El verbo que más se conjuga desde hace una semana es remontar. Madrid y Barça sucumbieron al poder alemán y ya sólo les queda el milagro para estar en Wembley. Así que en estos siete angustiosos días hemos tenido tiempo de sobra para analizar los comportamientos de unos y otros ante la adversidad. Un ejercicio inusual, pues casi siempre estos dos grandes caminan con el viento en popa. De inicio, hemos podido comprobar cómo el aparato propagandístico de la capital ha funcionado con una aplastante intensidad sobre el de la Ciudad Condal. Desde el mismo día de la debacle europea. Y no por el simple hecho de que Cristiano marcara en Dortmund y la cuesta del Madrid sea menos empinada que la del Barça. Con los marcadores intercambiados hubiera sucedido igual. Es una cuestión de tradición. Al juego del Madrid siempre le va esa pizca heroica y de sinrazón. Y al del Barça tan solo le vale el dominio, el ataque milimétrico y, por tanto, la cabeza. La prensa madrileña rescató el ‘Espíritu de Juanito’ desde el instante en que Lewandowski enseñó los cuatro dedos, mientras que en Barcelona no aparecieron las portadas a pecho descubierto hasta que Messi resucitó en San Mamés. He ahí la diferencia. Sin embargo, hay algunas señales en común que preocupan. Aquí y allá se habló sólo de huevos, ambiente, dejarse la piel, mosaicos presumiendo de orgullo catalán y otros muchos elementos decorativos. Pero poco de fútbol. Lo digo sin faltar el respeto a los mitos. Parece que no hiciera falta jugar para arrasar a todo un equipazo y la proeza consistiera únicamente en intimidar y empujar.
Roura ya lo dijo en Múnich: “Nuestro público nos ayudará”. Tito tiró de orgullo en su reaparición pública: “Somos el Barcelona y se puede creer”. Ramos fue en esa misma línea ayer: “La afición nos llevará en volandas. Debe calentar el partido desde el primer minuto”. Y Mourinho, casi el más realista, tampoco aportó mucha luz sobre el nuevo plan a emplear: “Hay que tener la intensidad que faltó en la ida”. Por no dar pistas al adversario o por lo agitado del momento, pocos se atreven a proponer soluciones futbolísticas ante tal enredo. Quizás, también, porque en los paredones en que se han convertido las ruedas de prensa cada vez se habla más de todo y menos del juego en sí. Todo depende de artificios, a pesar de que la mayoría sabe que, como casi siempre, el Bernabéu y el Camp Nou rugirán si el equipo va marcando y sembrarán de dudas y silencio el estadio si se tarda en hincar el diente. Por norma general, estas declaraciones de los protagonistas van en la misma sintonía que las de aquellos que ya lograron remontadas de este tipo en su día y ahora regresan casi como amuletos. Santillana, Butragueño, Pichi Alonso, Alexanco y tantos otros hablan de noches especiales. De miedo escénico. Y no lo pongo en duda. Ver los vídeos pone los pelos de punta. Pero lo que sorprende es que antes y después de aquellas gestas como las del Madrid de antaño, las del Barça de Schuster o la de España a Malta (12-1), los papeles de los entrenadores de los equipos en cuestión casi no se conocen. Y digo yo que aquellas fieras en busca de revancha se regirían por algún plan.
Afortunadamente no siempre se dio prioridad a la garra por encima de la maña. Y creo, debería cundir el ejemplo. La remontada más reciente que nos hizo vibrar globalmente en España -porque del Superdepor éramos todos¬- ¬fue la que se vio en Riazor el 8 de abril de 2004. El equipo gallego había perdido 15 días antes ante el Milán campeón de Europa (4-1) y la vuelta era más un marrón que una oportunidad de resarcirse. Javier Irureta era el entrenador y sus reflexiones en los días previos al 4-0 milagroso fueron en esta dirección: “Hay que aprender la lección. Para remontar hay que mantener un grado de continuidad, atención y esfuerzo. No se puede esperar que resolvamos en el minuto diez. Está bien hacer valer el factor campo pero, sobre todo, hace falta definición y acierto. Vamos a tener ocasiones. La segunda línea está obligada a hacer más goles. Esto no quiere decir que vayamos a jugar con cinco delanteros. Más importante serán los desdoblamientos por banda y los desmarques al primer palo”. Casi nada. Autocrítica del pasado y estrategia para el futuro. Cuando visité al técnico en su despacho de Lezama el 25 de noviembre de 2010 para charlar de fútbol hablamos de este partido y aportó más detalles: “De cara a la galería se decían muchas cosas para mantener la fe intacta pero a mí, lo único que me preocupaba era convencernos de cómo debíamos remontar. Ensayamos durante toda la semana el disparo a portería, las llegadas por banda y hasta los penaltis. Mi obsesión era disuadir a los chicos de la idea general de que marcando antes del minuto 15 estaba todo arreglado. ¿Y después, qué?”.
En estos días se ha echado mucho de menos eso. Hablar de la estrategia para tumbar al Borussia y al Bayer. En los actores principales, en las radios que debaten y en los diarios que preguntan a los analistas. Sin desvelar secretos pero sin desviar el tema. Al estilo de Klopp y Heynckes, que regalaron más reflexiones de fútbol que cualquiera de sus oponentes. “No sólo defenderemos. Sabemos atacar”, dijo uno. “Debemos ir a marcar uno o dos goles”, aseguró el otro. Una forma de comportarse que se agradecería en nuestros equipos. Aunque sea para elevar la autoestima o, simplemente, para corroborar que todos vamos en la misma línea una vez que nos han citado en bloque, con vídeos y arengas, para ir en el mismo barco. Un servidor -y ustedes, creo- se motiva más en la previa imaginando que Mou ensaya un 3-5-2, con Varane al corte y Ramos y Coentrao de carrileros. Eso sí, sin quitar a Khedira como quieren por su llegada, equilibrio y aportación a balón parado. O, en el otro partido, al pensar que Tito, con un resultado más adverso, apuesta por un 3-4-3 de salida con Piqué, Alves y Adriano atrás, Cesc reforzando el medio de costumbre y arriba con Villa (más gol) por Alexis (más trabajo).
Ese diálogo futbolístico parece haber caducado. Así que únicamente nos queda alimentarlo (si lo desean) en este foro hasta la hora del partido, esperar y saber qué pasa mientras cruzamos los dedos para que haya representación española en la gran final. Pero convendría no olvidar que correr más que el Borussia y el Bayern, aparte de improbable por su comprobada genética, no será suficiente. Lo realmente importante será pensar. Como hicieron en su día Miljanic, Molowny, Venables o Miguel Muñoz. Igual por ello no es casualidad que de las grandes goleadas de urgencia que recordamos, como la de la Selección a Malta en aquella noche Sevilla de 1983 en el Benito Villamarín, nueve de los jugadores que nos dieron la gloria son ahora entrenadores (Buyo, Señor, Goiko, Camacho, Víctor Muñoz, Maceda, Carrasco, Marcos y Sarabia). O como igual tampoco es anecdótico que de las imborrables noches europeas del Bernabéu y el Camp Nou, Del Bosque, Míchel, Juanito, Hugo Sánchez, Valdano, Esteban Vigo, Schuster, Calderé y varios más, aprendieron que el resto de sus vidas también querían dirigir un plan. Si las remontadas que ellos capitalizaron hubieran constado sólo de su fuerza y fe, su futuro habría sido ser gladiadores.