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Nadal: el tren expreso que une Madrid, Roma, París y Londres

Como cada domingo de primavera, jugó (y ganó) Nadal. Por séptima vez en el Foro Itálico de la Ciudad Eterna: 6-1 y 6-3 frente a Federer, en poco más de una hora. El español aplicó el rodillo frente a quien otrora fuese su máximo rival. El hasta hace un par de años gran clásico del tenis vivió su trigésima edición, la más deslucida de todas por la diferencia entre los protagonistas. El rey de la tierra batida dejó atrás la marca de Muster (40 títulos) y se acerca un poco más a la de Vilas (46). Y con su vigésimo triunfo sobre el recordman de Grand Slams, aumentó su ventaja en la primera posición de ganadores de Masters 1000 (24).

Poco cabe decir del partido, que fue un paseo del balear de principio a fin, con parciales de 9-0 y 11-1 incluido. Tal y como se podía prever. Nadal lo hizo todo bien, como en él es costumbre. Y Federer, más irregular si cabe de lo normal, no dio una a derechas. Me atrevería a decir que Roger salió derrotado del vestuario, consciente de sus nulas probabilidades de éxito, tratando de sobrellevar el calvario de la forma más elegante. Ni siquiera el arreón final del suizo pareció real, si no fruto de la benevolencia de Nadal.

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Tengo escrito aquí que ganar a Nadal sobre una pista de tierra es una misión imposible. Ningún otro jugador del circuito ganaría más de tres puntos seguidos restando cinco metros detrás de la línea de fondo. Pero más aún lo es si no se está dispuesto a sufrir y a poner todo el tenis sobre la pista. Ese fue el caso de Federer hoy, que no lució ni servicio, ni consistencia, ni plan B. Prueba de que alcanzó de chiripa su primera final del año ante el talentoso Beinot Paire en la víspera. Rafa fue un afinado Red Bull, Roger un impredecible Force India.

Cuando muchos daban su carrera por casi sentenciada, Nadal ha vuelto a resurgir de sus cenizas. Con el de Roma suma seis títulos en ocho finales en un arranque de temporada inmejorable. La gestión del dolor y la incertidumbre que llevan aparejadas las lesiones, le han ido haciendo mejor, más fuerte, más competitivo. Una experiencia vital que unida a su descomunal talento (nunca dejarán de asombrarme sus passing shots) y su constante apuesta por la mejora, parecen catapultarle de vuelta a la cima del tenis que ya gobernó con mano de hierro años atrás. Yo apostaría a que Rafa repite el póker de capitales europeas que ya firmó en 2010: Madrid-Roma-París-Londres.