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Pau Gasol en la encrucijada

Dantoni

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Voy a escribir un artículo sobre Pau Gasol. Y advierto que los que escrutan a nuestros deportistas con la bandera de España entorpeciéndoles la visión pueden parar de leer aquí y ahora. Y también pueden dejarlo a tiempo los corazones sensibles que asociarán de forma histérica las críticas, por constructivas que pretendan ser, con poco reconocimiento a una carrera y unos méritos indiscutibles. Advierto finalmente que mi opinión es, ventaja o hándicap, la del seguidor de los Lakers desde los tiempos del showtime. Pedigrí que le recibió como angelino y que le sobrevivirá. Hechas estas advertencias, esto es lo que quiero decir: ¿Pau Gasol está mal? Horriblemente mal ¿Toda la culpa es suya? No ¿Toda la culpa es de los demás? Tampoco. Pau Gasol no es un jugador ni incomprendido ni maltratado. Ha ganado más de 120 millones de dólares desde su llegada a la NBA en 2001, y no cuento los más de 19 que tiene garantizados para la 2013/14: el noveno sueldo más alto de toda la liga. Pau Gasol ha ganado dos anillos y jugado cuatro All-Star en una liga en la que aterrizó siendo Rookie del Año. Criticado, sí. A veces justamente y a veces con excesiva dureza, otra vez sí. ¿Incomprendido y maltratado? Desde luego que no.

La perspectiva demuestra que tampoco lo fueron Sergio o Rudy, a los que sencillamente no les fueron las cosas como esperaban mientras aquí se buscaban culpables y antídotos. Una caza de brujas chovinista que a veces afea a los propios deportistas, que no suelen tener culpa alguna. Un exceso de celo patrio que resulta especialmente ridículo, y creo que innecesario, en deportistas de la categoría –ciclópea- de Pau Gasol o Fernando Alonso, los dos en los que percibo con más nitidez cierta suerte de pastoreo sobreactuado que creo que no se da en el entorno de otro gigante como Rafa Nadal, seguramente el más grande de todos. Son deportistas de tal rango que no necesitan nada de eso. Y creer que sí es imaginarlos más pequeños de lo que son. Ni el snobismo del que aplaude sistemáticamente lo de fuera ni patriotismo paleto. Pau Gasol es el mejor jugador de la historia del baloncesto español, y creo que nadie puede dudarlo a pesar de que Navarro se empeña en animar el debate. Pau Gasol está en el panteón de los mejores no estadounidenses de siempre y su relevancia descomunal reúne los tomos I, II y III del salto a la estratosfera de nuestro baloncesto y de nuestro deporte. Un español jugando en los Lakers con relevancia de estrella, haciéndose asiduo del All-Star y ganador de dos anillos con enorme peso específico en ambos. Lo que éramos, lo que somos tras décadas de transformación social y lo que podríamos ser reflejado en el deporte. Un reflejo feliz y tan necesario en tiempos nefastos como los que vivimos.

Me voy por las ramas mientras retumba en mi cabeza la decimoséptima derrota de los Lakers en treinta y dos partidos, ante (sal en la herida) los Clippers, el vecino que ha virado de pobre a pujante por obra y gracia de (triple ración de sal) Chris Paul, que fue laker durante un puñado de horas, hasta que Stern convirtió en reversible un traspaso consumado. Pau Gasol terminó el partido con 2 puntos, 1/6 en tiros de campo, 4 rebotes, 2 asistencias y un -20 en diferencia de puntos durante sus parciales en pista, otra vez restringidos en un último cuarto en el que sólo jugó porque salió eliminado Howard. El partido de Gasol fue horrible pero no fue sólo un partido horrible: el motor no arranca, ni antes ni después de la tendinitis, y se ha metido en un túnel subsónico que devora las buenas intenciones y las buenas soluciones para todas las partes, que ahora ni se adivinan. Él está en un momento físico extremadamente delicado, Mike D’Antoni no tiene ni la más remota idea de cómo hacer funcionar al equipo cuando él y Howard coinciden en pista y su valor de mercado se desploma progresivamente hasta convertir en una quimera cualquier salida que beneficie a Lakers. 32 años, recientes problemas de rodillas, los peores números de su carrera y un contrato ahora mismo fuera de mercado. Los Lakers ya ni sueñan, salvo carambola al borde del cierre del mercado, con que Atlanta le considere caza suficiente como para dejar ir a Josh Smith. Y no hay proyecto ganador a corto plazo que necesite un Pau Gasol en el que invertir a ojos ciegas antes de que acabe el invierno en busca de un asalto al anillo en primavera. La situación es peliaguda.

El partido ante los Clippers volvió a demostrar que D’Antoni y Pau Gasol hablan distintos idiomas por mucho que intercambien promesas en restaurantes griegos de Manhattan Beach. En realidad en los Lakers casi todos hablan su propio dialecto y así zozobra esa lujosa pero hueca Torre de Babel. Vuelvo al derbi de Los Angeles: Gasol apenas jugó 27 minutos y desapareció del flujo ofensivo arrinconado en posiciones de tirador abierto, un rol que no es para él por mucho que su actual entrenador se empeñe; O se vea obligado a empeñarse. Así fue su primera intervención en el partido: Nash aglutinando defensas, Griffin acudiendo a cubrir la continuación de Howard y liberando a su par, Pau Gasol, en un triple abierto y cómodo… que el español falla. Ese tipo de jugadas se suceden y los Lakers pierden de vista al único Gasol que hasta ahora les ha resultado útil con el actual sistema, el que ejerce como distribuidor desde el poste alto cuando Nash ataca por el centro y con los dos pívots inician la jugada en la cabeza de la zona, Howard en continuación hacia el aro y Pau como ancla y facilitador. Así rondó las cinco asistencias en sus mejores partidos de esta triste, tan triste temporada. El esperpento siguió tras la derrota. D’Antoni no supo explicar las razones del mal partido del español, Nash no se explicaba su falta de participación, Kobe tampoco aunque la reclamó y el propio Gasol se limitó a decir que él no ordena las jugadas de ataque. Un buen retrato de lo que son estos Lakers. No me chilles que no te veo. Babel.

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How

Números de divorcio, números de declive


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Los números no fueron, y eso es lo peor, un accidente obsceno. Impropios de la carrera de Pau Gasol, impropios del noveno contrato más alto de la liga, más de 19 millones que superan los ingresos en esta 2012/13 de Chris Paul, Kevin Durant o LeBron James. Su media de minutos es la menor desde 2005 con la única excepción de los vaivenes de la temporada del traspaso a Lakers. Apenas juega el 52% de los minutos después de dos temporadas en las que fue el laker más usado por encima de Kobe: 77% en la 2011/12 y 76% en la pasada. Su ratio de productividad se ha hundido, es la temporada en la que menos tira (11’6) y menos mete (4’8) en cada partido (6’7/13 como rookie). Sólo en la 2003/04 tiró por debajo del 50% (48%). Ahora está en un decadente 41%. Nunca en su carrera había tirado menos de cuatro tiros libres por partido y está también en mínimos personales en rebotes de ataque (2’3). Por no hablar de los hasta hace poco inimaginables 12’7 puntos por partido, una miseria para un jugador cuya primera década en la NBA le emparentó estadísticamente, esos estudios tan a la americana, con Kevin McHale o Elgin Baylor.

Las estadísticas no sólo escenifican el retroceso de Gasol desde la gloria de los dos anillos sino que lo exponen en términos de eficacia y posicionamiento en pista. El actual Gasol apenas tira el 34% de sus tiros desde la pintura, un mal sueño tras las cifras cercanas al 50% en los mejores tiempos de la era Phil Jackson. Y cuando busco gloria recuerdo los dos pasos por playoffs de los que los Lakers salieron campeones: en el primero 18’3 puntos, 10’8 rebotes y un 58% en tiros de campo. En el segundo, 19’6, 11’1 y 54%. La pasada temporada, la segunda de dos malas aplicaciones personales seguidas en las eliminatorias, 12’5, 9’5 y 43%. Actualmente su producción mejora como ‘5’ y los Lakers son ligeramente mejores en ataque y ligeramente peores en defensa con él en pista. Los quintetos que más le favorecen le emparejan con Jamison, Hill o Metta World Peace en el puesto de ‘4’, nunca con Howard. Y conviene recordar, más nostalgia, que el mejor Gasol por números y por sensaciones fue el que jugaba de pívot con Lamar Odom como escudero y dentro del triángulo ofensivo de Phil Jackson. Otros tiempo y una certeza: en el actual momento de su carrera Pau Gasol puede ejercer de ‘5’ con variedad registros pero no de ‘4’ polivalente y capaz de abrirse para tirar con elasticidad física y eficiencia porcentual. Quien pensaba eso cuando llegó Howard, o cuando explotó Bynum, se equivocaba. D’Antoni, por cierto ni siquiera lo piensa. Le mueve la obligación, la inercia y la falta de plan. Ni B ni C ni, ahora lo sabemos, A.

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Backs

Un guiño al corazón de los problemas: sólo el 2% de los puntos de Gasol están llegando vía mate y aunque nunca ha sido ni pretendido ser Blake Griffin ni Shawn Kemp, detrás de esa cifra se esconde la piedra filosofal del vía crucis: poca energía física, poco contacto con la bola cerca del aro. Y el primer apartado le apunta directamente a él y negarlo, o no querer verlo, comienza a resultar mezquino. Está mal, rematadamente mal físicamente, en un punto tan bajo que necesita una explicación que trascienda los 32 años y los más de 35.000 minutos entregados ya a las canchas NBA. El cuentakilómetros envía avisos, los últimos a través de las rodillas, y Gasol aparece en cancha como una sombra lánguida: lento de movimientos y reflejos, sin energía para aprovechar su talento ofensivo, no digamos para disimular su discreto registro defensivo. Jugar como pívot puro podría ser el maná o podría terminar de desnudar esa falta de vigor. Una paradoja que enlaza con otra: cuanto menos se entiende con los Lakers, más se necesitan mutuamente. Ni él hace méritos para encontrar un destino noble ni su equipo encontrará quien le entregue a cambio piezas que le den el salto cualitativo que salve una temporada que apunta a siniestro total. Gasol ya no vale lo que valía hace poco más de un año, cuando David Stern tiró por tierra la operación que le enviaba a Houston Rockets y ponía a Chris Paul en Lakers. Una operación que era, apuesta fácil entonces y evidencia estruendosa ahora, el paso correcto en el plan maestro de Lakers: apurar los últimos sorbos de Kobe Bryant y construir un futuro que sobreviva a la Mamba Negra. Ahí se empezó a convertir en quimera un diseño que ha terminado de emborronar Jim Buss, el hijísimo, con su olvido de Adelman, su desprecio a todo lo que huela a Phil Jackson y sus apuestas por Mike Brown y Mike D’Antoni.

Así de cruda es la situación: su bajo nivel de implicación le aísla de sus compañeros pero le ancla a su actual equipo. Es muy difícil de traspasar y eso obliga a D’Antoni a inventar formas de convertirle en útil. Mientras unos y otras imaginan un futuro casi imposible, Gasol sufre como un perro en emparejamientos como el del viernes ante Blake Griffin: ni le tiene piernas para defenderle ni su juego o el de su equipo le permiten darle réplica en ataque a base de fundamentos y envergadura. Gasol queda en evidencia, los Lakers se bloquean en un proceso que ya no es tal: el equipo parece haber tocado un techo de mediocridad al que no se le adivina remedio. Ya ni la plaza en playoffs parece fuera de peligro y aunque esta se alcance no se vislumbra cómo este equipo podría ganar, no ahora mismo, a los cuatro mejores equipos del Oeste. No a siete partidos: rotación corta, plantilla avejentada, defensa irrisoria. Mike D’Antoni retratado tanto o más que cualquiera de sus jugadores; Un buen entrenador tiene que encontrar formas de sacar partido de buenos jugadores. Y es tan cierto que en Estados Unidos se critica con dureza a Gasol como que se recuerda su 24+8+7 en la final de los Juegos. Quienes se preguntan donde está ese jugador que cargó con el peso de toda España en un tercer cuarto heroico miran directamente a los ojos de un entrenador ahora mismo perdido entre sonrisas nerviosas y aspavientos, microscópico ante el recuerdo de quien ocupó su sillón hace no tanto, quien debería haberlo vuelto a ocupar ahora.

Jackson

Ese tipo, el maestro Zen que puede acabar en Brooklyn (¿qué te parece eso, hijísimo Jim?) era una bendición también para Pau Gasol, el entrenador que mejor le ha entendido, el que mejor le ha utilizado. Pero Gasol no fue feliz en el último tramo con Jackson y no lo ha sido, entre rumores de traspaso y partidos demasiado discretos, ni con Mike Brown ni con Mike D’Antoni. Así que parece evidente que parte de la culpa es suya y que la conclusión es que ahora mismo no ofrece un rendimiento acorde ni a su status ni a su contrato. Son las reglas del juego y quienes aprecian ahora en el negocio trazas de canibalismo y poca bonhomía no las avistaban cuando Gasol firmó el 23 de diciembre de 2009 su extensión de 57 millones ni cuando los Lakers le sacaron del agujero negro que eran aquellos Grizzlies y le lanzaron, con su incuestionable aportación, a la disputa de tres finales de la NBA. Gasol tiene un año y medio de contrato y tiene que honrarlo para no estropear el final de una carrera legendaria para nosotros, brillante para cualquier aficionado al baloncesto en cualquier rincón del mundo. Sólo después se podría dibujar el futuro que casi todos le imaginamos: el Barcelona, la Euroliga, un palmarés estruendoso aún más enriquecido. Sólo entonces y si no siente la motivación o no encuentra la apuesta adecuada en una NBA donde, con mucho menos ceros en el cheque, seguirá teniendo ofertas. Esa es una de las pocas certezas de una situación convertida en quiste, una encrucijada que se resolverá esta semana, el próximo mes o dentro de un año y medio. Difícil imaginar hacia donde irá pero ahora mismo aún más difícil imaginar, y juro que me encantaría equivocarme, más días de gloria para Pau Gasol en L.A.