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La batalla de Seattle

Mariano Tovar

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Entre el 29 de noviembre y el 3 de diciembre de 1999 tuvo lugar la famosa ‘Batalla de Seattle’. La reunión del milenio, en la que la Organización Mundial de Comercio quería asentar las bases del libre comercio de cara al siglo XXI, se convirtió en una batalla campal en la que nacieron los movimientos antiglobalización y antisistema como los conocemos hoy en día.

Stuart Townsend recreó lo sucedió en ‘Batalla en Seattle’, una película coral, con Charlize Theron y Woody Harreslon como principales protagonistas. En ella se intenta reflejar lo sucedido desde el punto de vista de todas las partes implicadas y repartiendo críticas por igual.

Posiblemente, la ‘Batalla de Seattle’ sea el suceso más importante de la historia de una ciudad conocida en el mundo por ser la cuna del Grunge y el lugar de la muerte de Kurt Cobain. En Seattle tiene su sede Microsoft y nació Starbucks, pero aparte de todo eso, es una ciudad en medio de ninguna parte y lejos de cualquier sitio. Incluso queda marcada en algunas novelas de terror como uno de los mejores refugios posibles en caso de ataque zombie, guerra atómica o colapso mundial. A Seattle no se llega sin querer, no es un lugar de paso, ni lleva a ninguna parte. Quien va a Seattle es que está muy convencido. Que por algo se la conoce como la ciudad de la lluvia o la puerta de Alaska. Si en la corteza terrestre hubiera un tapón que evitara que el mundo se desinflara y que nadie debería encontrar, lo más seguro es que estuviera en Seattle. Nadie lo buscaría allí, y si lo hiciera, tampoco lo encontraría.

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Pero de un tiempo a esta parte, más allá de cafés con sabores extraños y ordenadores personales, Seattle es una ciudad en la que hay un estadio inexpugnable. Una especie de castillo medieval moderno, de Ford Knox deportivo. Un lugar al que se va a perder sin remisión. El paradigma del jugador número 12 y de la influencia decisiva del público. Un destino tan lejano que los rivales se dejan las fuerzas en el trayecto.

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El CenturyLink es un estadio precioso con capacidad para 67.000 energúmenos que son esclavos de su propia mitología. A pesar de que uno de los fondos está abierto, para que desde las gradas se pueda contemplar el skyline de la ciudad, la particular arquitectura de sus gradas lo convierte en una caja de resonancia. Un altavoz que multiplica el ruido como ningún otro estadio abierto en el mundo.

En los últimos años la vida va muy deprisa. Los sucesos se convierten primero en hábitos, y más tarde en tradiciones milenarias nacidas antes de ayer. La afición de Seattle siempre ha sido muy ruidosa. Lo era cuando su equipo jugaba en el temible y ensordecedor Kingdome, un cubierto multiusos que compartían todos los grandes equipos de la ciudad y que retumbaba como un tambor gigante, y lo fueron durante las dos temporadas provisionales en el Husky Stadium. Pero cuando los Seahawks se trasladaron al nuevo CenturyLink en 2002, esa tradicional entrega del público se convirtió definitivamente en la gran bandera de la franquicia. Desde el primer día comenzaron a medirse decibelios, a acumularse récords Guinness.

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La consecuencia es que algo que de alguna manera nació como una broma en tiempos del Kingdome, ha terminado por convertirse en una seña de identidad, un orgullo y la mejor arma de los Seahawks. Ganar en su casa es misión casi imposible para el equipo visitante. Y de alguna manera, esa máxima es cierta independientemente de la calidad de la plantilla. Los Seahawks pueden contar con ocho victorias aseguradas antes de empezar la temporada y no es una chulería prepotente.

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El domingo, ante los Niners, el público volvió a ganar el partido. Para empezar, batió su enésimo récord de decibelios en un estadio abierto. Ya lo hacen con la gorra. Susurrando. Y esta vez a coro con una sinfonía de truenos y relámpagos que obligó a detener el partido durante una hora. Lo visto hasta entonces solo fueron escaramuzas. La auténtica batalla de Seattle se celebró después.

Saltándome todas las normas, voy a seguir un orden inverso. Primero la conclusión y después la exposición. Sobre todo porque sé que muchos lectores, aficionados a los Niners, han tenido un sueño intranquilo, un duermevela disgustado, pensando que su equipo fue una decepción. Yo no creo que sea así. El encuentro no fue un partido, sino una batalla. Los de San Francisco lo tenían todo en contra y, pese a ello, se mantuvieron vivos hasta el inicio del último cuarto, cuando Lynch terminó por arrollarlos. El resultado no trae consigo un descarte, sino una confirmación. Definitivamente, Seahawks y 49ers son los dos equipos a batir de la Nacional. Fundamentalmente porque sus defensas son ahora mismo las mejores de la competición.

Hay partidos en los que gana el equipo más brillante, pero casi siempre es más decisivo no equivocarse que acertar. Creo que ahí estribó la diferencia. Los 49ers salieron ambiciosos y los Seahawks precavidos. Unos buscaron ser brillantes y los otros, no equivocarse. Los primeros acumularon errores por buscar los límites y los otros se limitaron a aprovecharlos.

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No es que las tres intercepciones de Kaepernick y su balón perdido expliquen el resultado, pero si había algo evidente, era que ambos equipos serían incapaces de cruzarse el campo mientras batallaban contra las infranqueables defensas contrarias. La clave estaría en las posiciones de campo y en aprovechar cada mínima oportunidad. Los Niners, que en un principio parecieron mover el balón con menos dificultad que sus rivales, enseguida se descompusieron. Les faltó la paciencia, la lesión de Vernon Davis les dejó sin su mejor arma y Jim Harbaugh nunca encontró la manera de sacar a los suyos de su círculo vicioso de errores.

El mismo Kaepernick que hace una semana se puso el mundo con montera en una actuación prodigiosa, se convirtió en un pasador vulgar, incapaz de encontrar objetivos de pase, permanentemente agobiado por la defensa y sin recursos para sacudirse la presión. Si la mejor virtud de Colin es la imprevisibilidad, esta vez no apareció. Pero nadie le ayudaba. Gore se chocaba una y otra vez contra un muro y el factor Boldin ni siquiera apareció.

Por el contrario, Wilson estuvo más cómodo. No lograba pasar, pero sí conseguía dirigir. Su única intercepción no fue culpa suya, y no perjudicó gravemente a su equipo. Supo correr con más oportunidad que Kaepernick, pese a que sumó muchas menos yardas. Durante un rato se vio arrollado, cuando la línea perdió a Okung por lesión, pero en seguida ajustaron y él pudo sobreponerse.

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Pero una vez más, el factor fue Marshawn Lynch. 98 yardas de carrera y tres touchdowns, uno de ellos de recepción. Mi amigo Fernando, incondicional de los Niners y autor de los artículos de Fantasy de este blog, me recomendó sentarlo esta semana: “No le saques a jugar. Lacy es mucha mejor elección. La defensa de San Francisco no va a dejarle ni moverse”. Pero no le hice caso. Lynch nunca falla ante los Niners, y esta vez se sumó Turbin a la fiesta. 172 yardas totales de carrera que confirman que a los de Harbaugh se les gana por tierra.

Me encantaron las dos defensas. Ambas reinan en la NFL actual con argumentos sencillos: ni un metro en la secundaria y presión asfixiante al QB rival. Por eso sigo creyendo que el resultado final es engañoso. Si la primera intercepción a Kaepernick, llegada tras un rebote, hubiera terminado en manos de los Niners, el partido hubiera podido cambiar radicalmente. Los agazapados Seahawks hubieran tenido que arriesgar para remontar y eso les hubiera matado, como mató a los 49ers. El abultado resultado final fue la consecuencia de unos pocos detalles minúsculos.

La batalla de Seattle no sirve para ganar una guerra, pero tal vez haya devuelto a la tierra a un Kaepernick que llevaba toda la semana en órbita y ha colocado en el mapa a unos Seahawks que decepcionaron en su debut. Pero, por encima de todo, ha confirmado que el público de Seattle es un factor decisivo, así que ahora mismo toda la conferencia Nacional tiembla ante la posibilidad de que los de Carroll terminen la temporada regular con el mejor récord de la conferencia.

A ver quién es el espabilado que consigue ganarles en Seattle.

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl