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La fórmula del equipo perfecto sigue sin ser descubierta

Mariano Tovar

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El cuerpo me pedía titular este artículo con un título de película: ‘Pesadilla antes de Navidad’. Recurrir al cine siempre es una solución sencilla. Llama la atención, el lector enseguida identifica el concepto y adopta una actitud cómplice con el autor, y además queda vistoso. Perfecto. Sin embargo, en todos los manuales de periodismo se insiste en que hay que evitar ese recurso fácil. Vale, pues no titulo ‘Pesadilla antes de Navidad’, pero que le pregunten a Schwartz, a ver qué opina.

Esta semana los seguidores de muchas franquicias han vivido en el filo del alambre, pensando que sus equipos se jugaban el todo por el todo y, una vez más, el caos ha terminado por campar a sus anchas, rompiendo la mayoría de los pronósticos y confirmando que la famosa frase reformulada por José Antonio Ponseti, “hasta el toro todo es rabo” es uno de los mandamientos más importantes de la NFL.

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Porque todos llevamos cuatro meses estudiando a los equipos, sus titulares, suplentes, lesionados, asistentes, intangibles… incluso a sus cheerleaders, para intentar alcanzar la perfección de conocimiento. El karma que decía Earl en su famosa serie. La fórmula que nos permita saber si de verdad unos y otros aspiran al anillo.


A veces pienso que hay pocos esfuerzos más banales. Tantas y tantas horas de ver vídeos, partidos repetidos, drives completos y jugadas decisivas una y otra vez, para que una lesión, un cambio en el plan de juego, o un volantazo de última hora conviertan todos nuestro esfuerzo en algo inútil. Y eso sin olvidar que una vez terminada la temporada, el nuevo curso comienza casi de cero. Nos convalidan las asignaturas de esos jugadores que ya conocemos como si fueran familia, pero el puzzle suele cambiar completamente y muy poco de lo anterior sirve para nada.

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Así que, un año más, nos hemos tirado desde septiembre buscando absolutos en la NFL, guías que nos permitan entender lo que pasó, y deducir lo que va a pasar, y en estas últimas semanas caóticas están saltando por los aires.

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Esas afirmaciones tipo: “la defensa de tal equipo es infranqueable”, “el ataque aéreo de tal otro no funciona”, “ese backfield no tiene profundidad” o “con tal baja esa secundaria se derrumba”, son verdad o mentira según el día, el momento o quién sabe qué circunstancia inverosímil. Y es que no aprendemos. Ya hemos visto a los Giants ganar dos Super Bowls casi seguidas, cuando en la tradicional disección salían bastante mal parados y, sin embargo, los intangibles terminaban por imponerse con persistencia machacona. Ese favor de los dioses al que los clásicos acudían cuando no había explicación racional.

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Ahora, se han encendido casi todas las alarmas porque uno de los absolutos se ha derrumbado como cayeron los muros de Babilonia. ¡Los Seahawks han perdido en casa! Y de repente, todos los médicos, cirujanos y especialistas en plagas bíblicas han rodeado la cama del enfermito para intentar explicar el origen de la enfermedad. Porque por arte de birli birloque, los de Seattle han pasado de ser el equipo a batir en la Nacional, a un conjunto con problemas que añora a un Percy Harvin que nunca estuvo, con un Wilson que ahora ya no es para tanto y una defensa que necesita jugar fuera de la ley para ser efectiva y que se desmonta en cuanto los árbitros sacan pañuelos con justicia. Los agoreros han salido a las calles para anunciar que el fin del mundo se iniciará en la bahía de Puget Sound y que una de sus primeras manifestaciones será el derrumbe de las gradas del CenturyLink.

La realidad es que un deporte tan rico como el football, tan lleno de matices, detalles que analizar y ciencia aplicada, la fórmula del equipo perfecto sigue sin ser descubierta. Y al final, por mucho que algunos se empeñen en negarlo, y buscar empirismo donde no lo hay, el estado de ánimo de un jugador concreto, un día concreto, puede ser el factor que desequilibre un duelo y decida un campeón. En la NFL, como en las batallas clásicas, un abanderado puede inflamar más los corazones y ser más decisivo que el mejor general. Porque en el football la victoria no solo llega a través de la cabeza, sino también del corazón. y tal vez esa sea la única razón de la debacle vivida en Seattle. Unos no jugándose casi nada, frente a otros que debían darlo todo.

Es curioso que prácticamente todos los años las posiciones de playoffs parezcan casi decididas a falta de cinco o seis jornadas, y que cada diciembre la NFL tenga la mala costumbre de introducirse en una batidora para que todo quede patas arriba de una semana para otra. Definitivamente, en el último mes del año la lógica no existe.


Pero el ser humano necesita asideros seguros a los que agarrarse para no morir de vértigo. Elementos fijos que se mantengan donde siempre. Faros que ayuden a encontrar el camino. Y para eso están tipos como Peyton Manning, que independientemente de su equipo, plantilla y compañeros, están siempre ahí, marcando el camino y la diferencia. O como los Patriots, fijos en postemporada a pesar de los pesares.

El récord conseguido por Peyton Manning, 51 touchdowns cuando aún tiene un partido por delante, es una barbaridad. Un hito que vuelve a dar argumentos a los que piensan que la diferencia no está tanto en la estrategia como en los jugones. Una reivindicación para los que siempre priman la individualidad sobre el conjunto. Por supuesto, Peyton no hubiera podido romper el récord si no hubiera tenido a su alrededor diez compañeros. Lo que me pregunto es hasta qué punto esos compañeros se aprovechan del genio o es el genio quien se aprovecha de ellos. A veces simplificar no es tan malo, que el football sea un deporte complejo no significa que no se pueda hacer sencillo. Y ahora me pregunto: ¿hubiera cambiado Peyton su récord por un Von Miller sano hasta la Super Bowl?


Llegamos al momento culminante de la temporada. El tiempo en el que frases bonitas como que los ataque ganan partidos y las defensas campeonatos, salen del armario para imponer su dictadura lapidaria y fraudulenta. Pero yo creo que al final, el football no deja de ser un deporte, y su propia sofisticación provoca que los intangibles multipliquen su importancia. Como siempre os digo, tenemos la manía de idealizarlo, de pensar que en el vestuario se planifican batallas con exactitud matemática, que la ejecución perfecta segura el éxito, y que cada suceso tiene una explicación racional. Yo no me creo nada de eso. No me lo he creído nunca. Como se suele decir, en la guerra casi nunca sale nada como está previsto, y bajo la patena de perfección se esconde mucha más improvisación de lo que queremos creer. Por eso, un Peyton Manning surcando el cielo, un Belichick poniendo orejas de burro, o un grito de ánimo lanzado al viento en el momento preciso y en el instante correcto, muchas veces tienen más valor que cientos de horas de estudio y planificación.

Esa es la grandeza del football, que todos encontramos su magia en un aspecto diferente y todos tenemos razón. Porque cada uno tiene sus cadaunadas y lo que para uno es vital, para otro tiene categoría de patochada.

En este año, tan loco como cualquier otro, unos intentarán ganar el anillo con su bloque y otros con sus estrellas. Unos con ciencia y otros con ángel. Algunos apelarán a la épica y otros intentarán imponer su rodillo. Unos con ataque, otros con defensa. Casi todos con lo que haga falta, que en la guerra no se hacen prisioneros. Pero por mucho que nos empeñemos, no hay una fórmula infalible. El 4 de enero todos los clasificacos empezarán de cero y la única ventaja adquirida será la sede de cada batalla.

Y al final, lo único importante es que la NFL nos mantiene hipnotizados, en busca de una perfección que no existe salvo en tipos increíbles como Peyton Manning.

Feliz Navidad a todos.

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl