Hoy he ido una vez más al médico, que para tranquilizarme me ha dicho que todos los años muere mucha gente de gripe porque no tiene tratamiento efectivo. El comentario me ha animado bastante. Y más cuando me ha dicho que la uvulitis que he desarrollado durante la postración tampoco tiene mucho arreglo más allá de una inyección de Urbason cuyos beneficios han sido completamente nulos. Vamos, que estoy eufórico y viendo el final del túnel cada vez más lejos.
Así que ahora mismo estoy escribiendo esto después de pasar cuatro días postrado, entre sudores fríos y pesadillas recurrentes, incapaz de coordinar, ingerir alimento, o desarrollar un pensamiento coherente (bueno, eso último ya sucedía antes de la enfermedad). Y ahora estoy delante del ordenador, sin saber muy bien si seré capaz de llegar al final de un artículo coherente, mientras mi campanilla, convertida en un campanón digno de una catedral dentro de mi boca, reposa tranquilamente tumbada sobre mi lengua provocándome arcadas recurrentes, e intentando cerrar para siempre mis conductos respiratorios.
¡Menuda gripe! Nunca en mi vida había sufrido una tan gorda.
Pero para ridículos, y gripes, la aviar que ha sufrido la NFL esta semana. Que todos los gallitos se subieron al tejado con la intención de cantar kikiriki a pleno pulmón, para terminar formando parte de un guiso de crestas de gallo, manjar que quizá muy pocos hayáis probado en esta vida, pero que es digno de la mesa de un rey.
Pero volvamos a los gallos de la NFL, que me están volviendo las alucinaciones que ya sufrí en una noche del pasado jueves que jamás olvidaré (y de la que recuerdo bien poco).
Broncos, Eagles, Patriots, Cowboys, Saints y Bengals pegaron petardazos inesperados.
Más sorprendente fue el petardazo de los Eagles, tanto ofensivo en los primeros compases, como defensivo en la totalidad del encuentro. Unos Vikings sin Peterson, y con Cassel a los mandos, se dieron un auténtico festín de crestas de gallo mientras el QB apunta a superviviente en un equipo en el que la gripe promete hacer estragos en cuanto termine la temporada. Por su parte, lo de los Eagles en defensa fue como lo de los primeros partidos, pero a lo bestia. Cuando parecían curados de la dolencia, ésta resurgió en su versión más febril. Ahora solo queda saber cual de las dos teorías de mi médico se hará realidad. ¿Habrá sido una simple semana de gripe vulgar o será una de esas gripes mortales que te entierran?
El caso de Patriots y Broncos es muy similar. Se asomaron a la ventana, vieron un día brillante y soleado, y decidieron salir en camiseta para disfrutar de la jornada, pero tenían enfrente a dos equipos, Dolphins y Chargers, que están ante sus últimas oportunidades para ser considerados gallitos, y que se abrigaron bastante más, aprovechando los de Florida las debilidades de unos Pats cogidos por alfileres, y los de California la falta de ritmo de un ataque conformista y los agujeros cada vez más evidentes de una defensa que no da, ni de lejos, el mismo miedo que su ofensiva. Tanto en un caso como en otro, la gripe fue fulminante, y además parece haber dejado bastante tocados a los pacientes, que tendrán que tomar muchos reconstituyentes antes de que empiece la postemporada si no quieren recaer.
Pero que nadie se engañe. La gripe dura siete días con medicinas y una semana sin ellas. Los gallos, gallos son. Y casi todos los que perdieron su cresta en los últimos días volverán a subirse al tejado en pocos días para entonar su kikiriki. Que todo el mundo puede terminar con su propia campanilla convertida en alienígena bucal antes o después.
Yo llevo varios días arrepintiéndome de no haberme vacunado. Ya sabéis: “¿para qué? Si luego la que se extiende es diferente a la que estaba en la jeringa y la pillas de todas formas”. Pero últimamente, cuando veo el rodillo de los Seahawks, el renacer de los Niners o el resurgir imparable de la defensa de los Chiefs, pienso para mí mismo: “¡Cabrones! ¡Esos seguro que sí se han vacunado con la buena!”