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¡¡¡¡Larga vida a Ray, rey de Aquilonia!!!!

Mariano Tovar

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Los que me leéis desde hace años sabéis que tengo tres grandes aficiones: la NFL, la bicicleta y los cómics. Y cuando hablo de aficiones, lo digo absolutamente en serio. Me dedico en cuerpo y alma a las tres. Sobre la NFL no hace falta que os convenza, cada año hago muchos miles de kilómetros dando pedales (aunque una lesión de columna me mantiene en el dique seco desde mediados de diciembre) y casi todas las paredes de mi casa están forradas de estanterías en las que se acumulan miles y miles de cómics americanos, europeos, españoles, japoneses y, en muchos casos, de procedencia peregrina.

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Mi afición al mundo de las viñetas comenzó incluso antes de aprender a leer. Mi padre me comparaba ‘Mortadelo y Filemón’, Zipi y Zape’, ‘Pepe Gotera y Otilio’, el ‘TBO’ y todos los tebeos de la época, que yo devoraba de inmediato. Tengo un recuerdo curioso, de esos pocos que todos guardamos de nuestra más tierna infancia, leyendo con dificultad, casi sílaba por sílaba, mi colección de Asterix y Obelix para descubrir que la historia contada era muy diferente a la que yo había imaginado antes de aprender a leer, cuando solo miraba ‘los santos’ e inventaba una aventura peregrina.

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Mi padre, sorprendido por mi afición, decidió fomentarla. Descubrió una pequeña tienda especializada que se escondía en una calleja detrás de la Plaza de España de Valladolid. Ahí me compraba las joyas que definitivamente incendiaron mi devoción por los cómics. Pronto se dio cuenta de que los superhéroes no me emocionaban demasiado. Las ‘Secret Wars’ y las aventuras de Spiderman que tenían encandilados a mis compañeros de colegio me aburrían, pero encontró dos editoriales increíbles. Una era Doncel. Por aquella época publicaba una colección llamada Trinca en la que aparecieron joyas como Manos Kelly o El Cid de Hernández Palacios (para mi gusto, el mejor autor español de siempre); Haxtur, de Víctor de la Fuente;  Los Guerrilleros, de Andrade y Bernet… La otra era Burulan, que había editado ‘Flash Gordon’, ‘El Hombre Enmascarado’ y ‘El Principe Valiente’. Casi cuarenta años después aún conservo muchos de esos álbumes como nuevos. Los mimé durante años, protegiéndolos de las agresiones de mis hermanos, acariciando sus páginas con devoción. Y también perdí algunos otros. Más tarde volví a encontrarlos en librerías de lo viejo, después de meses de investigación y tras pagar una cantidad casi ofensiva en algunos casos.

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Pero en esa época hubo dos cómics que me marcaron especialmente. Aún hoy los elegiría sin dudar si me dijeran que solo puedo llevarme dos colecciones a una isla desierta. Fueron ‘El Príncipe Valiente’ de Harold Foster y ‘El teniente Blueberry’ de Charlier y Giraud (Moebius). En mi opinión, el mejor cómic de la Edad de Oro estadounidense y el gran referente del cómic europeo. Leyendo sus páginas me enamoré de la maravillosa princesa Aleta, odié a Morgana y viví con emoción las aventuras de Sir Valient, Sir Gawain y todos los miembros de la Tabla Redonda. Mike Donovan, por su parte, cabalgaba por los desiertos de Colorado y Nuevo México metiéndose en todos los follones posibles y solucionándolos de la manera más imprevisible.

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Estoy seguro de que Blueberry y el Principe Valiente fueron el rescoldo que incendió definitivamente mi pasión por los cómics. Por eso los tengo en un lugar de privilegio en mi biblioteca. Y también estoy seguro de que Ray Lewis fue el que despertó en mí la afición por las defensas en la NFL. El que consiguió que mi vista dejara de estar permanentemente en un lado del balón y comenzara a fijarse en el otro.

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En los últimos ’80, cuando empecé a seguir la NFL, mi preocupación no estaba ni en el ataque ni en la defensa. Como todos los recién llegados, tenía suficiente con disfrutar de los golpes, intentar encontrar el balón en esas montañas de músculo y corazas, y entender las explicaciones de Ramón Trecet, que con su verbo generoso adornaba los partidos de épica y aventura. Esos años fueron como los de mis primeros cómics. Yo no sabía leer y me limitaba a interpretar lo que veía de la manera más peregrina.

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Pero poco a poco fui aprendiendo a leer. Y en lo que se refiere a la NFL, ese aprendizaje continúa aún hoy en día, que este deporte es como aprender chino, una misión interminable. Durante los ’90 todos los aficionados vivimos una época mágica, irrepetible. Fue la era de los grandes pistoleros. Montana, Young, Marino, Elway, Aikman, Favre, Kelly, Moon, Brunell, Bledsoe, Cunningham… El otro día Manolo Arana y yo nos pusimos a rememorar el QB titular de cada equipo en esos años y casi todos eran grandes estrellas. Tipos inolvidables. Se cuentan con los dedos de una mano las franquicias que tenían mal cubierta la posición. Fue una época dorada para los quarterbacks. Como decís algunos, cualquier tiempo pasado fue anterior, pero a mí me gustaría volver a aquellos años, cuando no solo había QBs míticos. Barry Sanders, Emmitt Smith, Terrell Davis, Jerry Rice, Michael Irvin…¡Por Dios! ¡El Olimpo griego era una broma comparado con todos los dioses que habitaban entonces la NFL!

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Y claro, en esos años yo miraba los ataques. No tenía ojos para las defensas. No me daba tiempo. Algunos de vosotros, más inteligentes, ya disfrutabais de los últimos coletazos de Lawrence Taylor, y de genios como Bruce Smith, Reggie White o Deion Sanders, que en los ’90 el nivel de las defensas no desmerecía a los ataques, pero aún era demasiado pronto para mí.

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Entonces, aparecieron los Ravens. Y Ray Lewis. Como el teniente Blueberry al rescate de la diligencia. Fue una revelación, como un rito de iniciación. De pronto, sin explicarme la razón, la vista se me iba sola al otro lado del balón. El espectáculo ya no estaba en los lanzamientos imposibles de los grandes pistoleros o en las grandes cabalgadas de corredores elusivos. Era mucho mejor ver a aquella horda de asesinos aniquilando rivales. Rod Woodson, Rob Burnett, Jamie Sharper, los inconmensurables Sam Adams y Tony Siragusa, Chris McAlister… y al frente de todos ellos, Ray Lewis. Una mezcla explosiva de juventud y veteranía, algo muy similar a lo que veremos el domingo defendiendo los colores del cuervo. Era un grupo caótico e infernal. Hipnótico. No podías apartar la vista de sus movimientos y engaños. Intuitivos y geniales, entraban como panteras para rectificar sobre la marcha y convertir en una broma cualquier engaño del ataque. Ray Lewis era joven y explosivo. Se dejaba llevar por el ansia y muchas veces perdía la posición. Pero daba lo mismo. Llegaba a cualquier parte con ese don de la ubicuidad que solo tienen los más grandes.

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Ahí estábamos todos, frente al monitor, con un cambio de actitud inaudito. Ya no nos importaba que televisaran los Packers de Favre o los Rams de Warner. Queríamos ver a los Ravens de Lewis. ¡Queríamos defensa! Ver los cruces en el front seven para cambiar las asignaciones, volver loca a la línea ofensiva y provocar que el QB recibiera el snap con los ojos desorbitados ante el atropello inevitable que se le venía encima. Escuchar el trueno de un golpe seco y cómo se le escapaba el aire al corredor de turno cuando era aplanado para pérdida de yardas. Presenciar cómo los receptores daban vueltas de campana en el aire mientras el balón se les escapaba de las manos. Disfrutar de Adams y Siragusa empujando ellos solos a todo el ataque rival para sentarles de culo muchas yardas más allá… Eran los Ravens. Por algo será que la defensa de ese año está considerada como una de las mejores de todos los tiempos y, sin duda, la más terrorífica de los últimos 25 años.

Y ahí arriba, contemplando el campo de batalla, disfrutando con el pánico, la sangre y el fuego, sonriendo de placer, estaba Ray Lewis.

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A mí no me importa si Ray Lewis es el espíritu encarnado de una franquicia, ni lo que sucedió aquel 31 de enero en Atlanta, en aquella fiesta de la XXXIV Super Bowl en la que Jacinth Baker y Richard Lollar fueron asesinados. No quiero saber nada de la vida del Ray renacido después del suceso. Y me da igual ese baile grotesco del que se reía Terrell Owens, que siempre me ha parecido una horterada, pero que cumple con creces el objetivo de enardecer a su equipo y afición. Tampoco creo que Lewis sea ese defensa noble y sin marrullerías que algunos quieren vender. Yo he visto cómo casi le arrancaba la cabeza a Ochocinco, cuyo casco salía disparado para terminar fuera del campo dando botes. Y también le he visto ir a hacer daño, y golpear más fuerte de lo debido. Ray Lewis siempre ha hecho lo que ha considerado necesario para que su equipo ganara, para incentivar a sus compañeros. Sus rivales solo eran eso, enemigos. Y como tales les ha tratado.

Este año, cuando su decadencia es evidente y Dannell Ellerbe trabaja a destajo como un guardaespaldas cubriendo las limitaciones del mito, Ray Lewis sigue haciéndome disfrutar de la defensa como el primer día. Sobreponiéndose a la edad, a los dolores y a los cardenales sin cura, vuelve a ser esa pantera infranqueable por tierra. El primero en llegar a todos los placajes (y el último en las coberturas) animando a sus compañeros con sus gestos y amedrentando a sus rivales.

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En un último requiebro final propio de un genio, Ray Lewis anunció su retirada en el momento justo. Y con ese acto perfecto, formidable, dio el empujoncito que los Ravens necesitaban para llegar a una nueva Super Bowl. A su última Super Bowl. Lewis, una vez más, dándolo todo por su equipo en el instante que más lo necesitaba. Lo mismo que ha hecho durante 17 años inolvidables.

No sé quien es Ray Lewis, no le conozco de nada. Pero sí que sé lo que es para mí. El tipo que me descubrió que en la NFL también juegan las defensa y muchas veces son más espectaculares que los ataques. Por eso, como Blueberry y El Principe Valiente, siempre estará ahí arriba, en la estantería de los grandes momentos de mi vida. Nunca podré estarle suficientemente agradecido.

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No sé por qué tras escribir este artículo me han entrado unas ganas tremendas de releer el Conan y Belit de Roy Thomas y John Buscema. No lo entiendo ¿Qué tendrá que ver la historia del bárbaro cimmerio con Ray Lewis? A veces la mente crea asociaciones inexplicables. ¡¡¡¡Larga vida a Ray, rey de Aquilonia!!!!

(Dejo aquí el enlace del artículo de Moreno de hoy en AS.com. Goodell, “persona non grata” en Nueva Orleans

(Y también el enlace al PDF con la previa de la Super Bowl de AS Color).

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl