Redskins 14 – Seahawks 24
Mariano Tovar
El ser humano es cabezón por naturaleza. Se reafirma en los errores, los justifica hasta las últimas consecuencias, y es capaz de perderlo todo por defender algo que no se cree ni él mismo. Mike Shanahan, uno de los mejores entrenadores de los últimos 20 años, se empecinó en mantener en el campo a un jugador lesionado y condenó a su equipo a la derrota sin necesidad. La huida hacia delante más ridícula e inexplicable que recuerdo en un emparrillado de football americano.
Los Redskins salieron al campo como torbellinos. RGIII, aparentemente recuperado de su lesión de rodilla, hacía bailar a su ataque como los grandes boxeadores. Uno, dos. Golpe al hígado y al mentón. Los Seahawks, groguis, se encontraron con dos touchdowns en contra y estaban completamente desarbolados. Amedrentados en defensa y en ataque por la paliza que les estaba llegando por todos lados.
Y entonces, sin previo aviso, la rodilla de Griffin volvió a doblarse hacia donde no debía.
Fue muy poquito. Un mal paso sobre un césped impropio de un equipo de la NFL. Más pelado que un quinto y con más calvas que un tiñoso. Pero ese pasito, que fue dado en ese momento, finalizando el primer cuarto, y que tenía que llegar antes o después, cambió completamente el partido.
Los Seahawks escucharon la campana que les salvó la vida, fueron a su esquina a recuperarse, y agarraron las riendas del partido para ya no volver a soltarlas. La lluvia de golpes cambió de barrio y el choque se convirtió en una agonía. Los locales encerrados en El Álamo, defendiéndolo hasta el último aliento, y Wilson dirigiendo una orquesta letal que se dio un festín sistemático. Fue casi una tortura a cámara lenta.
Los drives de los visitantes eran un martirio para los Redskins, incapaces de frenarles. Pero de vez en cuando sucedía un milagro que daba aire a los locales. 14-13 en el descanso. Aún había tiempo de rectificar. Pero nadie lo hizo.
Griffin corría cojo. No un poco. A lo bestia. Se arrastraba por el campo mientras sus rivales no daban crédito a lo que sucedía. Una intercepción en un pase largo confirmaba que ni siquiera podía apoyar bien para lanzar. El líder se había convertido en lastre y el cerebro se desentendía. ¿Alguien lo puede explicar?
Todos estábamos convencidos de que Cousins sería el QB titular en la segunda mitad, pero Shanahan salió al campo charlando con Griffin. Ambos sonreían. ¿Le habrían dado una pócima? Ni mucho menos.
Los Seahawks entraron en el campo como una división acorazada. Convencidos de que la victoria llegaría antes o después, y de que una vez que se pusieran por delante en el marcador no habría vuelta atrás. Un fumble de Lynch cuando ya olía a touchdown retrasó lo inevitable. Griffin seguía cojo. Muy cojo, y además el punter visitante, pluriempleado ocasional, obligaba a los Redskins a empezar cada drive pagados a su propia línea de anotación.
Los que veíamos el partido no podíamos entender lo que sucedía. ¿Pero qué hace ese tipo en el campo? ¡Pero si está cojo! Las cámaras enfocaban a Shanahan, imperturbable, y a Cusins, completamente aterrorizado por la que se le venía encima. Griffin se arrastraba y Morris había desaparecido. Wilson, mientras tanto, campaba sus anchas como un general sobre el campo de batalla conquistado y daba una lección de sangre fría, inteligencia y dirección de juego. ¿Cómo pude dudar en algún momento de ese chico? Es el único de toda esta hornada de QBs móviles por el que hoy apostaría con los ojos cerrados. Su final de temporada está siendo casi sobrenatural.
Así que, por fin, los Seahawks se adelantaron y Griffin terminó de romperse. Pero a esas alturas ya nada importaba. El boxeador que había salido como un torbellino era ya una piltrafa. El sobrepasado al principio se paseaba sin oposición. Cousins salió tarde, mal y nunca para que esa aureola de tapado genial que se había labrado durante la temporada desapareciera en un instante. Los Redskins murieron en una lenta agonía ridícula. Shanahan tendrá que explicar qué pasaba por su cabeza de presunto genio cuando decidió que podía ganar a los Seahawks con una sola pierna.
Para imponerse a los de Seattle no solo hacen falta dos piernas. También se necesitan dos cojones. Los que no tuvo Shanahan para cambiar de QB.
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