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Patatas a la importancia

Mariano Tovar

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¿Hay algo más humilde que una patata? ¿Algo más barato, que sea menos valorado, pero que nos guste más que la patata? Incluso su uso coloquial es despectivo: “ese equipo es una patata”. Pero hasta algo tan humilde como una patata puede ser elevado a la categoría de manjar para reyes. Porque a veces, en ocasiones muy especiales, hasta una patata puede convertirse en algo importante.

Desde que tengo uso de razón, el día de mi cumpleaños mi madre cocina mi plato favorito: patatas a la importancia. Una exquisitez para el paladar que parece una mala broma, tanto en su nombre como en su elaboración. La humilde patata, el ingrediente indispensable en casi cualquier plato, y por eso siempre despreciado, actor secundario y prescindible, se envuelve en un pequeño traje de picardía coqueta para reinar en la fiesta. Pero no es un traje de angulas, ni de caviar o langosta, sino de harina y huevo. Primos hermanos en el club de la humildad. Y así vestida, con ese uniforme de saco que a ella le parece un vestido nupcial, la patata primero se fríe, en un destino inevitable, y luego se cocina en una cazuela con agua, cebolla, aceite, perejil y ese detalle mágico que cada cocinero guarda como un secreto inviolable.

Y así llega a la mesa. Nadando en un caldo exquisito mientras esconde sus vergüenzas bajo un traje de baño rebozado. Tanta coquetería tiene su precio, que coser un vestido para una patata es una pesadez para cualquier cocinero. No es lo mismo ser sastre de una modelo que de una plebeya a la que nadie mira. Que dar importancia a las patatas es una labor sencilla pero pesada a la vez, y requiere un toque de genialidad que no todo el mundo consigue imprimir. Los platos más sencillos son, casi siempre, los más complicados. Que lo difícil en esta vida es ser genial en lo ordinario y todos preferimos lucirnos en lo extraordinario.

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Así que cada año espero con ilusión a que llegue el día en el que disfruto de mi comida favorita. El día en el que la patata se viste de fiesta para celebrar mi cumpleaños.

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A veces me pregunto cómo podía la Europa anterior al descubrimiento de América sobrevivir sin patatas. ¡A base de nabos! ¿Cómo era posible? Y manda narices que siempre se haya valorado más al que tiene un buen nabo entre las piernas que al que tiene una patata. Como os digo, un ejemplo de humildad. Nada tan exquisito merece ser tan despreciado.

En mi etapa de estudiante, hace ya un cuarto de siglo, se contaba una anécdota en la ciudad universitaria que un protagonista me confirmó como cierta. En un colegio mayor se organizó un motín entre los estudiantes porque el menú era muy poco variado. En todas las comidas había patatas. Día tras día, patatas en la comida y en la cena. El problema no eran los cocineros, sino los ingredientes. Los internos exigieron la renovación del menú para finalizar las protestas.

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La dirección de la residencia, una de las más importantes de la Complutense, decidió hacer una encuesta entre los alumnos. Todos tendrían que escribir en un papel, e introducir en una urna conseguida para el evento, los cinco platos que querrían tener en su menú semanal. La dirección prometió que elaboraría un nuevo menú en función de las preferencias.

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La votación se convirtió en una fiesta y tras abrir la urna y hacer recuento, el primer lugar lo consiguieron por aplastante mayoría los huevos fritos con patatas. En segundo puesto quedaron las patatas guisadas con costillas y el podio lo completó la tortilla de patatas con chorizo y pimientos. En cuarto y quinto lugar quedó otro humilde indispensable, el arroz, a la cubana y en paella.

La denostada patata copó el podio. Como debe ser. Que comer langostinos todos los días no solo cansa, sino que pone en órbita el ácido úrico. Nadie se muere por comer papas una y otra vez, y los manjares de pobres a veces se miran con envidia en la casa del rico.

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En esta temporada de la NFL están floreciendo algunas patatas y son brotes que hay que tener en cuenta, que María Antonieta tenía un gusto sofisticado y caprichoso antes de perder la cabeza y la de la patata siempre fue su flor preferida. A día de hoy solo quedan siete equipos invictos. Pats, Broncos y Seahawks podían ser previsibles, pero Bears, Saints, y sobre todo Dolphins y Chiefs, son exquisitas patatas rebozadas con unos huevos bien grandes y harina de la mejor calidad. Y hay que empezar a dar importancia a los ingredientes secretos de su juego,

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El jueves me entusiasmó la defensa de los Chiefs. Nunca le perdió la cara al partido, que es exactamente lo que buscan los Eagles con su ritmo frenético de juego. Con paciencia, sin perder la calma después de una pérdida importante de yardas, los Chiefs esperaron su momento para asestar el golpe letal. Los aficionados de los Eagles reconocieron en la banda contraria el genio de Andy Reid, un entrenador que casi siempre ha sido criticado por su falta de habilidad a la hora de leer los partidos, pero que demostró, en cuatro cuartos geniales, que los grandes mariscales no se ponen casco y coraza, sino que se esconden en la banda detrás de un micrófono y una hoja de cartón plastificada, para dar las órdenes precisas que llevan a la victoria.

La gestión del reloj de los Chiefs durante el final del tercer cuarto y todo el periodo final fue una obra de arte. El balón estaba en cada momento en manos de quien ellos decidieron y en el lugar exacto que más les convenía. Alex Smith, exasperante durante toda la primera mitad, condujo unos últimos drives impecables, frente a una defensa de los Eagles que jugó mejor que nunca este año hasta que se rindió agotada. El ‘Chip way of live’ pretende desfondar a los contrarios, pero por el camino deja sin resuello a su defensa.

Y así, sin grandes alardes, ni ingredientes exóticos, los Chiefs están cocinando una patata de lo más apetitosa y nos hacen la boca agua.

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La patata de los Chiefs quizá sea aún demasiado joven para soportar el examen de un banquete de postemporada. Sin embargo, empiezo a creer que la de Miami fue arrancada de la tierra en el momento justo. Los Dolphins sí que pueden estar en su punto. Quizá sean capaces de saltar la banca del concurso gastronómico con una receta sencilla pero exquisita. ¿Serán patatas a la importancia?

Llevo mucho tiempo dudando del rendimiento futuro de Ryan Tannehill. En un principio me gustó el gustillo que desprendía, pero al final de la pasada temporada me resultó un poco insípido. Un plato que no decía nada, como si no estuviera suficientemente cocinado. Este año le estoy siguiendo con más atención y ante los Falcons me entusiasmó. Quizá haya sido la mejor actuación de su carrera. Con una presencia en el pocket, una planta y una visión del campo, que me dejaron boquiabierto. Y eso que su línea, una vez más, no le dejaba demasiado tiempo para adornos. Lanzó durante todo el partido con precisión quirúrgica y toda la intención del mundo. La intercepción es un borrón anecdótico. Le ganó el cara a cara al un desdibujado Matt Ryan y eso es mucho decir. Esta vez fue Tannehill el hombre de hielo. Conectó con nueve receptores distintos. Radiografiando el campo con el temple de los grandes pasadores de los ’90.

También me gustó una barbaridad el trabajo del backfield. Y eso que su labor quedó reducida a 13 intentos, pero estoy seguro de que Lamar Miller terminará por estallar este año como un ingrediente muy especial.

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Pero lo que más me gustó fue su defensa. Impresionante. Y eso que quedó lastrada por un Philip Wheeler que no paró de fallar placajes, que nunca fue capaz de superar a la línea rival en las jugadas de carrera, ni de llegar a tiempo en cobertura de pase. Me gustaría que algún aficionado de los Dolphins me confirmara si esa sensación concuerda con la realidad, y si fue un partido puntual o el fichaje de los Raiders no ha sido tan acertado. A mí me pareció horrible.

Pero quitando a Wheeler, el planteamiento y la ejecución de toda la defensa fue magistral. Cerraron todas las líneas de pase y obligaron a los Falcons a intentar ganar por tierra. 146 yardas de carrera no fueron suficientes. Ryan fue una sombra de si mismo después del primer cuarto. Hace mucho que no le veía perder así los papeles. La pegajosa secundaria de Miami, que recibía ayudas permanentes de los linebackers, tenía a todos los receptores con dos lapas en la espalda y Ryan terminó por desesperarse, intentando solucionar el entuerto con un golpe de suerte, mientras añoraba a un Roddy White que sigue buscando el gol del cojo y a un Tony Gonzalez al que ahora sí se nota que le empiezan a pesar los años.

Y por eso, hoy estoy tan entusiasmado como el día de mi cumpleaños. Anoche me comí para cenar una descomunal fuente de patatas a la importancia recién llegadas desde Miami. Y como me sucede siempre que las pruebo, me quedé con ganas de más.

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Una lástima que aún no haya encontrado en Madrid un lugar en el que las hagan como Dios manda, así que, como buen castellano, me escaparé a comerlas a mi tierra, que es donde saben vestir papas.

Y por si alguno siente curiosidad por probarlas, en Casa Zaca, en La Granja, a muy poquitos kilómetros de Segovia, sirven unas extraordinarias patatas a la importancia por ocho euros. El plato más humilde y a la vez más exquisito de su maravillosa carta. El primero que siempre se termina y el que terminan perdiéndose los más remolones para sentarse a comer.

Y ya que estamos, de segundo son obligadas cebollas rellenas. El menú más sencillo, diseñado para que disfrute un rey,

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl