La leyenda de ‘Modo Bestia’
Pero hay una cosa que me gusta en Seattle. Que me gusta, no… que me encanta.
¡Me encanta Marshawn Lynch!
El running back de los Seahawks es uno de mis jugadores favoritos de su generación. No solo por la manera con que juega al fútbol americano, como si no hubiera mañana. También por su personalidad única y por su historia de vida. Creo que Lynch es uno de los personajes deportivos más interesantes de la NFL actual, llena de divas y estrellas narcisistas, que pasan el día clamando por atención en los medios y redes sociales.
Lynch acaba de ser multado en 50.000 dólares por no haber dado una sola entrevista durante TODA la temporada. Para no perder más dinero, el running back fue prácticamente obligado a participar de una rueda de prensa mirando hacia los playoffs. El resultado, exactamente 72 palabras en una sesión que duró poco más de dos minutos.
Eso se explica por el pasado difícil de un chaval que nació en una zona conflictiva de Oakland, una de las ciudades más violentas y desiguales de EE. UU.
Ubicada en el otro lado de la bahía de San Francisco, Oakland tiene el número más alto de robos violentos del país, 10,9 para cada 1.000 habitantes, más que el doble de cualquiera otra gran ciudad californiana y casi el triple de la vecina, San Francisco (4,9). Es una ciudad plagada por las peleas de bandas, tensión racial y tráfico de drogas y armas.
Su hermano pequeño, Davonte Sapp-Lynch, intenta seguir los pasos del hermano y, aunque en una universidad pequeña, la Contra Costa College, es la estrella del equipo. Pero es complicado intentar igualar el éxito de su hermano.
Marshawn Lynch dejó el instituto Oakland Tech como el segundo running back más valorado del país, solo detrás de Adrian Peterson. En la temporada de 2003, jugando al lado de su primo, Josh Johnson, hoy QB suplente de los Bengals, corrió para 1.722 yardas y 23 TDs en apenas ocho partidos. Ese año espectacular y su manera brutal de correr con el balón le hicieron ganarse el apodo que lleva con mucho honor hasta hoy: “Modo Bestia”.
Aunque tuviera otras opciones, decidió quedarse cerca de casa y jugar por los Golden Bears de la Universidad de Cal, en Berkeley, a menos de media hora de Oakland. Después de correr para 1.356 yardas, 11 TDs y ser elegido el mejor jugador ofensivo de la conferencia Pac-10 todavía como junior en 2006, decidió irse a la NFL. Pero antes, lo celebró paseando con el cochecito del equipo médico por el césped del estadio lleno.
En el draft de 2007 fue la elección de los Buffalo Bills en la primera ronda, sólo 11 posiciones después de su primo, el quarterback Jamarcus Russell, que salió número uno para los Oakland Raiders.
En una de sus pocas entrevistas largas, para el programa E:60 de la ESPN estadounidense, Marshawn Lynch se ríe de si mismo al recordar qué pensó cuando le dijeron que iba a jugar en el estado de Nueva York.
“Yo pensé que iba a vivir en Manhattan, salir de copas con Jay Z… Pero cuando me bajé del avión y me dí cuenta que Buffalo no era la ciudad de Nueva York, con nieve por todos los lados… tío… ¡yo nunca había visto nieve en mi vida!”, explica el californiano, sin disfrazar la frustración.
Pero Lynch se enfrentó con su buen humor característico al clima y el aburrimiento de la tranquila ciudad que hace frontera con Canadá, en el nordeste de EE.UU. Después de que su antecesor en el backfield de los Bills, Willis McGahee, se quejara de que en Buffalo sólo hay “mujeres feas” y “no hay nada que hacer”, Marshawn participó de un épico reportaje con el reportero/comediante Kenny Mayne dónde demuestra las maravillas de la vida nocturna de la ciudad.
Pero fue en Buffalo donde empezaron sus problemas fuera del campo de juego. En 2008 el jugador atropelló a una mujer sin prestar socorro. En 2009 fue detenido con una pistola sin tener licencia. En los dos casos Marshawn Lynch fue condenado y, por el segundo, también suspendido tres partidos por la la NFL. En 2012, ya por los Seahawks, fue detenido conduciendo ebrio, caso que sigue abierto en la justicia ordinaria.
Lynch no niega que haya cometido errores, todo lo contrario, los asume abiertamente. Pero se enfada cuándo le preguntan si estos episodios fuera de la ley ayudan a perpetuar la fama de macarra.
En la temporada de 2010, los Seahawks fueron el primer equipo en llegar a los playoffs con más derrotas que victorias, 7-9, gracias a una NFL West nefasta. Pero sorprendieron al mundo venciendo a los Saints, vigentes campeones de la Super Bowl por 41-36.
Marshawn Lynch había llegado al equipo hacía menos de tres meses, desacreditado, en un trueque que le costó apenas una elección en las quinta y cuarta rondas del draft a Seattle. Faltando 3:34 para el final del partido, el running back fue el protagonista de una carrera inolvidable que selló la victoria contra los favoritos.
Seattle lideraba por sólo 4 puntos y estaba en la línea de sus 33 yardas cuando Lynch se enchufó en “Modo Bestia” para romper nada menos que nueve tackles antes tirar al suelo al cornerback Tracy Porter con un stiff-arm humillante y correr para 67 yardas y tirarse a la endzone para el TD. La celebración de la grada fue tan grande que literalmente generó un temblor sísmico en las inmediaciones del estadio.
Según el propio Marshawn Lynch, esta carrera representa su propia vida.
“De donde vengo yo, uno no se ve la luz”, explica. “Yo no vi la luz al principio de aquella carrera. Tuve que pelear por verla, como en mi vida, donde cometí errores y tuve que pagar por ellos. Pero al final he llegado a la endzone, en ‘Modo Bestia’, peleando siempre, como en la vida real”.
Marshawn Lynch, en modo bestia. Ojalá los 49ers no lo veamos el domingo.