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Caparrós recuerda a John Nash

Quien no haya visto aún ‘Una mente maravillosa’ (2001), dirigida por Ron Howard, que lo haga de inmediato. Sus cuatro Óscar hablan por sí solos de esta joya cinematográfica. Once años después de brillar con luz propia, sé que no revelo nada nuevo. Salvo si aporto la mirada futbolística con la que suelo analizar y comparar todo. Bendita obsesión. Sólo añadiré que la impresión que me causó con algunos detalles de genio su protagonista, John Nash, fue muy similar a las sensaciones que me transmitió Joaquín Caparrós nada más saber de él. Una década antes había visto hacer al preparador andaluz algo similar en un pueblo de poco más de 30.000 habitantes.

Russell Crowe interpreta a la perfección en el film un caso real en el que la esquizofrenia paranoide que desarrolla no le impide ser uno de los más brillantes matemáticos de la época. Su forma de comportarse, nerviosa e histriónica, alcanza su cénit cuando escribe de forma compulsiva sus teoremas en los cristales de la residencia de estudiantes en la que vive; y en el momento en el que plasma sus fórmulas en infinidad de papeles que cuelga en las paredes. Sólo vivía para los números. Los veía por todas partes. Eran parte de su aura. No quería contemplar nada más que el progreso que desarrollaba su mente. El resto era secundario. Pensaba, hablaba y soñaba con el don que le diferenciaba. Era una estrategia para memorizar y un claro mensaje al mundo para perfeccionar la ciencia. ‘Jokin’, ahora en el Mallorca, también era así. Y no ha cambiado. Por eso, en plena crisis, no es de buscar excusas. Es más de encontrar soluciones.

Antes de guiar en Primera con maestría al Sevilla, Athletic y Mallorca, y tras descubrir a numerosas perlas, el técnico se labró un futuro en cientos de campos de Tercera. En la temporada 1991-92 llegó a mi pueblo, Alcázar de San Juan, tras pasar por Motilla y Campillo. Allí logró, con el Gimnástico, lo nunca visto. Metió al equipo manchego en los playoff a 2ªB. Pero lo que de verdad impactó, fue su innovadora forma de ejercer. Nada más llegar, conocer las instalaciones y planificar el trabajo, empapeló todo el vestuario con frases didácticas para concienciar a la plantilla de su filosofía. “Lo importante es el grupo”, “la unión hace la fuerza” o “hay que tomarse cada partido como el último y cada jugada como la más importante” eran algunos de los lemas reivindicativos que sus jugadores leían asombrados. Poco a poco fue ampliando los recados a medida que se iban asimilando. También rodeó la pizarra con algunas estampitas de vírgenes y santos. El club no daba crédito. Mucho más cuando ordenó en pretemporada que habría tres sesiones diarias de trabajo. Algo impensable y desconocido. Su eléctrica forma de mascar chicle, sus silbidos pastoriles y los rizos despeinados hacían dudar hasta de su cordura. Era la comidilla. Hasta que se puso a trabajar y demostró que su pasó por la categoría iba a ser un simple trampolín.

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Caparrós, como Nash, era un adelantado. Su fichaje no fue barato. Los números le avalaban. Aun así, él sabía que sólo se ganaría el cariño popular con resultados e implicación. Lo primero lo cumplió. El Gimnástico acabó cuarto y disputó la liguilla ante el Iliturgi, Cacereño y Sevilla At. Lo segundo, lo bordó. No sólo se hizo cargo del equipo y nos adoctrinaba todos los miércoles con sus charlas a los canteranos que empezábamos en la base sino que, además, se metió de lleno en la planificación del Patronato Municipal y llevó a cabo una misión que ha dado mil frutos. Formó la Escuela de Fútbol de la que, entre otros, salió hace años Pina, su mediocentro titular ahora en la isla. Caparrós puso la semilla y Caparrós recoge ahora su fruto.

Durante ese año, el míster era como el Mesías. Por fin se hablaba más de fútbol que del pleno. Deambulaba por la calle en sus horas libres hablando con cualquiera del equipo y aprovechaba para pedir apoyo en el estadio. Hubo más socios que nunca. Quiso hacer a todos partícipes de un sueño. Igual le explicaba el 4-4-2 a su casero que insistía en la importancia del trabajo táctico al camarero. Era un ‘loco’ entrañable. En los partidillos entre semana se subía a la grada, solo, para tener mejor perspectiva del trabajo y desde allí se dejaba la voz como un poseso en busca de la perfección. Comía con quien se lo pedía, y a todos les repetía: “Mi sueño es entrenar en Primera”.

“Le encantaba controlar todos los detalles. Era un psicólogo. Le gustaba la cercanía. Fue de los primeros que machacó la estrategia. Medía la distancia entre líneas y trabajaba de manera individualizada con cada una de ellas. Nunca se rendía”, asegura Antonio Cazalilla, técnico del Villarrobledo y uno de sus jugadores más aventajados en aquel equipo. Lo mejor es que como Nash, los piropos no le hicieron levitar a Caparrós. Si el matemático volvió a dar clase en la Universidad donde se formó tras recoger el Nobel de Economía (1994), el técnico ha recuperado sus ganas de salvar a un modesto en Mallorca después de haber cumplido el sueño de levantar al Pizjuán y de ser respetado por San Mamés. Y, mejor aún, su humildad todavía le permite entrar en directo en las radios locales si alguna efeméride lo exige, telefonea a los amigos que dejó repartidos por mil pueblos y forma parte de los actuales cursos de entrenadores en los que propaga su ‘locura’: “El fútbol hay que llevarlo en la sangre”. Mallorca, confía.