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Omar no sería de estos Ravens

Actualizado a

Iñako Díaz-Guerra

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Discúlpenme que en tan entendido foro no me ponga estupendo. Ni cantaré las bondades de los Harbaugh, ambos aquí tras sendos golpes de genio que sólo el Belichick de verdad, no este adormilado de los últimos años, hubiera osado acometer (cambiar el QB, Jim, y al coordinador ofensivo, John, en plena temporada ganadora) ni escribiré 50 líneas sobre la importancia de la salud de Justin Smith y como, sin él, su hermano negro Aldon no rasca un sack o sobre la sensación de que las opciones de Baltimore pasan tanto por Bernard Pierce como por Ray Rice.

No. Para esas cosas ya están Mariano y Manolo Arana, que saben más que yo o al menos así lo creen. Yo necesito liberar mi conciencia, explicar cómo un fanático de The Wire y de Carmelo Anthony, un loco de la Costa Este que considera que California, cual Woody Allen en Annie Hall, es el mal absoluto, puede traicionar a Baltimore de esta manera; cómo puedo odiar tanto a estos Ravens e ir con San Francisco casi como si fueran mis Patriots. Por eso mismo, pensaréis, porque eres de los Pats, víctima del equipo de Ed Reed (sí, de Ed Reed, no del otro personaje) en dos de las últimas cuatro temporadas, que serían tres si no se pegan un tiro en el pie en 2012. Pues no, ese no es el problema. Soy un tipo de los Patriots al que le hacen gracia los Jets, así que no van por ahí los tiros (no te ofendas, Ray Lewis, esto no va por ti).

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En realidad, odio a los Ravens porque creen que son duros, van de duros, quieren ser duros… pero son una panda de farsantes que no sobrevivirían dos días en las torres de West Baltimore. En serio, ¿nadie puede decirle a Ray Lewis que es de Florida, por el amor de dios? Como fan absoluto de Tom Brady, alto, guapo, californiano y casado con una supermodelo, es evidente que no necesito ese toque macarra para admirar a un jugador. Lo que no soporto es a quienes viven de fingir ser quienes nunca han sido. ¿Notas mi mirada en tu espalda, querido Ray, o estás llorando mientras te enfoca la tele?

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Tengo bastantes amigos aficionados, pero no seguidores habituales, que se han sumado a la tontería esa del equipo del destino, han comprado el producto Ray Lewis y creen que ir con los Ravens es ir con Stringer Bell y Avon Barksdale, con Omar y Marlo, con McNulty y Freamon. Ir con el débil, con la clase trabajadora, con el equipo de curritos frente a los soleados Niners con sus camisetas rojas, su QB de moda y su ciudad pija (y preciosa, por cierto). Pero es mentira. Esa es la gran mentira que han colado estos Ravens. Un equipo más sucio que duro, que cada vez corre menos y lanza más y cuya defensa vive de una fama ganada hace años que los hechos ya no respaldan.

Y sí, he dicho sucio. Podemos hablar de Bernard Pollard, asesino de tres temporadas de los Patriots lesionando a Brady, Welker y Gronkowski. Toma hat trick. O de Ed Reed, maravilloso jugador con tendencia al golpe fuera de tiempo, al que casi beatificamos estas dos semanas porque perdonó la entrada pie en alto de Brady; los pájaros contra las escopetas. O de, ¿adivináis? Sí, el ‘gran’ Ray Lewis. El tipo que ha logrado superar una acusación de asesinato en la que delató a sus dos colegas y su traje blanco desapareció como por arte de magia, a serias sospechas de dopaje y a varios años ya de rendimiento en declive para ser el hombre de esta SuperBowl. Un mito, dicen. Un tipo sobreactuado al que todo el mundo elogia como modelo a seguir cuando no se le recuerda ni una jodida cosa a imitar como persona en 17 años de carrera. Están locos estos romanos, que metieron en la cárcel y siguen sin perdonar a Vick, pero pasean a Ray Lewis por todos los platós como si fuera Gandhi redivivo.

Lo siento, no puedo ir con Lewis ni a comprar tabaco (no vaya a ser que lo robe él y luego acabe yo en la trena). Y ni siquiera me creo su pose, su pañuelo, su cara de duro, su ridículo baile. Por no hablar del entrecejo de Flacco. Así que a mí no me engañan. Los Ravens son de Baltimore, pero no son Baltimore. Ni de lejos. Go, Niners y bye bye, Ray.