El domingo hubo un momento mágico. De esos que se graban en la retina del aficionado para siempre. Dentro de muchos años, estaremos con nuestra cachaba y nuestra dentadura postiza hablando de football americano con nuestros amigos, y uno de los contertulios dirá: “¿os acordáis de aquella jugada de Peyton Manning, cuando engañó a todos los rivales, todos los espectadores del estadio, los cámaras, la realización, los que veían el partido por la tele, al presidente Obama y al sursum corda, para entrar en la end zone trotando tranquilamente?”
Entonces, todos los participantes en la tertulia golpearán con sus bastones en el suelo, asentirán con la cabeza, sonreirán con satisfacción mientras se sujetan la dentadura con la lengua, le darán un chupo al carajillo y rejuvenecerán durante un instante de placer absoluto. Y lo curioso es que quizá ninguno recuerde con claridad quién alzó el Vince Lombardi pocos meses más tarde.
El football, quizá aún más que cualquier otro deporte, cobra su sentido en esos momentos. Instantes mágicos inimaginables que merecen toda una temporada, que devuelven el sentido a todas esas horas ‘perdidas’ delante de una pantalla, viendo cómo un grupo de tiarrones, disfrazados con ropa ceñida con números descomunales, y un casco amenazador, pelean entre ellos con el único objetivo de poner en el marcador un número más alto que el del rival.
Hay pocas cosas más absurdas. Más inútiles. Muchos meses de batalla para que solo un afortunado levante un trofeo, se vista un anillo, y pocas horas después se olvide de todo lo conseguido, los esfuerzos, las lesiones, los disgustos… y vuelva a empezar de cero. Una victoria es como esos insectos que solo viven un día. Algo efímero. Y por eso, siempre he pensado que el deporte, incluido el football americano, pervive en nuestra memoria por encima de cualquier estadística. Como esas personas muy ancianas que ubican su vida por los acontecimientos que la rodearon, convirtiéndolos en hitos que marcan el camino.
Estamos viviendo un momento muy especial. Una auténtica conjunción planetaria en la que se están dando cita circunstancias improbables, para que un tipo llamado Peyton Manning se haya vestido con los colores de los Denver Broncos y haya convertido el football en magia. “¿Veis la pelotita? Está aquí, miradla bien. No dejéis de observarla en ningún momento. Y ahora, después del redoble de tambores, un soplido por aquí, unos polvos mágicos por allí… ¿Dónde está la pelotita?”
Ese es justo el momento en el que el football deja de ser un deporte y se convierte en magia, en ilusionismo, en algo diferente, especial, infinitamente más bonito, más interesante, más imprevisible. Y nos convertimos en niños capaces de volver a creer en un mundo fantástico. Y redoblamos la atención, porque no queremos que el mago nos vuelva a engañar.
La vida está mal inventada. Cuando tienes fuerzas, ilusión y ganas, te falta la experiencia. Y cuando, con el paso de los años, tienes la mochila llena de ensayos y errores, y el camino está más despejado, ya no quedan fuerzas para la aventura. Que no os suceda algo parecido con el deporte. Que vuestro equipo, grande o pequeño, no sea como un bosque que no os deje ver el árbol. Creo que este año, por encima de ningún título, equipo ganador o perdedor, lesión o camino hacia la postemporada, hay un tipo, Peyton Manning, que tiene a su disposición todos los ingredientes para crear magia cada domingo. Da lo mismo si consigue alzarse con otro anillo o termina fracasando en postemporada. Eso es lo de menos.
Lo bueno, lo que de verdad merece la pena, es que está salpicando cada partido de momentos asombrosos que, seguramente, no se volverán a repetir en muchos años. Y es en esos momentos en los que el deporte, la NFL, y toda nuestra afición alcanza todo su sentido.
Yo me siento cada domingo con la esperanza no de ver un buen partido, sino de contemplar un milagro. Hay aficionados que se han pasado años intentando ver alguno y nunca lo han conseguido. Nosotros, en una generación afortunada, no tenemos más que encender la televisión y sentarnos a ver un partido de los Broncos de Peyton Manning. Es cuestión de esperar solo un poquito. Antes o después se abrirán las aguas.
Pero cuidado, un partido así puede tener efectos secundarios. El domingo durante el Cowboys-Broncos yo estaba sentado en un sillón y, de repente, Peyton me rompió la cintura.
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