“¡¡¡Por favor, por favor, por favor, que salga cara!!!”
Gene Steratore miró a Wesley Woodyard: “¿Cara o cruz?”. “¡Cara!”, respondió el linebacker de los Broncos. Ninkovich, Slater, McCourty y Mankins, capitanes de los Patriots, no se atrevían a levantar la vista y miraban al suelo como rezando. Todos suponíamos que suplicaban que saliera cruz. Ni de lejos. “¡¡¡Por favor, por favor, por favor, que salga cara!!!”.
Después de cuatro cuartos inolvidables, cargados de tensión, errores, frío, viento, remontadas, penalizaciones polémicas, taquicardias y genialidad, ese instante en que Steratore hacía volar la moneda concentraba tanto estrés que parecía imposible que el Gillette Stadium no explotara en mil pedazos. Medio Boston había apagado la televisión al final del primer cuarto, cuando tres fumbles consecutivos habían puesto al los Broncos 0-17 casi sin necesidad de salir al emparrillado. Los Pats empezaban el partido suicidándose. El otro medio se fue a la cama en el descanso, cuando Peyton Manning había añadido siete puntos más al vía crucis. 0-24. Toda la temporada esperando el choque del año y parecía decidido antes de comenzar.
Steratore lanzó la moneda y las gradas contuvieron el aliento mientras unos y otros se agarraban las manos enguantadas, para protegerse del frío siberiano que marcó el partido. “Que salga cruz, que salga cruz, que salga cruz…” repetían como en una letanía desde cada esquina del estadio. Como si el futuro de la humanidad dependiera del vuelo de una monedita. “¡CRUZ!” gritó Steratore. Los aficionados de los Patriots, que habían hecho un acto de fe perfecto, manteniéndose al pie del cañón cuando todo parecía perdido, rugieron en un solo grito eufórico.
Cuando Ninkovich, Slater, McCourty y Mankins descubrieron que la moneda había caído con la cruz mirando al cielo se quedaron paralizados por el pánico. “No puede ser. Nos toca elegir. ¡¿Dios mío, cómo nos has hecho esto?!” Se interrogaron con la mirada mientras tragaban saliva. Slater estiraba el cuello y se volvía para consultar una última vez a la banda: “¿Seguro?” “¿Lo hacemos?” Ninkovich encogía los brazos haciendo la señal de que recibían el balón para atacar, pero no miraba al árbitro, sino a sus dos compañeros buscando complicidad. “Tíos, de aquí hoy no salimos vivos. Si pedimos defender nos mata el público. Si atacamos nos mata Bill”. Slater y McCourty estiran aún más el cuello y miran una y otra vez hacia la banda. “Joder, qué marrón”. “Mira Rob, preferimos que la gente nos saque del estadio sobre una viga, embadurnados de brea y plumas, que enfrentarnos a Belichick después de llevarle la contraria”. A esas alturas el mundo del football contenía el aliento, los capitanes de los Broncos miraban sin dar crédito a lo que veían, Steratore se impacientaba y el público enmudecía: “¡Vamos a darle el balón a Manning para que dirija el drive de nuestra derrota!” “¡¡¿PERO QUE HACEN ESTOS IDIOTAS?!! ¡¡¡SE HAN VUELTO LOCOS!!!”
Y ahí estaba el secreto de la decisión. Bill Belichick, en una nueva voltereta genial que engrandecerá aún más su figura, prefiere defenderse de Peyton Manning a retar al general invierno y tener el viento en contra. Y eso que durante el tercer cuarto mágico que le dio la vuelta al partido, Tom Brady había jugado contra la defensa de los Broncos y contra el viento siberiano que convertía cada lanzamiento en una aventura y cada yarda ganada por tierra en una batalla titánica.
El público enmudecía e incluso se escuchaban algunos silbidos. Otros insultaban al viejo Bill, como lo habían insultado hace ya algunos años, un 15 de noviembre de 2009, cuando a falta de dos minutos, y ganando por seis puntos, decidió jugarse un cuarto down en la propia yarda 28 para matar el partido en vez de confiar en que su defensa sería capaz de frenar a Peyton Manning durante ciento veinte segundos. Entonces no le salió, y aún le critican por ello. Esta vez sí arranco una victoria, aliándose con el viento.
Como os dije en la previa, los Tom-Brady no hay que verlos con la calculadora en la mano, ni ojeando libros de jugadas. En los Tom-Peyton no importa quién esté lesionado ni quién sano, siempre y cuando los dos geniales quarterbacks estén en el campo y ‘tito Bill’ en la banda. Lo único que importa es que todos ellos, en algún momento insuperable, o incluso durante un rato largo que deslumbra hasta dejarnos ciegos, alcanzan un nivel de excelencia, logran una cota de genialidad, que trasciende al deporte, la rivalidad, el resultado y la madre que los parió a todos. Simplemente es arte. Puro talento. Instantes en los que algunos hombres tocan tan de cerca la perfección que se confunden con dioses.
Después de catorce enfrentamientos, de tantas horas de batalla, de fintas imposibles, de decisiones inaccesibles a la comprensión humana, de vueltas y revueltas en torno a Tom, y a Peyton, Bill apostó por que esa maldición que parece perseguir al genial quarterback en postemporada no tiene nada que ver con el carácter, ni con brazos encogidos o tensiones mal digeridas. A veces la respuesta es mucho más sencilla: el frío.
No sé quién ganará la Super Bowl, ni me importa. Yo ya he visto este año todo lo que quería ver en la NFL. Os regalo el deporte. Yo me quedo el arte.
Ah, y por si a alguien le interesa, los Pats ganaron el partido en la prórroga. Despejaron el balón, que golpeó en un contrario y quedó en su poder en la yarda 13 rival. Field goal bueno y 34-31. Minucias.
mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl