Llegó la Semana de Pasión. Y no por la estación de penitencia que deberá hacer la Selección en el Stade de France. Ni por la proximidad de las purgas de la Champions o la crucifixión que dicta el descenso. Es Semana Santa y eso, en España, implica entre otras liturgias que medio país camina arrastrando los pies al ritmo del tambor y las cornetas, que todas sus calles huelen a incienso, y que ateos y católicos presumen con orgullo de galácticos de nuestra inigualable imaginería como Salzillo, Montañés o Juan de Mesa. El tema, extrapolado a este blog con el máximo respeto, no nos servirá para debatir qué nos ha aportado la religión y cuánto nos ha separado aquí y allá, sino para entroncar de manera muy directa con nuestro fútbol, madre de todas las tradiciones. Los clubes en general, y los entrenadores en particular, no son ajenos a este ajetreo que se nos presenta. Habrá gente que cuestione que sobre todo los técnicos tengan tanta fe en Dios como en sus proyectos y que, como consecuencia, recen con la misma fuerza que inculcan en busca de sus objetivos. Pero otro sector, posicionado muy al frente, considerará en oposición que la fe, además de mover montañas, mete goles y varía milagrosamente resultados por lo que también conviene entrenarla. Hay gente, y opiniones, para todo.

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Quizás no es casualidad que los equipos de nuestras ligas tengan al Altísimo bien presente. La Primera es un buen ejemplo que resume lo arraigado que sigue el cristianismo. Por citar sólo algunos casos, es llamativo ver cómo el Espanyol, resucitado con Aguirre, lleva tiempo aferrado al párroco Dámaso Ruiz con la misma intensidad que antes se fiaba de los milagros de Tamudo. Un cura este Dámaso que antes de ordenarse iba dando saltos por la grada de Sarriá con un tambor en la mano o disfrazado. El mismo que hace días envió una bufanda blanquiazul al Papa emérito Benedicto XVI o que en la última Junta salió al estrado para condenar el patrocinio de las casas de apuestas. Los clubes, ya lo ven, quieren tener a Dios bien cerca. Por si las moscas. Como el Betis, donde Lopera puso de moda invitar a sus entrenadores a ver las procesiones desde su balcón vip en la calle Sierpes. Unos rituales supersticiosos que no se han agotado con su marcha. El Betis sigue confiando en su capellán, Ángel Martín-Sarmiento, y aunque no tiene capilla, como otros, acude a pedir muy a menudo a la Parroquia de San Antonio María Claret, junto al Villamarín.

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Lo que sucede en el Mediterráneo es más curioso. Valencia y Levante comparten imagen. Los dos clubes tienen capilla en sus estadios con la Virgen de los Desamparados. Por la del Ciutat de Valencia pasó hace poco en la Europa League el técnico del Rubin Kazan, Berdiev, que dirige con un rosario en la mano. En lo que se diferencian es que mientras los jugadores de Valverde sólo la utilizan para guiñarle un ojo antes de salir al campo, los de JIM van más allá en su estrecha relación con la santa. Ballesteros, capitán de la revelación de las últimas temporadas, bautizó allí a su hijo. En otros rincones hay igual o incluso más fe. En Osasuna también tienen capellán. Ángel Gogorza, y el equipo reza antes de los partidos. Algo que ya hacía el Superdepor de Irureta con el máximo respeto de Naybet, que miraba sin unirse a la causa por tener otro guía y otra fe. Ahora, en Riazor siguen fieles al padre Taboada. Todo lo contrario que sus vecinos del Celta, o incluso el Valladolid, que son de los clubes menos activistas religiosamente hablando. Un nuevo status que ha alcanzado ahora también el Rayo. Con Teresa Rivero había capilla en el palco y el equipo visitaba a la Virgen del Carmen en la parroquia de San Ramón Nonato. Con Martín Presa se cambió la religión por la ética. De los históricos, poca trayectoria litúrgica hay ya. Madrid y Barça hicieron en su día ofrendas puntuales, como tantos otros equipos en España hacen ahora (el Getafe en San Cristóbal). Pero no son tan devotos. Sólo el Atlético y el Athletic se han mantenido últimamente ligados a la religión. Los colchoneros con el padre Daniel. Lo malo del club vizcaíno es que antes echaba mano de Jesús Garitaonandia, párroco de la Basílica de Begoña desde 1996, y como murió en enero el club está esperando a conocer el nuevo nombramiento.

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Así se han gestionado religiosamente, y aún se gestionan, los equipos de fútbol. Una realidad donde los entrenadores han tenido la oportunidad de compartir la misma fe que procesaban, donde han debido convivir a pesar de no ser practicantes o donde han aportado nuevas costumbres que todavía sobreviven a sus marchas. Caparrós, como tantos otros, era de colgar estampitas en la pizarra. Y López Caro, muy cercano a movimientos ultracatólicos, fue más allá. Hacía rezar siempre al Castilla un padrenuestro y cuando se hizo cargo del Madrid galáctico por unos meses no se conformó con repetir imagen ante Beckham y Ronaldo. Sus primeras palabras en el paredón de la sala de prensa fueron éstas: “El límite no lo voy a poner yo, ni los jugadores, sino Dios, porque Él es quien me ayuda a caminar y a conseguir este éxito. A quien tengo que glorificar es a Él, porque me da la luz...”. Pero quizás el caso más llamativo en el gremio de entrenadores es el de Manolo Jiménez, entrenador del Zaragoza y próximo rival del Madrid en Liga.

El de Arahal seguro que está en estos momentos estrujándose la mente para el partido del sábado con el objetivo de alejar a su equipo del pozo del que ya le salvó el curso pasado. Es un gran profesional. Pero, seguro también, que ya tiene el tradicional y anecdótico viaje del jueves preparado. Jiménez acudirá como hace desde los 15 años a arropar en su pueblo natal a la Cofradía de Jesús Nazareno para cargar allí, en el silencio de la madrugada, de 2:00 a 11:00, con la imagen de la Virgen de los Dolores. La fe del míster le hace no dudar jamás a la hora de realizar este esfuerzo a pesar de que el Zaragoza se jugará la vida 33 horas después. Por eso, en todos sus contratos deja claro que tendrá libre la noche del Jueves al Viernes Santo para procesionar. Hace dos años hizo el trayecto desde Grecia. Es su única condición. Esta vez, irá tras el entrenamiento en AVE hasta Sevilla, y desde la estación de Santa Justa viajará a su pueblo en coche (a menos de 50 kilómetros). Volverá el viernes casi sin dormir para dirigir la sesión, que ha programado para la tarde. “Creo mucho en Dios pero también en la unión que se crea en torno a una hermandad”, asegura siempre. Su padre (“ídolo y amigo”) le llevaba a ver a su cofradía desde pequeño, le ayudó a mentir para ser costalero antes de tiempo ya que no se podía hasta los 18 años y, luego, le daba dulces bajo palio para que no desfalleciera. El pobre murió en 1994 y Jiménez hizo la promesa de no fallar jamás a la cita en su honor. Esté donde esté. Como dice su perfil de WhatsApp, es un costalero de fe. Así que por tipos tan agradecidos, el ‘cristiano’ de Ronaldo puede esperar.

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