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Olympiacos: los que nunca se rinden

Tengo una teoría: si das siempre el cien por cien, alguna vez las cosas te acaban saliendo bien”. La frase es de Larry Bird, tres veces campeón de la NBA, tres veces MVP de la temporada y dos de las finales. Entre otras muchas cosas. Se me ocurren pocas formas mejores de definir a este Olympiacos que ha convertido en oficio ser el mejor cuando nadie espera que lo seas. Es probable que llegue la próxima Euroliga y volvamos a infravalorar a este equipo. Le consideraremos uno de los cinco o seis mejores equipos de Europa pero no uno de los dos o tres mejor equipados para ser campeones. Y al hacerlo estaremos, otra vez, exponiendo la yugular a los colmillos de un grupo de jugadores que en las dos últimas Euroligas ha sacado brillo al concepto esencial de equipo. De Larry Bird a la leyenda del béisbol, Babe Ruth: “Es muy difícil derrotar a aquellos que no se rinden nunca”.

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Campeones

Visto el partido en directo y revisionado apenas doce horas después, visto en realidad todo lo sucedido durante el fin de semana en el O2, es de ley comenzar por Georgios Bartzokas, un técnico de 47 años que había volado por debajo del radar para el gran público pero que ya había hecho jugar de maravilla al Maroussi. Bartzokas es un tipo tranquilo, ponderado y diría que feliz, que ha transitado por la Final Four todo buenas formas y buen fondo, comedido cuando su equipo estrujaba al CSKA y cuando las pasaba canutas ante el tornado efímero del Real Madrid. Bartzokas sale encumbrado de Londres: su Olympiacos no ha empeorado ni un ápice con respecto a la base que dejó un histórico como Ivkovic. En versión corregida y ampliada, ha jugado mejor y ha ganado con una autoridad incontestable. Back to back, campeón en dos ediciones consecutivas con el añadido de que lo que en Estambul pareció un milagro esta vez ha sonado a consecuencia lógica del juego. Menos Termópilas y más baloncesto, el OIympiacos ha sido el mejor de cabo a rabo.

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Pocas bromas: nadie repetía título desde el Maccabi, en 2004 y 2005. Aquel también era hasta ahora el último equipo que había superado la barrera de los 100 puntos en una final: 118-74 en la demolición del Bolonia en 2004. Para encontrar otro campeón con tres cifras de anotación hay que irse hasta el CSKA de 1968. A aquel Maccabi lo recordamos ya como uno de los grandes equipos de la historia del baloncesto europeo (Anthony Parker, Jasikevicius, David Blu, Vujcic…). No digamos al CSKA de los Belov. ¿Cómo recordaremos a este Olympiacos?

Lucha Después de aplanar al acaudalado y ultra físico CSKA d Messina, Olympiacos aplicó la mejor versión de su danza macabra a un Real Madrid al que concedió mil leguas de ventaja: 27-10 en el primer cuarto, 73-87 superado el ecuador del último parcial. Eso es un 46-77 en poco más de medio partido. Difícil volver a infravalorar a este equipo, ya nunca más el campeón improbable, un rol que en estas dos temporadas le ha funcionado a la perfección y que en Estados Unidos denominan underdog. Este Olympiacos tiene al MVP de la temporada y de la Final Four, un Spanoulis que jugó un segundo tiempo de 22 puntos en el que desnudó a Rudy en la puja de jugadores franquicia. Un talento para la historia, se fue al descanso sin anotar y en un agujero negro de pérdidas y malas decisiones; Y volvió de vestuarios con la gélida seguridad del asesino en serie que le valió el apodo de Kill Bill. Un ganador al estilo Muhammad Ali: “Un campeón no se forja sólo en los entrenamientos. Hay algo especial dentro de ellos. Un deseo, un sueño, una visión”.

Pero Olympiacos fue mucho más: 90 puntos en treinta minutos después de los 10 de su miserable primer cuarto. Los tres triples seguidos de Spanoulis, la escenificación del viraje definitivo de la final, llegaron siempre tras bloqueos de cemento de Kyle Hines, un jugador que es metáfora perfecta de su equipo. Ala-pívot al que le va largo el 1’98 que se le da de forma oficial pero capaz de devorar como aperitivo a los gigantes del CSKA y como plato principal a los interiores mucho más volátiles del Real Madrid. Entre los dos partidos 25 puntos, 15 rebotes y 36 de valoración. Olympiacos jugó a un nivel extraordinario en ataque, 38 puntos más que en la Final de 2012. Con paciencia y rigor, esperando su momento y sacándole chispas cuando llegó. El partido encumbra el trabajo colectivo del bloque, la dureza primigenia de Hines y Antic, la persistencia anímica de Acie Law y el instinto de Sloukas, base de 23 años que sale confirmado de Londres, la ciudad que ha vuelto a demostrar lo importante que resulta en el balocesto moderno contar con una buena pareja de aleros altos. Papanikolau no enseñó lo mejor de un repertorio que es carne de NBA pero Perperoglou puso dureza, sostenibilidad y talento. Otro jugador excelente al que solemos pasar por alto y cuya respuesta tiene forma de, por ahora, tres Euroligas.

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A partir del segundo cuarto Olympiacos secuestró el tempo de partido. Circuló de maravilla, encontró buenos tiros y muñecas que no temblaban. Masacró los desequilibrios del Real Madrid e hizo una defensa para el recuerdo.En realidad ha dejado dos despliegues defensivos para las escuelas de entrenadores. Con un nivel de contacto descomunal y una dureza abrasiva, asunto que el Real Madrid no debe tomar como excusa sino como enseñanza. Las mejores siempre llegan con los huesos molidos y el Real Madrid ya sabe que en la Euroliga no se arbitra como en ACB y que el criterio proyecta una tupida sombra sobre el reglamento. El que aprende eso, se adapta antes y marca las pautas. Por encima de la estopa, Bartzokas planteó un despliegue militarizado y vibrante. Los exteriores salvando los bloqueos sin permitir contactos y los interiores dejando un trabajo sencillamente sublime: ayudas larguísimas, recuperaciones de posición supersónicas, agilidad en el desplazamiento lateral, comunicación, inteligencia, lectura magistral de los dos contra uno… Una defensa en formato manada, apasionado en pista pero regida por el equilibrio emocional de su entrenador, un metrónomo anímico que inunda el espíritu de un equipo que parece jugar sin mirar el marcador en el mejor sentido de la palabra. Cuando vienen mal dadas y cuando todo parece de cara. Ni hundimientos ni exceso de confianza. Ni miedo a perder primero ni miedo a ganar después. Otra enseñanza para el Real Madrid.

Trio

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Real Madrid: Aprender la lección


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Porque el Real Madrid sale de Londres con el gesto torcido. Esta temporada de fases deslumbrantes se le ha afeado en las dos citas principales: Copa del Rey y Final Four. Las horas después del partido son para sentir, los días después para pensar. El objetivo ahora es volver y ser mejor, volver con cicatrices que sirvan de testimonio de las lecciones aprendidas. Eso hacen los equipos grandes y esa es la primera barrera que tiene que derribar el Madrid: acostumbrarse a volver. Ha jugado su segunda Final Four en tres años, las únicas de una última década en la que CSKA ha disputado nueve por las cinco de Barcelona, Maccabi o Panathinaikos o las cuatro de Olympiacos. El título será una cuestión de cuándo y dónde si regresa a la jerarquía europea y en el camino está, aunque ahora duelan las heridas de una final improbable en la que perdió ante el rival que parecía más accesible y en la que perdió a una puntuación que le tendría que haber bendecido. Ganó un equipo sin grandes referentes interiores y ganó anotando 100 puntos. Pero no fue el Real Madrid.

RMA

En realidad el Real Madrid jugó un primer cuarto para el recuerdo (27-10: intensidad defensiva, talento descorchado y una lluvia de triples que inundó el O2). Pero a continuación jugó otros tres cuartos en delicado pero imparable declive, cada vez menos ánimo y cada vez menos juego. El ataque se aplanó en estático, previsible y suicida, envarado en un perpetuo viaje a los callejones sin salida que construyó Bartzokas. Laso falló con las rotaciones, demasiados minutos en el último cuarto con tres pequeños que caían en el autismo en ataque y se despeñaban en defensa (39 puntos encajados en diez minutos). la defensa del Real Madrid terminó desajustada, con poca comunicación y malas ayudas. La apuesta por el talento tiene que ser la rúbrica de un plan bien definido, no un brindis al sol.

La final deja en mal lugar al juego interior pero también a Llull, Mirotic y Rudy. El menorquín volvió a funcionar sólo en plena orgía inicial y con el equipo desatado. Después, otra vez, se le notó demasiado que jugaba uno de esos partidos que le incordian, igual que un Mirotic demasiado transparente.En las dos últimas temporadas he esperado un despegue sideral que todavía no ha completado un Mirotic que es demasiado joven para ingresar la nómina de los sospechosos pero al que hay que exigir como lo que es: un talento descomunal con arsenal para ser ‘4’ de referencia en Europa. Pero sigue pendiente de pasar la ITV definitiva en asuntos relacionados con la defensa, la acción en la batalla física, el gusto por la zona o el click definitivo en el interruptor de la consistencia mental.

Rudy Rudy, finalmente, jugó un mal partido ante el Barcelona y uno engañoso ante Olympiacos: 21 puntos y 20 de valoración pero cuesta abajo a partir de un gran inicio, superado por Spanoulis e incapaz de ser un líder asertivo y sólido cuando el balón quemaba en el último cuarto. No puso el salto de calidad del que se le supone portador y dejó tuerto en el peor momento a un equipo en el que Felipe estaba drenado tras su despliegue de semifinales, en el que el ‘5’ más fiable volvió a ser Slaughter con todo lo que eso supone... Y en el que Carroll, en su peor momento físico desde que fichó por el Real Madrid, jugó sin escopeta (5 puntos en los dos partidos).

La crítica, advierto, no es destructiva. El Real Madrid ha perdido la Euroliga en el último cuarto de la final y tiene un estilo que cuenta con la bendición de sus seguidores. El proyecto es bueno pero no está rematado. Existe el riesgo es que tantas victorias aplastantes en la ACB actúen como sedante o que todos los partidos jugados a la carrera se consideren grandes partidos. El Real Madrid necesita el punto definitivo de consistencia, un plan B bien definido para su ataque y algo más de pegamento defensivo. Inexperto ante el nivel de dureza del partido del año en Europa pero también sin los jugadores más adecuados para igualar el órdago del rival.

Sería un error afligirse o conformarse y desde luego lo sería caer en la histeria reconstructiva. Ni una cosa ni otra. Tampoco mirarse el ombligo: ahora mismo el Real Madrid no es campeón ni de ACB ni de Copa ni de la Euroliga. Y eso es por algo. Pero era favorito a priori en Copa, lo era el domingo por la mañana para esta final y lo será cuando arranquen los playoffs de la ACB. Y eso también es por algo.Quizá falte músculo, seguramente se echa en falta en determinados partidos un alero alto de perfil distinto al del distante Suárez; Y desde luego hace falta un pívot de primer nivel, asunto peliagudo porque el Real Madrid necesita uno de los mejores que ofrezca el mercado pero uno que además se adapte a un estilo que seguirá siendo preferentemente uptempo. Es la moraleja del caso Tomic. Mejri, sólo Mejri, parece ahora mismo un tiro con demasiada parábola para las necesidades competitivas de un Real Madrid que al fin y al cabo sigue quemando pasos pero que fue peor que Olympiacos en una final de excelente nivel. Olympiacos, ejemplo del ganador que dibujó la legendaria Billie Jean King: “a todo el mundo le da miedo ganar. A un campeón sólo le da miedo perder”.