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'I ain't sucking for anybody.' That's the reality of it. Robert Mathis
said it best. I'm out there every week trying to win games. I don't care about all the rest of it
Jeff Saturday
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Raúl C. Cancio
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Nos
acercamos a la sintomática octava semana, ecuador de la temporada regular. Los front office de Tampa, Jacksonville, Minnesota
o ¡Nueva York! tienen sobre sus mesas un dilema considerable: ¿intentamos ganar
los ocho partidos que restan o nos dejamos ir en pos de lograr la primera plaza
en el draft de 2014? Esta disyuntiva, que en puridad supone tirar por la borda
la mitad de la temporada, no es por cierto algo exótico en el mundo del deporte
profesional, ni mucho menos.
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En la
NBA ha sido habitual perder intencionadamente partidos en
aras, bien de eludir cruces no deseados en playoffs, como de obtener la mejor
posición en el draft. Así lo hicieron en 2006 Los Angeles Clippers, que no
dudaron en perder partidos con el objetivo de garantizarse la sexta cabeza de
serie en playoffs, de manera que se cruzaran con los Nuggets, tercer cabeza de
serie por ser campeón divisional, pero con un balance global que les colocaba
octavos de la
Conferencia Oeste, es decir por detrás de Clippers, y toda vez que la NBA era la única de las cuatro
grandes ligas que otorgaba ventaja de campo sobre criterios estrictamente
basados en el balance de la temporada regular, blanco y en botella. Los angelinos
ganaron el cruce. Por lo que respecta al
posicionamiento frente al draft, la temporada 1983-1984 denotó un sonrojante
final de regular season, en el que algunos equipos salían prácticamente andando
a la cancha, con el indisimulado interés por estar los más abajo/arriba posible
de cara a una selección, la celebrada el 19 de junio de 1984 en el Madison Square
Garden, que prometía –y luego se confirmó- ser la mejor cosecha de prospectos
de la historia de la canasta: Olajuwon, Bowie, Jordan, Perkins, Barkley,
Robertson, Thorpe, Willis, Stockton, Fleming…por contar con uno sólo de estos
tipos merecía la pena ser humillado en la regular season anterior, pensaron
Rockets, Blazers, Bulls o 76ers. Como sería el escándalo, que para el draft de
1985, la NBA
introdujo un draft lottery que evitara un espectáculo tan lamentable. Otro
ejemplo arquetípico de esta pérdida de competitividad por razones espurias lo
hemos visto estos últimos cuatro años en la Formula 1, cuando la squadra rossa de Maranello
ha dejado de evolucionar su bólido a falta de cuatro o cinco carreras,
dedicando todos sus esfuerzos y recursos en el diseño del monoplaza de la
siguiente temporada…a la vista de los resultados, deberían hacérselo mirar.
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Para
terminar con estos ejemplos, los más
veteranos lectores de este blog aun recordaran el bochornoso pasteleo que
das große Deutschland , personificada
en las selecciones nacionales de la antigua RFA y Austria, perpetraron en el
estadio de El Molinón en 25 de junio de 1982 durante en Mundial de España en
detrimento de la bizarra Argelia, que había dado la campanada ganando en la
primera jornada a la Mannschaft
de Littbarski, Rumenigge y Breitner. En aquel momento, los partidos de la fase
de grupos no se jugaban al mismo tiempo, y los resultados subsecuentes
determinaron que la formación alemana comenzara su partido frente a Austria con
plena conciencia de que un 1-0 a
favor permitiría a ambos equipos progresar en el torneo en perjuicio,
justamente, de Argelia. El guión se cumplió con rigor prusiano: el panzer Hrubesch
anotó en el minuto 10 y ahí se acabó el partido. El lacerante espectáculo de
ver como el balón no salía del círculo central durante los restantes 80
minutos, provocó que los indignados seguidores magrebíes mostraran su impotencia agitando billetes
desde la grada para denunciar el vil apaño.
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La
propia NFL ha vivido episodios parecidos. El más reciente y recordado sin duda
fue el bautizado como “Suck for Lucke”, el movimiento social y mediático que
animaba a los decadentes Dolphins a perseverar en su decadencia y así ganar
frente a Indianapolis y St. Louis el
dudoso honor de ser el primero en elegir a Andrew Luck el año siguiente
(por cierto, a pesar de lograr los Colts su objetivo, Jim Caldwell fue
despedido tras el deshonroso 2-14).
Desde el punto de vista de la elección de
cruces propicios, quien no recuerda las palabras de Phil Simms, el quarterback
de los Giants de 1988, acusando a los 49ers de “lying down like dogs”, cuando
los californianos, clasificados ya para playoffs, perdieron ante los Rams el último
partido de la regular season en Candlestick Park por un contundente 16-38, tras
una racha de cuatro victorias seguidas, de tal forma que los angelinos, con esa
victoria lograban la wild card en perjuicio de unos Giants que les habían
tomado la medida a 49ers en los playoffs de 1985 y 1986.
No obstante, al año siguiente, en el NFC
Championship celebrado en Candlestick Park, los Giants se resarcieron con
creces de la jugarreta: alcanzaron la Super Bowl –y la ganaron- merced a la prodigiosa
serie de field goals de Matt Bahr y se cargaron a Joe Montana merced a un devastador sack por el
lado ciego de Leonard Marshall, que le dejó en el dique seco la siguiente
temporada, jugando un encuentro en 1992, para ser finalmente traspasado a Kansas
en 1993. La ignominia estaba resarcida.
Ahora bien, y retomando la cuestión
planteada al inicio, ¿acaso un 0-8 en la medianía de la temporada ha de conducir
ineluctablemente a renunciar a los playoffs? Ni mucho menos, y de ahí la
difícil coyuntura de los staff técnicos y directivos cuyas franquicias se
encuentran ante semejante rubicón. Adviértase que desde que la regular season
cuenta con dieciséis fechas, hasta diez equipos han alcanzado los playoffs con
una tarjeta de 8-8: 1985, Browns; 1990, Saints; 1991, Jets; 1999, Lions y Cowboys;
2004, Vikings y Rams; 2006 Giants; 2008, Chargers y 2011 Broncos. Y, cómo no, los
inolvidables Seahawks de 2010, que tras alcanzar la post season con un balance
negativo por vez primera y única en la historia de la NFL, aun los muchachos de Pete
Carroll fueron capaces de descabalgar a los temibles Saints en aquel inolvidable partido en el Qwest
Field de Seattle . Es más, con los algoritmos establecidos por la NFL desde 2002, es posible que
los cuatro equipos de una misma división presenten un balance de 3-13, siendo
uno de ellos campeón aplicando los criterios de desempate e incluso, cabe un
conjunto de wild-card con un pésimo
5-11.
El dilema, consecuentemente, queda
planteado en los siguientes términos: luchar hasta la extenuación por alcanzar
los playoffs, en un canto del cisne casi infalible – de todos los equipos de
alcanzaron la post season con 8-8, únicamente Vikings y Rams en 2004 y Broncos
en 2011 (ay! qué noche la
de Ike Taylor ), lograron pasar a la ronda divisional, donde ahí sí, cayeron
con estrépito-, lo cual reportaría a sus aficionados un apasionante final de
regular season y un buen sabor de boca durante los playoffs, disfrutando de
cada ronda sin la presión de tener que ganarlas, aunque acarrearía también una
oportunidad perdida para reestructurar la plantilla a través de un draft cuyos
mejores picks quedarían lejos. La otra opción ya anunciada, es sencillamente
dejarse llevar, jugar al tran-tran sin mucho cante, no hacerse daño, en un claro ejercicio de estafa deportiva para
los propios aficionados como de adulteración de la competición, al resultar
beneficiados de esa falta de competitividad los equipos a los que se
enfrentaría en la segunda mitad de la temporada.
Ahora bien, como ya vimos con
la afición de Miami, muchos firmarían con sangre un 0-16 con tal de poder
seleccionar al año siguiente un jugador- franquicia. En 1969, los Steelers eligieron
en cuarta posición a Joe Green y al año siguiente, como número uno del draft a
Terry Bradshaw. Les aseguro que en la Steelers Nation nadie
se acuerda de los paupérrimos 2-11 y 1-13 de las temporadas 1968 y 1969, pero
todos recuerdan perfectamente los cuatro anillos que Green, Bradshaw y compañía
lograron en esa década prodigiosa.
Por lo
tanto, factores como el calendario restante, el comportamiento de las otras franquicias
divisionales, las carencias, edad media o desequilibrios del roster, los prospectos
universitarios en lontananza, la profesionalidad y el amor propio en jugadores
y staff técnico o la amplitud de tragaderas de la afición, deben ser
minuciosamente ponderados por los responsables de los equipos que se encuentran
en la complicada tesitura de seguir compitiendo a muerte, para en el mejor de
los casos alcanzar unos playoffs en los que serán fruta madura, o bien,
lanzarse desinhibidamente a gritar con fuerza: SUCKER FOR BRIDGEWATER !!!!
Veremos.