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Nueve yardas no es nada

Mariano Tovar

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¡Qué mala suerte tienen nuestros hijos y nuestros nietos! ¡La mayoría nunca lo sabrá! Se sentarán a ver football americano y solo los más enfermos, tarados que se conocen desde la primera estadística hasta el último detalle de cada temporada, tendrán una ligera idea de los que vivimos el domingo cuando Arian Peterson, imperial, sobrevoló el Metrodome en tres horas mágicas que no pasarán a la historia con letras de oro por culpa de nueve yardas.

La NFL es un deporte de pequeños detalles. De pulgadas. De punta de dedos y último esfuerzo. Y así, a lo largo de los años, hemos vivido historias como aquella de unos Titans se quedaron a menos de un palmo de ganar una Super Bowl, después de haber llegado al gran partido gracias a un pase imposible en wild card que fue legal por unos pocos milímetros y sobre el que se hicieron hasta tesis doctorales.

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Pues cualquier medida anterior se queda grande ante lo que son nueve yardas de un total de 2.097. Peterson ha jugado la temporada perfecta. El año irrepetible, los 16 encuentros inmejorables. Peterson, como decía mi amigo Manolo, se merece el MVP, el comeback player, el jugador ofensivo y todos los títulos que le quieran dar. Porque Peterson, el mejor de siempre, el dios de los vikingos, debería lucir un anillo de campeón y levantar un Lombardi aunque nunca juegue una Super Bowl. Peterson ha hecho algo extraordinario y para mí eso es el MVP, el premio para ese genio que alcanza cotas improbables.

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Creo que nunca se lo perdonaré a Morgan Burnett. Quedaban 24 segundos cuando Adrian recibió el balón en la yarda 37 contraria y arrancó a correr. Todo el mundo a cámara lenta y él en otra dimensión, sorteando rivales y compañeros a una velocidad imposible, surcando el campo mientras los aficionados, que llevaban de pie todo el partido, levitaron durante unos instantes mágicos que culminaron en un grito orgásmico y decepcionado a la vez. Peterson había sido frenado en la yarda 11 cuando ya parecía imparable. Burnett, maldito, ¿Por qué lo hiciste? Tú, y solo tú, tienes la culpa de que muchas generaciones de aficionados nunca recuerden la temporada 2012 por el motivo que la debe convertir en inolvidable. 9 condenadas yardas. Le hubieran sobrado dos y nada hubiera cambiado. Packers y Vikings se encontrarían en Lambeau el próximo fin de semana en cualquiera de los casos.

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Eric Dickerson corrió para 2.105 yardas en 1984. Una marca que se ha convertido en mítica con el paso de los años. Guarismos inalcanzables que se resisten a caer. La última frontera después de que Brees pudiera con Marino en 2011 y Megatron profanara a Rice hace unos pocos días. Y veréis, yo ya no quiero que nadie alcance esa marca si no es Peterson. Sí, lo sé, parece la pataleta de un niño, pero no creo que nadie pueda luchar en el futuro contra tantos elementos para conquistar la cima. Peterson ha subido el Everest y se ha quedado a 9 yardas de la cima, pero lo ha hecho sin oxígeno, sin brújula, en traje de baño y descalzo bajo una ventisca infernal y muchos grados bajo cero. Cargando sobre sus espaldas todo el peso de un equipo que además se ha plantado en los playoff cuando hace 17 semanas nadie en el mundo lo creía posible. Nueve yardas tras 199 a una defensa que lleva más de un mes siendo infranqueable. ¡Qué bestia!

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Ya sé que es la eterna discusión de este blog. Eso de que los duelos de quarterbacks no existen y los partidos los ganan los equipos. Pero ya sabéis que yo no creo tanto en la fuerza del grupo. Nadie me convencerá de que Tom Brady y Peyton Manning no se han mirado a la cara frente a frente en una colección de duelos épicos e irrepetibles; de que Aaron Rodgers no ganó la Super Bowl para los Packers ni Ray Lewis para los Ravens. El mundo es de los jugones. No porque salgan ellos solos al campo, sino porque se convierten en ese faro que le da sentido a unos colores, a un esfuerzo colectivo, a una franquicia. La bandera que todos siguen y que les obliga a rendir por encima de ellos mismos. Peterson ha sido el alma de estos Vikings. El referente tanto para el ataque como para la defensa. Y sin quitar merito a ninguno de sus compañeros, sin olvidar a todos y cada unos de ellos, el que al final fue sacado a hombros, y paseado como un torero, fue Peterson. Él fue el aclamado hasta la extenuación, el objetivo de todos los focos y el culpable de que el nombre Adrian se convierta en el más elegido para los recién nacidos en el área de Minneapolis durante los próximos meses.

Y que nadie nunca me vuelva a decir que el football es un deporte de equipo. De eso nada. El football es un deporte de dioses. Y quizá nuestros descendientes nunca sepan que uno de ellos, Adrian Peterson, se quedó a un suspiro de culminar un prodigio inexplicable el 30 de diciembre de 2012. La culpa la tendrán nueve malditas yardas.

¡Feliz 2013 a todos!

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl