New England Patriots 43 – Indianapolis Colts 22
En 2001 un equipo asombró al mundo. Estaba formado por un grupo de jugadores sin prestigio. Muchos de ellos desechos de tienta de otras franquicias. Pequeños para su posición, lentos para su labor, inútiles para postemporada. Ese equipo conquistó la Super Bowl y fue bautizado como ‘The Band of brothers’. Eran los New England Patriots.
Es curioso. Después de que ese equipo haya conquistado tres Super Bowls, disputado otras dos, llegado a playoffs en cinco ocasiones más, completado una temporada regular perfecta en la que destrozó todos los récords ofensivos habidos y por haber (los mismos que han vuelto a superar los Broncos este año), elevado el football ofensivo a la categoría de arte, cambiado la forma de entender este deporte, y convertido su rivalidad con los Colts en la más grande del siglo XXI, los aficionados de los Patriots siguen añorando aquel equipo primigenio. La semilla de una dinastía que no solo se ha hecho grande en cada uno de sus snaps, sino que mientras caminaba ha engrandecido a la NFL.
Sí, la mayoría de los aficionados de los Patriots reniegan de un equipo que se convirtió durante mucho tiempo en una fábrica de sueños y de fuegos artificiales, y prefieren recordar aquellos primeros años, con las Torres Gemelas aún humeantes, cuando eran un grupo de apestados, el hazmerreír del mundo, pero dispuestos a dar su vida por sus colores, volcados con sus compañeros, humildes en la victoria y entregados a un ideal que los engrandeció como personas y los convirtió en referente. En la demostración palmaria de que por muchas limitaciones que tenga un ser humano, con su esfuerzo puede llegar a las cotas más altas.
Los Patriots de 2013 tienen entusiasmados a sus viejos seguidores. Otra vez son un grupo conjurado, carne de cañón, como la serie de Steven Spielberg, estrenada el 9 de septiembre de 2001, dos días antes de que el mundo se viniera abajo, y que cuenta la historia real de la Compañía Easy, del 506º regimiento de la 101 aerotransportada, durante los últimos meses de la II Guerra Mundial desde el desembarco de Normandía. Y así se quedaron bautizados los pupilos de Belichick. Como ‘The Band of Brothers’. Vencedores improbables, luchadores incansables, maestros de lo absurdo, conseguidotes de lo imposible. Porque eso era exactamente lo que eran los Patriots en 2001. Y eso es exactamente lo que son los Patriots en 2013.
Anoche, en un partido en el que los Patriots se metieron en las trincheras, y volvieron a luchar por su vida como lo que son, un grupo en el que nadie cree y plagado de parches y tiritas, Legarrette Blount fue un gigante que sumó 4 touchdowns y 166 yardas en 24 carreras que recordaron, una tras otra, al mítico Capitan Spears atravesando de un extremo a otro, como alma que lleva el diablo, un pueblo tomado por los soldados alemanes. En un viaje suicida de ida y vuelta. Y sí, estamos hablando del mismo Blount al que el año pasado despidieron los Buccanneers por inútil. Un tipo que en su primer año asombró con una irrupción inesperada y que después se fue apagando, hasta quedar sumido en la nada. El mismo jugador que ahora avanza como un bulldozer, mientras una criticada línea ofensiva abre espacios a sangre y fuego como si fuera lo único que importara en la vida. Porque estos Patriots no juegan al football. Combaten. Y da lo mismo que ganen o pierdan. Te llenan el alma porque son sinceros. No engañan a nadie. No se dejan nada en la banda. Cuando salen al campo su entrega es completa y su abandono heroico. Como lo eran con Bruschi y Vrabel, Ty Law y Milloy, Tebucky Jones y Brandon Mitchell, Troy Brown y Antowain Smith.
Y cuando todos dábamos a esa defensa por muerta, masacrada hasta el último hombre, fue empujada en un arreón inesperado por un recién llegado. Porque solo en un equipo conjurado de esa forma puede resurgir de la nada un tal Jaime Collins. Recién aterrizado en el frente y sin tiempo para formarse. Lanzado al combate para cubrir bajas de condecorados caídos, con solo ocho titularidades hasta éste partido, para con una fe ciega completar una actuación insuperable, con tres placajes decisivos, un sack antológico y una intercepción inspiradora. O Alfonso Dennard, que de condenado a 30 días más de cárcel pasó a ser indispensable, y a conseguir dos de las cuatro intercepciones que sufrió Luck.
¿Creéis que no os estoy contando lo qué sucedió en el partido? Pues estáis equivocados. Eso es exactamente lo que vivimos. Que los Colts empezaron regalando 7 puntos y encajando siete más. Que desde ahí, como casi cada semana, se plantearon una remontada a la heroica, a base de misiles intercontinentales, pero que la infantería de los Patriots, a base de coraje, sacrificio y juego de carrera, convirtió a Brady en un actor secundario y ganó el partido con la brillantez de un trabajo completado entre todos, donde si era necesario el kicker hacía de punter, el quarterback de holder y salían a jugar algunos tipos desconocidos pero que hacían simple y llanamente lo único que les pedía Belichick: dejarse el alma.
Como me sucedió en 2001, yo creo que este equipo necesitaría un milagro no ya para conquistar el Lombardi, sino para alcanzar la Super Bowl. Pero eso ya es lo de menos. El camino recorrido hasta ahora ya ha valido la pena.
mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl