NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

La dictadura de la red (2ª parte)

Mariano Tovar

Ampliar


Hay dos formas de reprender a alguien: en público y en privado. Creo que esta obviedad tiene más importancia de lo que parece, porque en la mayor parte de los casos marca la diferencia entre la auténtica intención de corregir, mejorar, recibir explicaciones y dar un paso adelante, o humillar, dejar en evidencia, bloquear el diálogo y dar un paso hacia atrás.

La semana pasada inicié este pequeño serial tomando como diana un artículo que ni defendí, ni critiqué. Me limité simplemente a analizarlo fríamente, intentando aplicar el sentido común y unos razonamientos lo más objetivos posibles, y buscando huir de cualquier pasión que pudiera nublar mi juicio.

La cuestión que quiero tocar hoy es que una serie de personas insistieron en que me uniera a una crítica pública al famoso artículo. Además, estoy seguro de que lo hicieron de muy buena fe.

Ampliar

Yo no hago críticas públicas a nadie que hable o escriba sobre football americano en España. Cualquiera que me conozca lo sabe. Odio las críticas públicas.


Cuando un jefe en un trabajo, un profesor en un colegio, o cualquier ‘alguien’ reprende públicamente a otro por el motivo que sea, muy pocas veces busca corregir. Casi siempre tiene como principal objetivo demostrar su posición de fuerza, humillar, desacreditar, quedar por encima, convertirse en autoridad moral, demostrar que sabe más… Además, en esas recriminaciones públicas es casi imposible la réplica sin llegar a la discusión. Por supuesto, la persona recriminada se siente agraviada de inmediato. Lo normal es que su reacción consiguiente sea de rechazo y molestia, o de resignación en el peor de los casos. Lo que siempre queda es un poso de rencor, de “en cuanto pueda te la devuelvo”, de venganza latente. En la mayor parte de los casos el mensaje de la reprimenda no llega claro, e incluso la consecuencia es que el agraviado insista en el supuesto error en busca de auto reivindicarse, defender su posición y desacreditar al que le desacreditó previamente.

Ampliar

Resumiendo, un bonito juego llamado ‘a ver quién la tiene más larga y mea más lejos’.

Cuando un jefe en un trabajo, un profesor en un colegio, o cualquier ‘alguien’ corrige en privado y con deferencia, está demostrando que su objetivo real es ayudar y buscar una mejora. El punto de partida es positivo. Además, esa recriminación cara a cara no se suele fundamentar en argumentos cargados de testosterona, sino que puede ser más sutil, más razonable. Fundamentalmente, porque el que está enfrente sí tiene la posibilidad de defender sus argumentos, y replicar con explicaciones razonadas sobre el suceso en cuestión, así que hay que madurar muy bien si la reprimenda está justificada, y además saber argumentar los motivos y aceptar que puede haber circunstancias que no se conocían. Vale, siempre se puede llegar a las manos, pero también es más sencillo el diálogo, fundamentalmente porque no hay espectadores que influyan en la discusión o puedan desacreditar a una de las dos partes con su actitud.

Esa capacidad de razonar y dialogar es, precisamente, lo que nos diferencia de los primates menos evolucionados, que solucionan sus problemas con aullidos y golpes delante de toda la manada.

Ampliar
Ampliar

Con lo dicho anteriormente no pretendo quitar legitimidad a cualquier manifestación pública. Por supuesto que la tiene, y mucha. De hecho es un mecanismo previsto en nuestro ordenamiento jurídico. Todo el mundo está en su derecho de lanzarse a la calle a protestar. Pero creo que ese no es el tema tratado aquí. Pienso que también es importante entender que el número no es argumento de nada. Cientos pueden estar equivocados y uno solo tener razón.

Tampoco pretendo demonizar las críticas públicas, y menos cuando son bienintencionadas, bien razonadas y respetuosas, tres características que lamentablemente suelen coincidir en muy pocas ocasiones.

Por tanto, si yo pensara que un artículo merece una rectificación, o que al menos es necesario discutir con el autor sus razonamientos, jamás se me pasaría por la cabeza sumarme a una multitud vociferante a no ser que no tuviera otro remedio. Preferiría ir tranquilamente a hablar en privado con la persona que lo firmó, e intentaría explicarle mis argumentos. Y no digo imponer mis argumentos, sino explicarlos. Por supuesto, haría todo lo posible para entender los suyos. Además, jamás haría pública esa conversación. Nunca sabríais si ha tenido lugar o no. Porque mi intención nunca sería calmar a las fieras, sino buscar un fin superior.

Por supuesto, si esa persona ha sido amonestada por una multitud vociferante con anterioridad, ese diálogo se complica. Por tanto, mi recomendación a las multitudes vociferantes es que retrasen el linchamiento hasta que la cabeza recobre el dominio de las pelotas y puedan buscar una solución más racional.

Por eso creo que hay muchas soluciones antes de que un médico critique públicamente a un médico, un profesor recrimine públicamente a un profesor, o un periodista recrimine públicamente a otro periodista. Y sobre todo me parece preocupante el último caso. El 99% de los profesionales de la información son fácilmente localizables a través de un privado en sus cuentas en redes sociales, su correo electrónico, la centralita de su redacción o su propio teléfono móvil. Llegar hasta ellos en privado es sencillísimo.


Creo que éste chascarrillo ya lo he contado en ocasiones anteriores. En torno al año 2000 escribí un artículo en el que, entre otras cosas, criticaba un comentario de Andrea Zanoni en la retransmisión de un partido. Por supuesto, de inmediato se unió una multitud que aprovechó mi desliz para cargar contra Andrea con motivo o sin él. Pocos días después, hablé con Andrea por teléfono. Es una costumbre que mantenemos desde hace muchos años. Solemos comentar cada pocos días las últimas novedades del mundo del football americano, y de nuestras vidas personales, en conversaciones interminables. Por eso con el tiempo hemos desarrollado una muy buena amistad.

El caso es que estuvimos hablando de lo que fuera. De Warner, ‘El Autobús’ o lo que se terciara, y en un momento dado, como de pasada, Andrea me preguntó si estaba enfadado con él. “¿Yo? ¿Por qué lo dices?”. “Mariano, no entiendo que pudiendo decirme a la cara que algo de una retransmisión no te había gustado, hayas hecho la crítica en público. Lo mismo que escribiste podías habérmelo dicho personalmente y me habrías ayudado más, sin darle a la gente motivos para murmurar. Entre otras muchos razones porque sabes que tu opinión me importa y siempre la tengo en cuenta”. La realidad es que en estos años Andrea me ha dado magníficos consejos para Zona Roja y yo he intentado hacer lo mismo refiriéndome a sus retransmisiones. Y en muchas ocasiones esos diálogos han sido profundamente críticos, pero siempre hemos salido ganando los dos.

Siempre he intentado ser respetuoso con el trabajo de los demás, pero esa conversación que os cuento quedó grabada a fuego en mi cabeza. Desde entonces he intentado evitar aún con más ahínco hacer una crítica pública (más allá de las críticas periodísticas referidas a un equipo, jugador o directivo). Y, sobre todo, siempre he intentado razonar cada una de mis aseveraciones. En cada artículo que escribo me preocupa argumentar cada afirmación casi con manía enfermiza. Creo que es un deber ineludible de respeto hacia vosotros.


Por poner un ejemplo, cuando ofrecí a Jordi Piqué que su podcast apareciera en Zona Roja, solo puse dos condiciones. La primera fue que el programa tuviera una duración razonable y un minutado claro. La segunda fue que bajo ningún concepto se criticara, ni siquiera veladamente, a ninguna persona que escribiera o hablara sobre football americano en España, aunque fuera ocasionalmente. El programa era sobre NFL, y debía hablar de NFL. Me prometió que cumpliría las dos condiciones y así ha sido.

Como he dicho antes, cualquiera de los periodistas, profesionales o aficionados que tratan el football en España, son fácilmente localizables. Por ejemplo, mi correo electrónico aparece al final de todos mis artículos. No respondo a todos, pero sí que intento hacerlo a la mayoría, aunque algunas veces sea con semanas, o incluso meses de retraso. Eso sí, considero que esos intercambios de correo son privados. Cuando alguien los hace públicos y me consta, corto la comunicación de inmediato y para siempre. No pierdo el tiempo con quien no respeta mi confianza.

También mantengo una relación fluida con la mayoría de las personas que tratan la NFL en España y hablo en confianza con ellos porque les respeto. Sé positivamente que cuando alguno no está de acuerdo con algo que yo haya podido hacer o decir, lo primero que hace es marcar mi teléfono o escribir mi correo y comentarlo conmigo personalmente. No concibo que ninguno de ellos pueda traicionar nunca esa confianza desacreditándome a mis espaldas, porque sé que son personas íntegras que solo buscan lo mismo que yo, lo mejor para un deporte que les encanta. Por suerte, este deporte en España está lleno de buena gente.

Creo que cualquier periodista, cualquier persona, termina agradeciendo una crítica privada y razonada, alejada de los exabruptos, incluso aunque en un primer momento le moleste. Sobre todo porque le ayudan a hacer mejor su trabajo. También tengo muy claro que cuando alguien aprovecha un foro público para desacreditarte con o sin razón, dar por ciertas afirmaciones peregrinas sin preocuparse de contrastarlas antes por desinformación o mala fe, o insultarte, solo busca humillar, desacreditar, quedar por encima, convertirse en autoridad moral, demostrar que sabe más… En definitiva, imponer una posición de fuerza. Nunca corregir.

Así que ya sabéis por qué ni me uní a la protesta en su momento, ni he criticado al autor públicamente.

Pero sobre injurias, difamaciones, calumnias y redes sociales hablaré en la siguiente entrega de este serial que corre peligro de eternizarse.

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl