Lance Armstrong y el auténtico problema
Mariano Tovar
Es curioso que la sustancia dopante de moda en la NFL sea el Adderall, una anfetamina muy popular y que quizá muchos conozcáis. Sus efectos son el aumento de niveles de alerta, capacidad de concentración y memoria. Casi una docena de jugadores de la NFL dieron positivo por su consumo en el último año. En esta liga, la primera vez que das positivo eres sancionado con cuatro partidos de suspensión y una multa económica. El segundo positivo conlleva un año de suspensión. Con el tercero te envían a los corrales.
¿La anfeta, el producto dopante de moda? Si me dijeran que estamos hablando de un campus universitario en plena época de exámenes, os diría que lo entiendo. Básicamente porque lo he visto. Muchos estudiantes se dopan desde hace muchos años con el producto de moda en la NFL para poder estudiar con más intensidad. La anfetamina es adictiva, y precisa receta. ¿Alguno de vosotros ha aprobado un examen gracias al consumo de anfetaminas u otros estimulantes? Pues no sé que esperáis para ir al decanato, confesar el delito y pedir que os suspendan la asignatura.
Alguno me diréis ¿por qué? Yo me dejé las pelotas estudiando y eso que tomaba solo era para poder esforzarme más. Yo me sabía la asignatura y la aprobé con justicia. Os puedo asegurar que un deportista se deja las pelotas entrenando. Con un nivel de sacrificio y esfuerzo que son casi heroicos. Cuando toma un producto dopante busca lo mismo que el estudiante que se toma una pastilla de anfetamina antes de una noche bajo la luz de un flexo: poder esforzarse más, sacar el máximo rendimiento de ese esfuerzo.
Ahora pensad que el estudiante no solo busca aprobar un examen, sino una oposición. Hay una serie de plazas en juego y se la llevarán los mejores. El fármaco estimulante ya no solo le permite aprobar. Le da ventaja sobre los demás. Ahora, si alguno de vosotros ha aprobado una oposición y durante la preparación usó medicamentos que mejoraran su rendimiento, que actúe en consecuencia, vaya al ministerio en cuestión y renuncie a su plaza. Es un tramposo.
Porque eso es exactamente lo que hace un deportista profesional que se dopa. Buscar una ventaja sobre el resto de competidores. Pero esa ventaja no llega sola, como caída del cielo. Es un complemento a un esfuerzo titánico. El mismo que se requiere para sacar hoy en día la mayor parte de las oposiciones que salen a concurso.
Voy a buscar un punto intermedio. En el mundo del ciclismo están en auge las pruebas cicloturistas. Crecen al mismo ritmo que desaparecen las carreras para jóvenes aficionados que quieren ser profesionales. Las cicloturistas no son competitivas. Puede apuntarse cualquiera. No hay premios para los primeros ni dinero en metálico. Todo lo contrario. Inscribirse cuesta en ocasiones un pastón. No hace falta pertenecer a un equipo ni estar federado. Puedes sacar una licencia de un día que te permite correr. Yo todos los años participo en un puñado de esas pruebas. Toda mi ilusión es mejorar mi marca del año anterior.
Así que alguien me lo tiene que explicar. Un tipo se apunta a una prueba no competitiva, paga por participar, sabe que no hay premio, que le van a regalar un maillot, tendrá asistencia mecánica, puestos de avituallamiento y poco más. Cuando llegue a la meta se juntará con sus amiguetes en un bar para fardar y comentar las hazañas del día y luego se irá a su casa a dormir el palizón. Antes se gastará una pasta en productos farmacéuticos y asesoría médica. ¿Por qué? ¿Para qué? Pero no solo es doping. En mi pueblo se celebra una de las tres marchas cicloturistas de MTB más prestigiosas de la Comunidad de Madrid. Viene gente de toda España. Tampoco hay premio. Se rifa una bici entre los que llegan a la meta y se les invita a un plato de pasta. Todos los años hay un puñado de participantes que hace trampa. El recorrido es circular y la gente ataja. Sí, se esconde y busca caminos más cortos. El doping del pobre. ¿A quién pretenden engañar? Solo se mienten a si mismos.
Dicho todo lo anterior, no me creo que en una competición como la NFL el positivo más habitual en 2012 haya sido el Adderall, una anfetamina. Por mucho que los jugadores necesiten máxima concentración en cada jugada. Y tampoco me creo el deporte limpio. No hablo de deportes de fondo. Hablo de deporte en general. Cada uno tiene su doping específico.
Así que, ni me creo el deporte limpio, ni creo que sea posible limpiarlo, salvo que el castigo sea tan grave que disuada a deportistas, médicos, patrones y cargos federativos. Si un chaval ataja cuando compite contra si mismo, si nos parece lícito que alguien se medique para rendir más en sus estudios, si un veterano consume EPO en una prueba no competitiva, es que el doping es intrínseco a la competición y a la guerra. Que a lo largo de los siglos los hombres que iban a la batalla usaban antes toda clase de bebedizos y potingues que aumentaran su valor, su rendimiento y que les quitara el miedo.
Así que me importa un pimiento todo lo que contó Armstrong en sus dos entrevistas con Oprah. Si habló, y dijo lo que dijo, no fue por contrición, sino por interés.
Lo peor de Armstrong fue cómo convirtió el pelotón en un reino mafioso. Cómo el resto de competidores tenía que solicitar audiencia y rendirle pleitesía. Pedirle su permiso para lanzar un ataque, intentar una escapada, o aspirar a un podio. Y él, rodeado de un equipo en el que algunos actuaron literalmente como sicarios, imponía su ley, castigaba a quien deseaba, con total impunidad, e imponía una dictadura insoportable. Incluso cuando ya estaba acabado, intentó ganar un último Tour y sometió a Contador a una presión moral inhumana. Casi todo el pelotón a su servicio, pagándole favores y convirtiendo la carrera en una gigantesca mentira.
El doping iguala a casi todos por arriba. Cuanto mejor eres, mejor equipo, mejores médicos y mejor rendimiento extra, pero siempre con matices. La competición sigue existiendo, aunque esté más o menos adulterada. Todos los espectadores lo sabemos y nos ponemos una venda en los ojos, no queriendo saber la verdad. Lo de Armstrong fue peor. Durante su dictadura el doping solo era uno de los problemas. Lo peor era la falta de espectáculo, de competitividad, de ciclismo. Cada prueba en la que el texano participaba era un monólogo soporífero en el que no pasaba nada. Él no lo permitía.
Armstrong no destrozó el ciclismo porque se dopara. Lo machacó porque dejó de ser una competición y un espectáculo. Y lo convirtió en su cortijo particular, con el consentimiento de decenas de personas que entonces se desentendieron o fueron cómplices y ahora se echan las manos a la cabeza.
Para mí lo malo no es el doping, sino el cinismo repugnante de todos los que ven el deporte como un negocio y solo ponen remedio a los males cuando deja de manar el dinero.
mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl