde finales de noviembre con la idea de escribir esto, y la polémica creada me vino al pelo para introducirlo.

En los medios de comunicación importa muchísimo la opinión de los lectores. E importa desde hace siglos. Desde el origen de la prensa escrita. Probablemente sea lo que más importa junto con tener influencia social y ganar dinero (o al menos no perder demasiado). Las cartas al director han sido siempre, y siguen siendo, una de las secciones más importantes de cualquier medio escrito. Y aunque no lo creáis, siguen llegando por correo hoy en día y se siguen leyendo con una atención que os sorprendería.

El motivo es sencillo. Si alguien lee el periódico, y tras hacerlo decide sentarse delante de un folio en blanco, escribir un texto identificándose hasta con DNI, ir a un estanco, comprar un sobre y un sello, buscar un buzón y enviarlo, es que tiene algo bastante importante que decir, o está muy aburrido. Además, ese acto de sentarse frente a un folio en blanco, obliga a una reflexión y una argumentación. El texto puede estar escrito en caliente, pero lo normal es que un tipo que se toma tantas molestias ‘se lo curre’. Por supuesto que entre las cartas al director hay un porcentaje que no cumple esas condiciones, pero la mayor parte suelen ser más que interesantes.

La primera gran bronca que recibí como periodista llegó tras la queja de un lector en una carta. Una de las últimas grandes broncas que me he llevado, hará cosa de dos años, me la echó el gerente del periódico, con toda la razón del mundo, tras leer otra carta de un lector que demostraba que un trabajo del que yo era responsable no se había hecho con el cuidado debido. Era una carta escrita en puño y letra en plena era digital. Insisto, la opinión de los lectores importa, y mucho.

Cuando llegó el mundo digital, en los medios de comunicación se celebró el avance por todo lo alto. La opinión de los lectores llegaría de una forma más inmediata, más cercana. La relación entre el periodista y el destinatario de la información sería mucho más íntima y sencilla, y se podrían crear vínculos y sinergias que mejorarían la calidad del producto y ayudarían a entender lo que piensan los lectores. ¡Craso error! Esos comentarios inmediatos no se parecían en nada a las cartas al director. Para no extenderme, me remito al artículo anterior, en el que explico las diferencias entre corregir con ánimo de ayudar o de desacreditar.

Así que los periodistas que intentaron aprovechar la cercanía con los lectores, muy pronto se dieron cuenta de que se habían metido en una selva llena de caníbales en la que ellos eran el menú. Inmediatamente fue evidente que mientras un alto porcentaje de las cartas recibidas por correo ayudaban de verdad a mejorar el producto, los comentarios del mundo digital estaban mayoritariamente poco meditados, o cargados de descalificaciones, o buscaban hacer daño desde el anonimato por encima de corregir. En conclusión, eran un batiburrillo de ideas, un maremagnum caótico, en el que resultaba muy complicado sacar nada en claro.

Entonces los medios decidieron cerrar el grifo, ponerle puertas al campo, y ordenar el caos. Hay muchísimos periódicos digitales que simplemente no tienen opción para comentar sus informaciones. En muchos otros no aparecen publicados hasta ser moderados, u obligan a un registro previo, u otra serie de filtros. En el fondo, un intento de volver a ese tiempo pasado en el que enviar una carta al director requería un esfuerzo y auténtico interés por aportar ideas.

Aquí llega cuando alguno piensa que eso es censura. ¿Por qué? Cualquier persona tiene derecho a manifestar sus opiniones con libertad, pero nadie puede obligar a nadie a que le ponga un púlpito o le regale un altavoz. El que se queja de que lo censuran no solo quiere decir lo que le de la gana, sino que también exige decirlo en un sitio concreto. Un periodista no puede publicar en su medio los artículos que le de la gana. Debe pasar unos filtros de calidad, y cada día son desechados muchos para publicar solo los más interesantes. La pelea de cada periodista es llevar a su periódico noticias suficientemente relevantes como para que sean elegidas para ser publicadas. Si un profesional que trabaja en un medio tiene que pelear tanto para que aparezca publicado un texto suyo, ¿por qué narices un lector puede exigir que publiquen lo que coño sea que diga?, ¿porque de lo contrario hay censura? La respuesta podría ser la siguiente: “Estimado señor, aquí nadie impide que usted pueda expresar con total libertad la idea que sea, simplemente ejercemos nuestra libertad de publicar los textos que creemos que lo merecen”.

Por esa regla de tres, todo individuo tendría todo el derecho del mundo para plantarse en el foro que sea (parlamento, consejo de administración, aula, etc…) y soltar su soflama guste o no. “hombre, no, Mariano, hay unas normas que impiden hacer eso”. Claro, y en los medios de comunicación también hay normas que impiden hacer eso.

El problema es que ese trabajo de moderación al que me refería hace un par de párrafos es bastante complicado, así que la mayoría de medios han creado un departamento conocido como ‘Community Management’ que se dedica, exclusivamente, a gestionar todos los comentarios que se generan, tanto dentro de sus propias informaciones, como en las redes sociales.

¿Eso que significa? Básicamente, que el periodista directamente puede despreocuparse de las reacciones que genera su información. Ya no lee los comentarios de sus textos salvo por morbo, vanidad o curiosidad. Para eso están los ‘Community Managers’, gente dedicada a hacer una criba, y seleccionar de entre todos los comentarios los que pueden tener auténtico interés, para transmitírselos al periodista en su caso. Por poner un ejemplo, si fulanito escribe un artículo y hay cien comentarios, todos los insultos, enfados, peloteras y exabruptos son ignorados. Si alguien dice que en la información hay un dato incorrecto y explica bien los motivos, ese comentario es trasladado a la redacción para que se haga la corrección si corresponde. El ‘Community Manager’ también filtra lo que se dice en las redes sociales, trabaja para conseguir que cada información tenga la visibilidad correcta dentro de las redes en consonancia con la importancia del contenido, interactúa con los lectores como moderador, evita spam, soluciona violaciones de copyright, elimina comentarios especialmente problemáticos, modera y da a conocer contenidos en Facebook y Twitter… 

Como os decía antes, es el filtro que racionaliza la interacción entre un periodista y los lectores. Por tanto, todos los que pensáis que tenéis derecho a decir las “verdades de las que tiene que enterarse de una vez el aprendiz de periodista que ha escrito tal noticia” en un comentario en cualquier medio de comunicación, es bueno que sepáis que ese comentario muy probablemente jamás será leído ni por el autor, ni por ningún otro periodista de ese medio salvo que uno de los miembros del ‘Community Management’ crea que tiene auténtico interés. Eso sí, lo leerán otros lectores. En una conversación con un miembro de esa sección en el AS, me decía que los comentarios de los que se puede sacar algo en claro casi siempre están al principio. A partir de un momento los lectores se dedican a pelearse entre ellos, o se enfrascan en debates colaterales que poco o nada tiene que ver con la noticia.

Os pongo otro ejemplo que nos acerca definitivamente al meollo de la cuestión que comencé hace unos días con la primera parte de este artículo. En los días previos a la Super Bowl, tuve una discusión con el máximo responsable de la web de AS. Me pidió que ‘twitteara’ durante el partido y yo me negué rotundamente. Me preguntó el motivo y le dije que de un tiempo a esta parte cuando escribo en twitter durante los partidos me siento como una gacela rodeada de cazadores escondidos que esperan la más mínima justificación para disparar. De hecho, este año dejé de twittear mediada la temporada por ese motivo después de varios conflictos, volví a intentarlo durante los playoffs y casi de inmediato me di por vencido. La única función del invento era divertir a la gente, hacer bromas, contar anécdotas y explicar detalles que me parecían interesantes. Yo no gano absolutamente nada, y me expongo a llevarme un disgusto en cuanto unos cuantos decidan convertirme en presa. Cuando terminé la aclaración, el responsable de la web y los demás que participaban en esa reunión me contemplaban con ojos como platos como si fuera un extraterrestre. Al final alguien dijo con extrañeza: “¿Pero tú lees las respuestas?”. Yo dije que claro, que si estaba comentando el partido tendría que responder a las preguntas que me hicieran. Me sorprendió que la mayoría o no pinchan jamás la pestaña ‘@conecta’, como si transmitiera la peste, o simplemente van bloqueando a gente a diestro y siniestro. La mayoría han terminado por abrir una cuenta de linchamientos de cara al público y una diferente para uso profesional.

Así que definitivamente soy un bicho raro que lee vuestros comentarios en twitter digan lo que digan, bloquea en contadísimas ocasiones y, sobre todo, gestiona personalmente los comentarios de sus artículos. La inmensa mayoría de los periodistas remite el asunto al ‘Community Management’ y se desentiende completamente.

Mi interés por gestionar directamente los comentarios se debe a que, como he dicho en diversas ocasiones, me parece que son la parte más importante del blog. Zona Roja ha funcionado desde su creación en 2009 como una comunidad. Los comentarios han sido durante mucho tiempo una fuente de noticias, y un foro de debate apasionante, en el que se discutía siempre con argumentos, y surgían permanentemente temas de actualidad, que me proporcionaban las ideas para futuros artículos. Creo firmemente que durante estos años lo habitual han sido los debates con auténtico nivel intelectual en los que todos aprendíamos muchísimo. Ha habido discusiones encendidas que han rozado el límite, pero siempre con argumentos y razonamientos por delante. Eso no significa que me haya rodeado de incondicionales que aceptan a pies juntillas mis opiniones. Todo lo contrario. Me encanta la polémica inteligente y siempre la he fomentado con muchos artículos controvertidos e incluso escandalosos. El latiguillo, “como siempre, discrepo de Mariano”, ha sido posiblemente uno de los más repetidos.

Eso no significa que ocasionalmente no hayan aparecido tipos que llegaran al blog a cagar bajo el escudo de la libertad de expresión. Pero como soltaban su mierda y nadie se acercaba a olerla, porque era mucho más interesante seguir el debate, se marchaban de inmediato como habían llegado. Lo he contado en bastantes ocasiones, hasta mediada esta temporada, no creo que haya borrado desde la creación del blog muchos más de 20 o 25 comentarios.

Pero este año todo eso se ha terminado. Llevo desde mediados de noviembre preocupadísimo por la deriva que están tomando los comentarios. Cada vez se parecen más a los que se pueden leer en cualquier otra sección del periódico. El primer aviso me llegó cuando de forma casi seguida, dos autores de tribunas libres me escribieron diciendo que tras la publicación habían descubierto todo lo que tenía que aguantar, y lo difícil que era escribir un artículo, tras sufrir en sus carnes como algunos se agarran al más mínimo detalle para criticar y desacreditar. Ante tal reacción releí los comentarios a esos dos artículos (que personalmente me habían encantado), y descubrí que me estaba convirtiendo en esa rana que metida en una cazuela se cocinaba a fuego lento sin darse cuenta. Estaban degenerando lentamente y no estaba siendo consciente.

El segundo aviso llegó cuando se puso en contacto conmigo un lector habitual, de los que participan activamente en comentarios desde hace mucho tiempo, para decirme que empezaba a estar harto de intentar aportar cosas interesantes y opiniones razonadas en el blog para que de inmediato se cachondearan de él sin ningún motivo.

Entonces empecé a revisar internamente los comentarios con más atención y descubrí que cada vez había más gente que comentaba con dos nicks diferentes, e incluso se insultaba a si mismo y se respondía para crear polémica insana; que alguno solo comentaba cuando otra persona concreta lo había hecho, para insultarle y desacreditarle en una persecución inaudita; que había series de comentarios concertados y aparentemente planificados para intentar influir en los contenidos del blog; que estaban desapareciendo los argumentos al mismo tiempo que se desacreditaba a alguien por el único motivo de que pensaba algo diferente que uno; que se multiplicaban las calumnias y las difamaciones (que no son lo mismo, pero sí igual de inaceptables)… en definitiva, que la selva había llegado al blog. (Y me vuelvo a remitir a la segunda parte de este serial).

Me siguieron llegando mensajes de más lectores ‘clásicos’, de los que conozco bien y cuya opinión me importa, diciendo que esto estaba degenerando demasiado y que lamentablemente iban a dejar de comentar. Por el camino también hubo alguna alegría y llegaron tipos cuyos comentarios mejoraron el nivel del blog. Por poner algún ejemplo, llevo muchos años considerando a Antoniomagon y Alexei, junto con Víctor, entre las mayores eminencias sobre los Bengals en el mundo hispanohablante, y en estos últimos meses han comentado con frecuencia en el blog, y cada párrafo ha sido una perla que he leído con inmenso placer. Por nombrar a alguno más, fue un descubrimiento la aparición de Yesares, o del mismo Rubén Ibeas a un nivel superior de implicación y esfuerzo, cuyos análisis tácticos se han convertido ya en un clásico. Pues bien, ninguno de los nombrados ha hecho nunca un comentario despectivo hacia nadie, más bien todo lo contrario, pero casi todos han sido en algún momento despreciados, insultados o motivo de mofa dentro de los comentarios. Y siempre sin venir a cuento.

Algunos de vosotros ya sabéis desde hace varios meses que estoy muy preocupado por este asunto. He discutido el problema con muchos de los que hablan sobre football en España para pedir consejo y buscar soluciones. La mayoría me ha respondido que ellos también habían notado que los comentarios han empezado a degenerar, que ha habido momentos en los que la discusión razonada ha sido complicada, y que quizá debo empezar a dar por perdido el foro como lugar de debate.

Así que estoy pensando que tal vez haya llegado el momento de que el blog Zona roja cierre una etapa en la que su mayor valor era el foro de debate, y pase a funcionar como cualquier web informativa. Me estoy planteando seriamente no seguir gestionando los comentarios como hasta ahora porque no encuentro el camino. Me da igual si el problema son unos pocos o una mayoría. Si no se puede mantener una discusión inteligente sin que sea dinamitada, no importa que los dinamiteros sean muy pocos porque el resultado es el mismo.

Solo quiero exponer las cuatro vías que se me han ocurrido para que seáis vosotros mismos los que decidáis cual debo elegir. Si alguien encuentra una quinta mejor, que la exponga, que este es el punto clave, y el único motivo, por el que he escrito estos artículos que me parecen más que necesarios.

La primera consiste en que yo me desentienda de los comentarios del blog y que éstos pasen a estar gestionados por los ‘Community Managers’ de AS como sucede con los demás contenidos del periódico. Eso significa que dejaré de leerlos y de gestionarlos. Como si no existieran. Y que cada uno diga lo que le apetezca y lance los exabruptos que quiera a la galaxia.

La segunda consiste en que yo siga gestionando los comentarios pero con un filtro previo. El problema sería que se perdería fluidez y debate, porque no serían publicados hasta su revisión.

La tercera consiste en que sea necesario registrarse para poder escribir. El que pretenda comentar de buena fe podrá hacerlo con total tranquilidad y fluidez. El que intente malmeter lo tendrá más complicado, tendrá que identificarse, y podrá ser bloqueado si incumple unas mínimas normas de educación. Es la solución que más me gusta.

La cuarta es cerrar la posibilidad de comentar, abrir un hilo en twitter como #zonaroja, que todos los debates se generen ahí, y que la ventana de twitter del blog esté redireccionada hacia ese hashtag.

Sé que muchos pediréis que intente seguir como hasta ahora, pero hasta hace unos meses entraba en los comentarios con ansia para aprender de vosotros, y hoy entro con miedo por lo que me pueda encontrar. Casi todos los colaboradores del blog me han dicho en los últimos tiempos que están hartos y que se están planteando dejarlo, y he tenido que convencerles de que merece la pena. Aquí quiero dejar claro otro punto. Ninguno de los que escribimos en Zona Roja cobramos por ello. Yo tampoco. Mi trabajo en el AS es otro muy diferente y esto es solo una afición tomada tal vez demasiado en serio. En la redacción a veces encuentro momentos para dedicarme al blog, pero lo normal es que lo gestione mayoritariamente desde casa. Como cada vez tiene más contenidos, también me lleva más tiempo. Este año, durante la temporada, he llegado a casa del periódico cada día pasada la medianoche, para quedarme levantado siempre hasta bien entrada la madrugada escribiendo, corrigiendo textos, seleccionado fotos o vídeos, viendo partidos y resúmenes… Muchos os habéis sorprendido de las horas a las que os han llegado mis correos. Como nada es gratis, he tenido que sacrificar mi gran pasión (muy por encima de la NFL, y ya es decir) que es la bicicleta. Mis entrenamientos diarios han pasado a la historia. Nunca pensé que pudiera llegar hasta ese límite. Y quiero que tengáis claro que lo he hecho por vosotros. Porque merecéis la pena. Insisto, yo no gano ni un duro con esto.

Y hasta aquí he llegado. Alguno os preguntaréis por qué he necesitado tres entradas (que eran cuatro, pero he preferido unir las dos últimas para zanjar este tema de inmediato y pasar a hablar de football que es lo que nos gusta). El motivo es muy sencillo, el blog estaba entrando en una dinámica que necesito romper cuanto antes, y gastaré todas las entradas que sean necesarias para conseguirlo.

En todo el asunto del artículo al que me referí en la primera parte de este serial, ha vuelto a ver retratados los síntomas que estoy viviendo en el blog. Más de mil personas enfadadas y pegando voces. Mirad, yo creo en vosotros, porque formáis la mejor afición que pueda tener un deporte en ningún sitio. Me lo habéis demostrado durante años. Habéis entrado a comentar en el blog y me habéis sorprendido con vuestra inteligencia, agudeza y conocimientos. Con comentarios que me han provocado envida porque no se me habían ocurrido a mí. Habéis aportado argumentos que de inmediato he hecho míos. Me habéis enseñado casi todo lo que sé de NFL y habéis provocado que sienta una sincera admiración por cada uno de vosotros. Que cada día esté deseando entrar en Zona Roja con el único motivo de pasar un buen rato con la mejor gente posible. Sé, porque lo habéis demostrado, que sois capaces de no resumir un comentario en un simple calificativo, en un exabrupto, sino de desarrollarlo con éxito e inteligencia para demostrar que ese calificativo es merecido, sea bueno o malo.

Solo os pido, os suplico, que demos marcha atrás unos pocos meses, y volvamos todos a hacer un esfuerzo por hacer crecer el football en España desde debates apasionantes. Con argumentos y datos que hagan más ruido que las descalificaciones. Con respeto, con auténtico afán de saber, de aprender. Que el primer objetivo sea ofrecer lo que podamos, y no exigir nada, porque es el mejor camino para sacar cosas buenas.

Estoy seguro de que entre todos estamos haciendo algo grande y creo que no debemos perder el camino, porque sé de sobra que todos estáis llenos de buenas intenciones. No estoy diciendo que dejéis de criticar lo que os parezca criticable. Mi única súplica es que en cada comentario que hagáis, en este blog y en cualquier lugar que tenga que ver con el football, os detengáis un instante antes de hablar o escribir, e intentéis argumentar siempre de la mejor manera que seáis capaces cada afirmación. Como una demostración de respeto hacia los demás y hacia vosotros mismos. Y nunca uséis vuestros propios conocimientos para deslegitimar los que puedan tener los demás.

Mientras tanto, decidme qué decisión debo tomar sobre este asunto. ¿Qué camino debo elegir para que los comentarios de Zona Roja vuelvan a ser el espejo que demuestre la calidad moral e intelectual de los aficionados al football en España?

Espero vuestra respuesta para dar carpetazo al tema, que yo ya estoy deseando pasar a hablar del incendio que hay montado en las oficinas de los 49ers. Sin duda, el tema más interesante del momento.

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl