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TRIBUNA LIBRE: Un juego de la NFL, visto desde adentro. Desde muy adentro.

Por Sebastián Corti Twitter: @sebcorti

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Trabajo en una agencia de publicidad en México que hace campañas para la NFL.

En este blog, he compartido mucho del trabajo que realizamos para promocionar nuestro deporte favorito. Esta vez les quería compartir algo distinto, una invitación que nos hizo la liga, a través de la oficina de NFL México, para poder ver un juego (Dolphins vs Ravens, semana 5) y conocer un poco más de las intimidades que rodean cada uno de los partidos que solemos ver cada domingo.

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11 30 am. Gate D. Este era el escueto mensaje que recibimos en nuestros móviles. No nos hacía falta saber nada más.

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Esa era la hora y el lugar donde teníamos que estar para que un representante de relaciones públicas de los Miami Dolphins nos abriera la puerta de un mundo aún más apasionante que ir a ver un juego de la NFL.. Un juego de la NFL, visto desde adentro.

11 30, qué digo 11 30, 11 15 ya estábamos ahí. Cambiados, peinados, con pis y caca hechos, como decía un profesor de mi escuela secundaria.

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A las 11 42 nos encontramos con el representante de la NFL México. Antes de entrar, nos aleccionó sobre una regla de oro en la NFL: ninguna persona que represente a la liga puede llevar ropa o merchandising de alguno de los equipos. Ni siquiera la del equipo local, en caso de visita a su estadio.

Resultado: la gorra de mis queridos NYG, en el bolsillo del pantalón, y un amigo tuvo que sacarse su Jersey # 52 de Ray Lewis, y usar la camiseta blanca que tenía debajo.

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A las 11 52, el sésamo se abrió.

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Entramos al estadio, y en vez de tomar las escaleras mecánicas que conducen a  las localidades del público en general, nos quedamos en la planta baja. Y entramos por una puerta de “servicio” que conduce al pasillo inferior del estadio.

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Este pasillo circular de la planta baja es el verdadero sistema circulatorio del estadio. Toda la organización se concentra ahí. Vimos pasar corriendo crews de TV, a asistentes de los equipos con shoulder pads de repuesto, hasta carritos con hielos y los famosos tarros naranjas de Gatorade. Por supuesto, los únicos que no corríamos éramos nosotros, que no nos queríamos perder detalle.

Caminamos 50 metros hasta llegar a una sorpresa: entramos a un salón vidriado donde estaban las porristas de Miami Dolphins, ensayando a 5 metros de distancia.

Con una disciplina casi militar, una instructora ordenaba las formaciones y los bailes. Sin ningún despecho, y con un sonoro “pay attention, you, rookie” regañó a una de las porristas que había entrado mal a una formación. La verdad es que a más de uno de los asistentes a ese ensayo nos hubiera gustado consolar a la pobre chica.

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La sensación de estar a sólo un metro de 50 bellezas de ese calibre bailando, se puede definir de muchas maneras: como niño en juguetería, gordito en buffet, apostador en Las Vegas y una larga serie de etcéteras que seguramente a todos nos rondarán por la cabeza.

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Segundos después, la gente de la liga nos dio un pase que, al leerlo, nos temblaron las piernitas de emoción. Decía:: “permitido entrar al campo, antes del juego y durante el entretiempo. Prohibido durante el juego. Prohibido pedir autógrafos”.

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Apenas digeridas las porristas, caminamos, o mejor dicho corrimos veinte metros más, para llegar a la entrada al campo de juego. Nos recalcaron que no se podía entrar con cámaras de foto o video profesionales. Lo único ilegal que yo tenía era mi gorra de los NYG escondida en el pantalón, así que no hubo problema alguno.

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Entras al campo y así, como de la nada, ves, a un metro, a Sam Koch, el punter de Ravens, despejando con la naturalidad de un papá que le patea un balón en un parque a su hijo.

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Los demás jugadores estiran, corren rutas tranquilas, y se van acostumbrando al césped y al clima (35 grados, y mucha humedad, bien típico de Miami en octubre).

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Con estricto apego a la ley, a un minuto de empezar el partido, la gente de la liga nos condujo al pasillo, nos dio las localidades que nos tocaban y se despidió de nosotros. Asientos en la parte alta, central, del estadio. Cómoda y recomendable porque tiene un ángulo similar a una transmisión de TV.

En nuestra cabeza, sólo nos quedaba disfrutar del partido, y volver al campo de juego en el entretiempo. Todavía quedaba algo más, cortesía en parte de la NFL y en parte de la llamada viveza latina.

El two minute warning fue nuestra señal. Tomamos el elevador, llegamos al pasillo inferior enseñando nuestros pases con el orgullo con el que enseñaban sus backstage pass, los protagonistas de esa icónica película noventera “Wayne’s world”.

Nos dirigimos por el pasillo a la entrada hacia el campo. Y ahí los vimos. Los rosters de jugadores y todo el equipo técnico caminando hacia nosotros. Iba ganando Miami 13 a 6. Era un partido tranquilo. Pero el rush de adrenalina que contagia el paso de 70 jugadores de la NFL al lado tuyo, es algo difícil de describir.

Se nota claramente cómo se dividen los equipos. Las líneas defensivas y ofensivas van juntos. Hablando y bromeando en un slang imposible de descifrar para alguien que ha aprendido inglés con CD’s del estilo de “Inglés sin Barreras”.

Los kickers y punters, solos. No hay quien los pele, como se dice en México.

Ultimo, Joe Flacco. Casco en mano, tranquilo, inmutable. Casi autista. Quizá pensando que hará con ese mega contrato que le garantiza ser millonario de por vida.

Nos metimos de nuevo al campo de juego. Las porristas hacían su show. A treinta metros de distancia, no nos hacían tanta gracia. El entretiempo se nos fue enseguida.

Era tiempo de volver a nuestros asientos. Fue tiempo de hacer una travesura.

Quedarnos en los sidelines. El pase decía: “no permitido durante el partido”.

Decidimos, muy honestamente, “esperar” a que nos vinieran a sacar. Nadie vino.

Bingo. Partido desde el sideline. Nos podíamos mover desde el end zone hasta la yarda 10 más o menos. O irnos atrás de las porterías.

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El calor era insoportable. No pude más. Saqué mi gorra. Un colado en el sideline, viendo Dolphins Ravens, con gorra de NYG.

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Ahí, lo único que queríamos era que las jugadas sucedieran por nuestra banda.

Tuvimos suerte. Escuchamos choques de cascos, vimos safeties placando trenes con camisetas de los Ravens. Les comento que Torey Smith no corre las rutas. Se las devora, burlándose de sus 93 kg al desplazarse con una plasticidad que no te puedes explicar. Y cuando tu capacidad de sorpresa está en su grado límite, lo ves (y escuchas) recibir un placaje del que se levanta con la naturalidad del que se levanta de una silla en el trabajo. Y ahí entiendes el tamaño de atletas que son los de la NFL.

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Hasta que viene otra jugada, donde la capacidad atlética, fuerza y determinación de los jugadores duplica al de la jugada anterior. Y ahí sí que, como en película de ciencia ficción, te dedicas a disfrutar y ya no pretendes entender nada.