Nadie entiende a los genios
Mariano Tovar
Hoy en día el sacrificio no está demasiado bien visto. Hay una tendencia a buscar siempre el mínimo esfuerzo, el camino más fácil, la solución más rápida. Eso ha provocado que mucha gente se considere preparada para acometer aventuras o proyectos ambiciosos sin la preparación y el bagaje que son necesarios. Esa insensatez es fruto de la ingenuidad, la ignorancia, y una sensación bastante infantil de autoestima desproporcionada. Una actitud que hace cierta la famosa frase de que comprar a alguien por lo que vale, y venderlo después por lo que cree que vale, es el mejor negocio que existe.
Siempre he pensado que todo el mundo tiene virtudes para ser el mejor en una actividad concreta. Lo complicado es encontrarla. Hay quien se pasa toda la vida buscándola y quien la encuentra desde su infancia. Algo muy similar al mito de la media naranja. Todos en algún momento hemos pensado que está en algún lugar del mundo esperándonos, y la hemos buscado sin descanso… aunque no todo el mundo la encuentra.
El mundo de la NFL es profundamente pragmático. Está plagado de tipos geniales, pero entre los genios también hay una élite especial, que casi siempre caricaturizamos como gente despistada, que no se peina y se olvida de subirse la bragueta y que encajan mal dentro de la sociedad. Yo creo que Josh McDaniels es uno de ellos. Como antes lo fue Mike Martz.
Martz, como todos los grandes genios, entró en decadencia cuando superó su límite de incompetencia. Cuando le obligaron a hacer algo distinto a aquello para lo que había nacido. Como head coach ya no tocaba el órgano, sino que dirigía toda la orquesta. Y él no estaba preparado para resolver conflictos o discutir sobre la conveniencia de tal o cual decisión. Él era feliz bajo el ala de Vermeil, inventando esquemas que solo se entendían en su cabeza. Un Mozart en la NFL. Un hombre que veía cosas inalcanzables para la mayoría.
Y durante el resto de su carrera, Martz se arrastró porque nunca se volvieron a dar las condiciones necesarias para reflotar su genialidad. O trabajaba como director de orquesta, lejos de su querido órgano, o las teclas se empeñaban en entender la sinfonía, o en cambiar sus decisiones porque era imposible que algo tan incomprensible funcionara.
Da alguna manera, Mike Martz terminó como todos los genios. Incomprendido y criticado por todos. En este caso lejos de la pobreza, porque los tiempos han cambiado, pero sintiendo cómo la mayoría otorgaba a otros las alabanzas que solo él se merecía.
McDaniels fue el padre de los sistemas ofensivos que han convertido a los Patriots, paradigma del juego defensivo durante el primer quinquenio del siglo XXI, en el bloque ofensivo por excelencia de los últimos años (con permiso de los Saints). Con sistemas diabólicos en los que cada jugador adquiere papeles que eran inimaginables en la NFL de hace solo unos pocos años y soluciones revolucionarias. Por algo sería que Belichick no esperó ni un minuto para recuperarle en el mismo instante en que se quedó sin trabajo en los Rams, donde había recalado después de su polémico viaje por las Rocosas.
Como todos los genios maniáticos, McDaniels no tiene demasiado don de gentes. Incluso ahora suele ser señalado como culpable de los males de un equipo que destroza todas las estadísticas ofensivas de las que él es responsable. Pero, de alguna manera, en Boston todo el mundo lo imagina bajo el ala de Belichick, que es el lugar más a gusto en el que se ha encontrado desde que recaló en Foxboro allá por el 2001. Siempre haciendo sus pócimas junto a otro genio nigromante. Aprendiz de brujo clonando escobas.
McDaniels demostró en los Broncos que el puesto de mandamás excede su límite de incompetencia, le saca de sus elíxires y le obliga a unas relaciones sociales, una mano de hierro y un guante de seda, que a él ni le van ni le vienen. Siempre ha preferido estar en su cueva reinventando el football americano. Se le ve feliz en la banda de los Pats, con una actitud más propia de un compañero que de un jefe, en un lugar en el que sí se le valora y se le respeta, acostumbrados como están por esas tierras a la hechicería.
Pero doctores tiene la iglesia. Y si voces tan sabias vuelven a apostar por sus locuras, quizá haya que pensar que Josh aprendió de sus errores en su anterior etapa al frente de un equipo y ahora sí que está preparado para revolucionar el football desde el puesto más alto.
Quién sabe. ¿Estaremos frente a un nuevo Leonardo da Vinci capaz de ser genial en varias disciplinas diferentes? Quizá la NFL vaya a comenzar su Renacimiento particular.
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