El peso de un Oro y la carga de una rajada
Siempre existió esta maldita tendencia. Pero desde que se televisan en directo las ruedas de prensa de los entrenadores, lo que estos apuntan fuera del campo tiene mucha más trascendencia que lo que hicieron un rato antes dentro de él. Por eso ya hay casi más patrocinadores anunciados detrás del ‘fusilado’ de turno en las salas de prensa que alrededor del césped o en las camisetas. Se ha puesto de moda analizar morfosintácticamente las declaraciones del interrogado aunque, a veces, no sepamos ni el dibujo táctico que emplea cada domingo. Un tic que, todo sea dicho, también han alimentado los propios protagonistas. Vaya usted a saber por qué: por el mero hecho de ser originales, por aparentar sinceridad, por sentirse más cómodos a la hora de mandar recados a sus jugadores que frente a frente con ellos en el vestuario, por simple descarga de adrenalina tras una gran presión o por atajo a la falta de soltura ante las cámaras. Lo cierto es que convendría revisar comportamientos para que, entre otras cosas, la última Supercopa de Europa no pase a la historia por otra rajada del de siempre tras un espectáculo mayúsculo o para que Vallecas no sufra con dardos como el de Paco Jémez a sus chicos tras caer goleados en el Calderón: “Hasta que no sepamos que somos los más mierdas del campeonato no podremos competir”. Quien haya estado en una ‘caseta’ sabrá que es preferible el análisis en privado que airear a los cuatro vientos.
Las salidas de tono nunca faltaron. Aunque las consecuencias jamás fueron las mismas. Según los casos. De todas las que uno recuerda, las hubo muy cómicas. Como cuando Toshack (“soy un cabrón, pero muy simpático”) se sinceró tras una derrota: “Los lunes siempre pienso en cambiar a diez jugadores. Los martes, a siete u ocho. Los jueves, a cuatro. El viernes, a dos. Y el sábado ya pienso que tienen que jugar los mismos once cabrones de la semana pasada”. El galés era un trueno: “Es verdad que hay que lavar los trapos sucios en casa, pero cuando lo haces y la ropa no se seca, hay que abrir la ventana para que les dé el aire”. Por eso estalló en una entrevista en Marca que le costó el cargo al día siguiente: “Es más fácil ver un cerdo volando sobre el Bernabéu a que yo rectifique”. Gracias a su marcha comenzó la era triunfal de Del Bosque.
Hasta él he llegado debido a que AS me tenía reservado un verano como éste, más cercano al mundo olímpico de cara al 2020 que al futbolístico que frecuento. La culpa es de la insistencia de Madrid por albergar los Juegos. Y además de las nuevas relaciones entabladas con tanta corbata institucional también he tenido la oportunidad de hablar con entrenadores laureados y, ya de paso, de tejer una historia que relaciona este arranque liguero de rajadas, el olor de esta semana a Olimpiadas y el regreso de la Selección.
Tras desvincularse de la Federación se atrevió a dirigir al equipo de su alma: el Racing. Después de una primera etapa buena, las cosas empezaron a torcerse. Sobre todo por su enfrentamiento con un emblema como Quique Setién, que acabó siendo apartado: “Es un alocado al que le gusta montar líos”, se llegó a publicar en la prensa de la época. El ambiente se enrareció hasta que Racing y Athletic firmaron uno de los partidos más espectaculares de la historia en enero de 1996: 5-5. Al término de la locura, tras una sonora pitada de El Sardinero dedicada contra el presidente y el entrenador por la endeblez defensiva del equipo local (“Miera y Mora, fuera ahora”), llegaron los careos con la prensa. Y ahí el técnico comenzó a perder su equilibrio de siempre: “Esto es una campaña orquestada y manipuladora y llevada a cabo por personas sin honestidad. Se le hace mucho daño al Racing; no a Miera”. A la directiva no le gustó. Pero menos aún su reincidencia un día después en una entrevista en El Diario Montañés: “Cantabria es un pueblo difícil y complicado al que le gustan los líos y, como trabaja poco, está pendiente de estos problemillas y cualquier caso lo exagera. Las cosas se van a poner peor, pero es culpa de los que están fuera”. A las pocas horas fue sustituido por Nando Yosu.
Y no fue lo peor. Más que una riña con sus paisanos, comenzó un divorcio que aún no se ha terminado de cerrar. Miera es conocido en la ‘tierruca’ por su Oro pero también por su rajada y ha tenido que esperar demasiado para ver cómo en Nueva Montaña, su rincón en Cantabria, le dedicaban un campo. O para que la Familia Olímpica le hiciera un homenaje que tanta gente le había negado. Sin comerlo ni beberlo, nunca un final de carrera tan prometedor como el suyo comenzó un declive tan acentuado. Desde 1992 sólo entrenó al Racing, Espanyol y Sevilla, y en los tres sitios salió despedido. La última vez que dirigió fue en 1998, con 58 años. Ya lleva 15 sin hacerlo. Tres lustros olvidado. Quizás por eso, cuando un servidor le propuso estar presente en el acto de apoyo del 7 de septiembre a Madrid 2020 en la Puerta de Alcalá, como homenaje paralelo a nuestros medallistas, Vicente se lamentó. Le hacía ilusión estar, pero ese día y a esa hora estará en un curso de entrenadores en Gijón. Que fue Oro le enorgullece y no le hace falta recordarlo. Pero lo que él añora y en lo que aún se esfuerza es en que nadie olvide que fue un gran técnico con un solo renglón torcido.