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Terapia con Claudio Borghi ante las fobias

Después de cuatro meses y catorce historias sobre entrenadores ya se ha creado un clima de confianza en este blog que nos permite compartir algunas confidencias. Total, qué mas da, casi siempre estamos revoloteando por aquí los mismos y ya nos conocemos. No teman. Así que les cuento. En mi obsesivo análisis por comparar a los profesionales del fútbol con la gente de a pie, esta semana, cosas que dan las vacaciones, me he preguntado si las consecuencias psicológicas de la crisis, los males que acarrea el estrés, los miedos pasados y las fobias futuras que desatan esta compulsiva manera de vivir pertenecen sólo al pueblo llano o también afectan a los privilegiados del balón que nos observan desde su atalaya. Es decir, si los ídolos y los fans son igual de mortales o en esto también existen clases. Mencionar como respuesta el dinero que nos distingue de ellos sería un error materialista. Les hablo de si los problemas que no se resuelven fácilmente con la chequera están tan presentes en las plazas como en los estadios. A mí me da que sí. La diferencia, creo, es que mientras usted o un servidor no escondemos nuestras debilidades ni nuestra lucha por combatirlas; ellos, jugadores o entrenadores, tienen pánico demasiadas veces a airear que son humanos y que también necesitan ayuda. Deténganse un instante, piensen, miren a su alrededor y hagan recuento. ¿Cuántos de sus allegados tienen algún pensamiento que les atormenta, detiene o bloquea? ¿Alguno tiene vértigo? ¿Miedo a volar? ¿Claustrofobia? ¿Temor a las arañas u otros animales? ¿A la dichosa muerte? ¿Visitan al psicólogo o ponen algún remedio? Saquen la media de todos los casos y desde ahora, cuando observen un partido, por probabilidad, sepan que alguno de los que corren hacia el área o dirige desde la banda sufre casos como los que usted ya conoce. Son igual de vulnerables. Son igual de luchadores.

Personalmente llevo un tiempo fijándome más en los que temen volar. Quizás porque después de ir de acá para allá durante años, ahora acumulo un trienio sin atreverme a despegar. Una mala gestión de los nervios. Y veo que el deporte en general, y el fútbol en particular, tiene ejemplos variopintos en los que uno de cada seis ciudadanos nos vemos reflejados. Se acordarán, sobre todo, de Dennis Bergkamp. El fino delantero holandés del Ajax, Inter o Arsenal dejó el fútbol prematuramente cansado de viajar a los partidos a domicilio en coche o en barco. El internacional vivió una mala experiencia volando al Mundial de Estados Unidos en 1994 y desde entonces dejaba clara una cosa en la firma de sus contratos: sólo jugaba en casa y fuera iba a los encuentros que pudiera en cualquier medio de transporte menos en avión. Su salario, claro, también se vio menguado. Así, Bergkamp se perdió varios partidos de Champions y dijo “no” a participar en el Mundial de Japón y Corea en 2002.

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Dennis

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Otros como Paolo Guerrero, del Corinthians, se han bajado de la aeronave en muchas ocasiones justo antes de partir. La más llamativa cuando estaba en el Hamburgo. El peruano Pedrito Ruiz, ídolo de Unión Huaral, sólo viajaba sedado con diazepán en los años setenta y ochenta (no lo intenten) y Raúl Gutiérrez, del Blooming de Bolivia, se retiró harto de pelear contra sus temores cada fin de semana. Son sólo algunos casos. Ceballos (portero del Racing) llegó a desestimar una grandísima oferta del Tenerife por esta misma fobia e Iván Helguera (central del Real Madrid) tenía que volar en la cabina del piloto para no descomponerse. Este mal no es nada nuevo.

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¿Y entrenadores, que es de lo que trata Míster Pentland? Me quedo con uno en esta larga semana de selecciones. Con el exentrenador de Chile, Claudio Borghi. Este argentino nacionalizado chileno (Castelar, 28 de septiembre de 1964), campeón del mundo en México como jugador junto a Maradona, ha sufrido como ningún otro técnico las fobias que a muchos nos atacan. Y si elijo contar su historia es por impactante pero, sobre todo, por si su superación puede ayudar a alguien. La pesadilla del ‘Bichi’, como es conocido, comenzó un día después de la fiesta sorpresa que su mujer, Mariana, le preparó en 2006 con motivo de su 42 cumpleaños. Ese día, Borghi alcanzaba la misma edad con la que su padre murió de un infarto cuando él tenía 10 años. Así que su cabeza, de forma incontrolable y tras dar credibilidad a algunas bromas macabras al respecto, comenzó a hacer asociaciones irracionales que desataron su ansiedad. Pensó que a él le pasaría exactamente lo mismo. Así, porque sí. La anticipación no es buena. Además, su hijo Filippo, precisamente de 10 años, había sido sometido el lunes anterior a unas pruebas cardiacas que no fueron demasiado bien y que debían repetirse el sábado siguiente. Borghi, marcado por la experiencia paterna y las casualidades, estaba muy preocupado por que el mal no fuera algo hereditario y la coincidencia de las edades no fuera anecdótica.

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Borghi

A su pequeño le dolía la nuca con la misma fuerza que a él le palpitaba el corazón. El mal no cesaba. Iba a más. Ese viernes Borghi tenía que viajar con el Colo Colo a la Octava Región para medirse al Huachipato. Y pasó lo que pasó. El técnico, ya en su asiento del avión, comenzó a recrearse en todos estos pensamientos y se agobió de más. Sufrió un ataque de pánico. Así que cuando la nave ya se movía por la pista con la misión de empinarse, él le exigió a la azafata que parasen de inmediato. “Me muero”, gritaba como un poseso. Quería bajarse como fuera. El comandante, argentino como él, detuvo el aparato alarmado por la tripulación e intentó tranquilizarle. No lo consiguió y accedió a sus peticiones. El jefe médico del equipo, Miroslav Tadic, se solidarizó con él y lo mandó a casa. Borghi puso pie en tierra y llamó angustiado a su mujer. Ésta le recogió en el aeropuerto y el míster no dejó de llorar hasta que llegó avergonzado a su habitación. La impotencia y el miedo le habían atenazado. Tanto, que tres días después el Colo Colo debía viajar a Costa Rica para jugar los octavos de final de la Copa Sudamericana ante el Alajuelense y el preparador no acudió. Se quedó en Santiago y al equipo lo entrenó de nuevo su ayudante, Cristian Saavedra. Pobre.

BorghiAvionSu caso dio la vuelta al mundo. Y aun así, Borghi jamás se escondió. Nada más restablecerse fue a ver al psicólogo y allí entendió lo que le pasaba: “Usted no tiene miedo al avión; tiene miedo a la muerte”, le dijo. El entrenador pidió ayuda a todo aquel que se la quisiera prestar. Llego incluso a realizar simulacros de esos tan caros que ofertan las compañías aéreas. Y hasta encontró alguna muletilla a la que agarrarse para volver a volar. Unas veces era el vodka y otras el ron. Mezcla terapéutica y de automedicación que le funcionaba. Hasta el punto de que tiempo después, en un vuelo con muchos problemas cuando dirigía a Boca Juniors, se quedó dormido en su asiento mientras otros gritaban. O, mejor aún, cuando el 10 de abril de 2012 vio cómo los galenos de la selección chilena a la que dirigía hacían los primeros auxilios a un pasajero con problemas de corazón que se retorcía siete filas más adelante. Y eso que el incidente obligó a aterrizar de emergencia al avión en Copiapó camino de Arica, donde su equipo jugaba un amistoso ante Perú.

Borghi ahora viaja de un lado para otro aprovechando que está en el paro tras ser destituido en noviembre de la selección chilena. Y tiene días. Unas veces vuela sin problemas a EEUU a ver a sus amigos. Como ya hizo a Italia, Suiza, México o Brasil. Otras, lo hace levemente sedado. Para ir a Oceanía, por ejemplo. Alguna, casi borracho. Otras en la cabina junto al presidente de Chile, Sebastián Piñeira. E incluso tiene momentos de lógica debilidad en los que vuelve a coger el coche regateando al avión como hacía cuando entrenaba a Independiente. “Necesito tener el control y estoy más seguro en tierra”, argumenta. Pero siempre vuelve. Se rebela. Y, a pesar de que sabe que no disfruta por los aires, se pone a prueba de forma ejemplar. Quizás porque sabe que sólo haciendo aquello que se teme se disuelve el temor. Quizás porque salvo la muerte, todo tiene solución. ¡Ánimo a los fóbicos y comprensión a los que les rodean! Eso sí, su única condición es no viajar junto a su familia y hacerlo siempre por separado. Un capricho que no se le puede negar a un valiente. Tan profesional como humano.

Borghi sonríe