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Roura y los del día de gloria

En un blog como éste, en el que los entrenadores son el origen de todo, era imposible no hablar esta semana de Tito Vilanova, del Barça, del pasado que nos aporta esperanza y del futuro que nos reta. La recaída del técnico culé nos ha vuelto a pellizcar el corazón, como lo hacen tantas y tantas historias similares con las que nos hemos acostumbrado a vivir, sin publicitar, en nuestro árbol genealógico, en el barrio o el trabajo. Puto cáncer. Cuando uno conoce una noticia así, irremediablemente no hace más que intentar invadir la mente del enfermo. Cuestión de solidaridad. Cosas de la hipocondría. Y en este caso, el de Tito, no hallo más que optimismo al que aferrarnos. El deporte en general (Tanjevic, Armstrong…), la Liga en particular (Molina, Penev…) y el Barça por encima de todos (Abidal) nos han enseñado a creer. Aquí, no daré un sermón pidiendo ayuda divina. Ni desvelaré nada al respecto que no fuera antes comentado. Ya se ha escrito mucho. Simplemente refrescaré la memoria para explicar por qué el Barça ahora sí es ‘más que un club’ y para confirmar que nuestra vida está en manos de otros.

Tito se retiró a ‘boxes’ y Roura cogió el timón con la misma soltura en Valladolid. Así. De golpe. La transición más tranquila de la historia. La gestión más acertada de una crisis. El día del nombramiento leímos que Guardiola, Luis Enrique y Eusebio (en el filial) eran posibles candidatos al relevo. Y el Barça no sólo no habló con nadie, sino que analizó su propia historia más reciente para dar continuidad a una filosofía y evitar un tropiezo traumático. Zubizarreta se la conoce de memoria. Escribió varios de sus capítulos en primera persona. El director deportivo, antes capitán, ya vivió cómo en 1991 Cruyff dio el susto con un corazón lleno de humos. Fue operado de urgencia justo antes de remontar una eliminatoria de Copa del Rey ante Las Palmas. Núñez confió para cubrir su baja en Charly Rexach, segundo del holandés. Uno de la casa. Y todo salió de maravilla. El Barça jugó nueve partidos sin ‘El Flaco’ y sólo cayó en Gijón antes de que su guía volviera con un chupa-chups en la boca en lugar del Camel. La Liga se ganó ese año, demostrando que nada ni nadie descarrila un vestuario si permanece unido y está lleno de talento.

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En la siguiente ocasión, por el contrario, Zubi vio desde el retiro cómo el Barça pudo repetir su ‘modus operandi’ y se traicionó. Afortunadamente, esta vez, no se debió a una enfermedad personal. El ‘cáncer’ residía en el palco. El Barça ya no valoraba tanto a la Masía porque fichaba por desesperación. Esa locura arrolló a Van Gaal. Fue despedido el 28 de enero de 2003 tras caer en Vigo (2-0) con siete extranjeros en el once. El club tiró a Toño de la Cruz (¿se acuerdan de él?) a los leones. Lo puso sin fe como interino para dirigir a un equipo roto en el Calderón tras un primer bolo ante el Benfica. Nadie creyó en él, tercer ayudante del primer equipo. No le respetaron. Ni premiaron su valentía. El vestuario era una caldera. Él se vio acorralado. Por eso, al día siguiente de la derrota en Madrid (3-0), y fruto de la impotencia, Gaspart se aferró a Radomir Antic tras coquetear con Menotti. Sólo unos meses después se marchó el presidente y su candidato, dando lugar a la (necesaria) regeneración total de la entidad.

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Zubi, sus antecesores y sus colaboradores, entendieron entonces el camino por el que debía transitar el Barça. Así que con Laporta primero y Rosell después se ejecutó lo que gustaba y funcionaba. Guardiola al mando. Si se cansa, turno a su segundo. Si éste enfesabía qrma, al tercero. Y así seguiría la cadena con tal de dar la responsabilidad siempre a alguien que mame el Barça y no sólo lo conozca. De ahí que la intervención esta semana de Zubi, soberbia, pausada y repleta de convicción, tranquilizó a sus aficionados y aplacó cualquier ánimo rival de ver en este contratiempo el punto de inflexión ideal para activar un cambio de ciclo. “Todo sigue igual”, dijo. Y hasta mejoró. El Barça es aún más líder. Y sus rivales menos fieros.



Desde el resultado en Pucela, y con la felicidad de ver a Tito ya en casa, me trasladé de la mente del enfermo a la de su sustituto. Roura es ahora el protagonista. Y allí pensé en la suerte que determina a un entrenador. Como en la vida misma, todo está en manos de quien ostenta el poder. De ahí que ahora el ayudante de Vilanova pueda recordar a Toño de la Cruz, último apagafuegos de la casa, y celebre que los tiempos han cambiado. Mientras él ostenta galones sin fecha de caducidad, Toño, muy querido en el fútbol base, comenta partidos para Barça TV. Una realidad que ya vivieron otros 24 colegas que sólo dirigieron en Primera un partido. Todos, como le pasó a él, llegaron por las urgencias que desencadenan los resultados. Muchos no siguieron por convicción. Otros, obligados. Y alguno, hasta engañado. Garitano, Poyatos, Areta, Santi Denia, Nadal, Gil Sánchez, Añon, José Luis Martín, García Cortés, Nieves, Humberto Núñez, Lacasa, Solís, Paco Baena, Ginés Meléndez, Luis Suárez, Marigil, Heredia, Longui, Morante, Castellanos, Llorente, Llopis y Pepe Villar saben de lo que hablo.

Roura tendrá más suerte que todos estos olvidados. Él lo sabe y por eso no dejó de disfrutar en el Nuevo Zorrilla. La vida es bella. Y le sonríe. En sus manos, el líder. En su mismo bando, Messi y varios campeones del mundo. A su lado, sus íntimos amigos de siempre a los que el destino también les ha traído aire fresco. Sobre todo a ‘Dela’, el nuevo preparador de porteros culé que ha pasado en tres temporadas de estar en un decadente Racing con Mandiá a echar un cable en el Camp Nou. La fortuna es así. Caprichosa unas veces. Preciada siempre. Unos la buscan sin apostar jamás. Zubi, y por extensión el Barça, ahora se la trabajan. Y a Vilanova se la deseamos todos. ¡Força Tito!