Denver Broncos 26 – New England Patriots 16
Para que haya un partido de algo, en cualquier deporte, es necesario que salgan a jugar dos equipos. Sobre el emparrillado del Invesco Field de Denver había jugadores con uniformes naranjas y blancos, pero estos últimos fueron meros espectadores, con entrada de lujo, de un concierto con Peyton Manning como solista, que sacó del campo a sus rivales a toque de corneta sin sordina, 377 yardas de pase y dos touchdowns.
Me gustaría decir que fue un duelo maravilloso, en el que volaron las pepitas de oro, los momentos extraordinarios y las jugadas inolvidables, pero no sucedió nada de eso. Para Peyton Manning fue un día más en la oficina, a grito de ¡Omaha! y festival de lanzamientos. La defensa de los Patriots simplemente no existió. Y menos cuando en el minuto cuatro del segundo cuarto, Talib, su cornerback estrella, salía del partido lesionado para no volver más. Ahí terminó la historia, porque a partir de ese instante ni Dennard fue capaz de suplirle encargándose de defender a Demaryus Thomas, ni Logan Ryan, el defensa que entró a sustituir a Talib, supo frenar a nadie. Así que Peyton completaba hacia donde quería, y lo lejos que hiciera falta, que siempre que tuvo un tercer down largo lo solventó sin problemas, y encontrando receptores completamente solos.
La única oportunidad de los Patriots pasaba por convertir el partido en un duelo de pistoleros, en el que Tom Brady consiguiera anotar al mismo ritmo que Peyton Manning. Pero el ataque de New England tampoco existió. Los intentos de carrera morían casi antes de empezar en las fauces de un Terrance Knighton inconmensurable, y los pases se diluían con lanzamientos demasiado largos o sin puntería de Brady, o con los balones que dejaban caer Amendola y compañía. Además, la defensa de los Broncos asfixiaba al quarterback rival, que sufrió varios sacks y todos en momentos importantes.
Y con esta tónica transcurría un partido sin historia. Con Manning avanzando a placer ante la inoperante defensa de los Patriots, y Brady atascado en una encrucijada, incapaz no ya de mantener el ritmo anotador, sino de meter ningún punto después del field goal conseguido por su equipo en el segundo cuarto, cuando ya perdía 10-0. Mediado el cuarto final, Edelman anotaba un touchdown que dejaba el marcador 23-10, y que fue como un grito desesperado tipo “¡Que estamos aquí!”, porque hasta entonces los Patriots fueron como fantasmas a los que no se veía, ni escuchaba, y que parecían arrastrar una pesada bola de acero.
En un último arreón, y a la desesperada, Brady firmó un último touchdown de carrera, pero los Pats no consiguieron la conversión de dos y quedaron a diez puntos (26-16) con tres minutos por jugar. Y ese fue el marcador con el que concluyó la historia.
El Broncos-Patriots que puede significar el final de una rivalidad mítica, fue un epílogo que no hace honor a tantas y tantas batallas inolvidables. En esta ocasión todo quedó en un desfile militar, con patada y tentetieso. No hubo pócimas de Belichick, ni miradas de asesino de Brady. El único mago fue Payton Manning, que después de una temporada fabulosa, en la que ha destrozado todos los récords que puede conseguir un quarterback en los 16 partidos que disputa cada equipo en la temporada regular, disputará su tercera Super Bowl y buscará su segundo anillo.
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