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A David Ferrer le faltó fe y a Murray le sobró la telaraña

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La final de Miami resultó tan emocionante como pobre por nivel de tenis. Murray y Ferrer entraban y salían del partido en función del lado de la red en el que se producían los errores. Un duelo impropio de dos de las cinco mejores raquetas del mundo. En el que mantener el saque acabó pareciendo una hazaña. Me recordó al quinto punto de la final de la Copa Davis de Mar de Plata, entre Acasuso y Verdasco. Aunque con el final dramático en contra.

En el primer set el escocés no metía más de tres bolas seguidas entre las líneas y se movía lento, descoordinado. No acertó una en sus reclamaciones, regañó con el silla cuando éste le recordó que se demoraba mucho en sacar entre un punto y otro. Por no hablar de los continuos gestos de impotencia, dolor... Una forma fea de enredar el partido y buscar un haz de luz en la oscuridad. Más si cabe en un tenista con tantos recursos. Pero no es nada nuevo. Son viejas tácticas que popularizaron ilustres leyendas como Connors, McEnroe o Ríos... (cualquiera de los nombrados eran mucho peores) y que por desgracia vuelven a estar de moda.

Murray subió ligeramente el nivel y Ferrer se vio sorprendido, atrapado en la telaraña. Pero su gran pecado fue dudar de la victoria mediado el segundo set. Esa falta de confianza le abocó a un inexplicable último parcial, en el que pese a ir a remolque dispuso de una bola de partido antes del tie break. Un punto que no olvidará jamás. Se encomendó al Ojo de Halcón como quien se juega todos sus ahorros al siete rojo en la ruleta para no tener que volver a trabajar. Una decisión que le cortocircuitó hasta acalambrarlo por completo.

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Dicho esto, ganó el mejor. O mejor dicho, el que fue menos malo. El más acostumbrado a las alturas...