Y ahora, al tema. Esta mañana me ha dado por ponerme a
filosofar mientras daba pedaladas por la Sierra de Madrid, intentando que el viento no se
me llevara volando y no quedarme congelado a media pedalada. Además tengo un
ruidito en el eje del pedalier desde hace varias semanas que no consigo
localizar y que me está volviendo loco, así que necesitaba abstraerme para no
pasar de todo, mandar la bici a la mierda y meterme a tomar un chocolate con
churros en el primer sitio que pillara.
En resumen, lo que iba considerando era que la distancia más
corta entre una end zone y otra no es la línea recta. “¡Vaya tontería!”, diréis.
Pues yo no lo creo así y os voy a explicar el motivo.
El caso es que reducir el football a los jugones tampoco es
justo. Nos encanta filosofar sobre las virtudes y defectos de cada jugador, de
cada línea, de cada equipo. Y achacamos las victorias o las derrotas a
profundos y sesudos análisis tácticos, libros de jugadas y genialidades que
quizá no sean para tanto. Es verdad que hay entrenadores como Belichick,
Fisher, Coughlin o Jim Harbaugh que son capaces de sacar todo el jugo a sus
plantillas, estén lo limitadas que estén, pero casi siempre dejamos de lado factores
emotivos, de preparación física o de puro sentido común, en los que quizá sean
maestros, y nos encanta imaginarlos es un cuarto oscuro, bajo la luz de un
flexo, planificando jugadas imposibles y descubriendo la estocada indefendible.
Tal vez nos equivoquemos.
Esto viene al caso porque en la NFL ser el mejor no garantiza
nada. Si el mejor ataque y la mejor defensa no son capaces de entrar en
playoff, quiere decir que los números son muy relativos y la distancia entre
dos puntos, bastante difusa. ¿O es que en la fiebre de prórrogas que asola la
temporada siempre ha salido victorioso el que más lo merecía?
Así que vemos encuentros en los que un equipo domina durante
tres cuartos y medio con soltura, se pone en prevent para matar el partido y ve
como lo que hasta ese momento era una banda resucita a base de bombazos. Porque
esa es otra. Durante tres horas dos equipos controlan el reloj, practican el
football control, no se salen casi nunca del guión, y cuando quedan pocos
minutos llega la locura, las hojas de jugadas terminan en el suelo, los dos QBs
se ponen a rifar el balón y todo queda en manos de los jugones. Y, como por
arte de magia, si esa vorágine termina con tiempo extra, los dos equipos vuelven
otra vez al plan inicial, a controlar el reloj, a tentarse la ropa y a intentar
ganar a base de no perder. Vamos, que los entrenadores pueden gastar mucha luz
y mucho flexo, pero salvo que su equipo sea capaz de romper el partido,
terminarán echando mano a la estampita del bolsillo, al golpe de suerte y al
talento de sus estrellas.
Otro ejemplo son los Broncos de hace tres temporadas.
McDaniels como head coach y Orton como QB. Ganaron sus seis primeros partidos y
se convirtieron en la revelación. Tras la jornada de descanso llegó la debacle.
Perdieron ocho de los diez choques restantes. Pero su eliminación para
postemporada se produjo en la jornada 16. Se enfrentaban a los Raiders y tenían
el partido controlado. Tres oportunidades en la yarda uno contraria para matar
el duelo y garantizar la clasificación para postemporada. Fueron incapaces. Se
conformaron con un field goal. Pero la situación no era demasiado grave. El QB
de los Raiders era JaMarcus Russell que, como todos sabéis, quizá haya sido el
mayor fiasco del draft en todo el siglo XXI. Pues mira tú por donde, Russell
consiguió en aquel partido el único drive ganador de su carrera. Después de
tantos debates sobre McDaniels, Orton y los Broncos, fue el paquetón de
Russell, en una serie inimaginable, el que zanjó el tema para siempre. Algo muy
similar le sucedió a los Chiefs el año pasado, curiosamente también con Orton. Quedaron
fuera de postemporada por un field goal sencillo fallado en un último segundo.
El milagro Tebow se gestó en la distancia.
Y si no, mirad los comentarios de este mismo blog. Carmen y
Manolo están encantados con sus Vikings esta temporada, porque han colmado
todas sus expectativas aunque no se clasifiquen. Fannfl disfruta como un niño
con sus Colts y con Manning en Denver, sin plantearse hasta dónde pueden llegar,
y sufre con la inconsistencia de los Bills, casi sin mirar el resultado. Javier
lleva dos semanas en resonancia ante la posibilidad de que sus Patriots puedan ser
competitivos reconstruyendo una secundaria a base de descartes. Incluso Mario
suspira por COOOOLIN hasta que yo empiezo a hablar bien de él y se ve obligado
a llevarme la contraria porque lo importante es la defensa. El anillo es una
entelequia. Los equipos son para sus seguidores como niños pequeños a los que
ven crecer con ilusión. Les miman y les defienden aunque reciban a cambio una
muñeca clavada en el ojo o les estalle en la cara un biberón de agua hirviendo (eso
es lo último que me ha sucedido, que me he tirado varios días vendado como el
hombre elefante). Es un amor de padres que solo quieren que sus hijos
prosperen, saquen buenas notas y encuentren una buena pareja que les haga
abuelos. Lo del anillo casi ni se plantea.
Joder, es increíble lo que puede dar de sí una mañana en
bicicleta. ¡Vaya pedaleo!