Que me toque la lotería... ¡dos veces!
Sí, piénsalo ¿tú que harías? Creo que es el tema de conversación preferido de la humanidad. Cada pocas semanas, cuando en uno de los múltiples sorteos se acumula un bote impronunciable, en las oficinas de este país se forman corros en los que se percibe una excitación extrema. Lo forman grupos de personas comentando lo que harían con el dinero del premio máximo. Es una conversación que a todo el mundo le encanta. Principalmente, porque durante esos breves minutos somos capaces de interiorizar que ese dinero nos ha tocado de verdad. Se nota perfectamente en los rostros de los contertulios. La mayoría se relame de gusto, salivando; sufre sudoración, temblores, agitación máxima e incluso ataques de risa. Nuestra capacidad para soñar es infinita, y a nadie le molesta que durante unos breves instantes sintamos que tenemos tanto dinero que no sabemos muy bien lo que hacer con él.
Cada uno propone una idea más peregrina que el anterior. Pero todos asienten ansiosos, añadiendo ideas ajenas a su propio plan de vida tras el premio gordo. Los hay vengativos, que solo piensan en subirse a cientos de mesas situadas en los sitios más peregrinos y bajarse la bragueta para hacer no sé qué marranadas. Otros, más precavidos, aseguran que harán todo lo posible para que nadie se entere. Y digo ‘harán’, porque nadie dice lo que ‘haría’. Que les va a tocar es un hecho. Algunos incluso tienen ya decidido a qué asesor financiero acudirán, dónde se mudarán, cuantas vueltas al mundo darán, o al lado de que estadio de la NFL se construirán un palacete. Incluso los que nunca juegan se unen a la tertulia, y salivan como el que más, que el sueño perfecto es que caerá una quilada del cielo sin invertir un duro en ella. Todos tenemos la certeza de que antes o después nos tocará a nosotros, nos pondremos el mundo por montera, y seremos felices para siempre jamás.
Siempre que el grupo de felices soñadores está cercano al climax de excitación ganadora, aparece el jefe de turno para despertarnos del sueño con un “señores, dispérsense”, que decepciona casi tanto como el boleto no premiado que semana tras semana acaba en la papelera de nuestra administración de lotería habitual.
Así que, definitivamente, que te toque la lotería tiene que ser la leche, pero que te toque dos veces es el acabose. De vez en cuando sale en la prensa que al empresario de turno le ha tocado el gordo de la lotería, y que no es la primera vez. Al tipo le cae un regalo del cielo con una regularidad pasmosa. Aunque sospecho que eso se acabará ahora que hacienda, ese monstruo insaciable que nos quieren convencer que somos todos, no sólo se lleva un gran pellizco de lo que se juega, sino también de lo que se gana, así que la lotería ha dejado de ser el lugar indicado para dejar las sábanas blancas.
Muchos le critican por su rendimiento en postemporada. Fácil consuelo para sus detractores. Peyton solo conquistó un anillo con los Colts, pero los aficionados de Indianápolis tuvieron la inmensa suerte de disfrutar cada domingo, durante trece años inolvidables, del juego de un tipo irrepetible. Trece temporadas de chancas, playa y mojito. Muchos años para gastar hasta la última moneda del premio gordo, apurando la fiesta hasta el último día. Que en este invento solo gana uno, y creo que es mucho mejor vivir un sueño durante cuatro meses y una noche de pesadilla, que tirarse desde septiembre mirándole el trasero a la vecina del segundo, porque lo que tenemos en nuestra propia casa nos da de todo menos alegrías.
El domingo, en Indianápolis, Petyon fue recibido en loor de multitudes, que por mucho que una muchedumbre suela oler a choto, no usa su aroma como recibimiento. Fue una ovación de añoranza y agradecimiento, pero también de satisfacción y trabajo bien hecho. Los Colts, en un ejercicio de prestidigitación imposible, vivieron en 2010 su último año mágico con Peyton, compraron en 2011 un nuevo billete de lotería, y en 2012 volvieron a llevarse un nuevo premio gordo que, visto lo visto hasta ahora, puede superar otra vez las expectativas, para marcar una nueva época en la NFL. Y una vez más, lo menos importante serán los anillos que pueda ganar Luck, que los ganará sin duda, sino la nueva sucesión de domingos de chancla, mojito y playa que vivirán en Indianápolis, mientras el resto de la liga, salvo uno o dos equipos, volvería a estar dispuesto a intercambiar por él a su quarterback , y de paso a gran parte de su plantilla.
Parece una premonición que Andrew se llame Luck. Un golpe de suerte imposible tras otro. El domingo, en Indianápolis, Peyton y Andrew se dieron cita para escenificar ante el mundo la coronación del heredero. En esta ocasión no podemos gritar aquello tan manido de “el rey ha muerto, ¡Viva el rey!”, pero en su primer encuentro cara a cara, el joven impertinente dejó muy claro que su tiempo ha llegado. En la próxima década, quien quiera ganarle a Luck un partido necesitará mucha suerte. Casi tanta como la que hace falta para que te toque el gordo… dos veces.
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