El poder, más allá de rumores excéntricos, es el poco sutil hilo que ha hilvanado estos días de giros copernicanos y cuchillos largos en L.A. Una ópera bufa interpretada por un lado por la salud debilitada de Jerry Buss, 78 años y casi 35 en el gobierno de los Lakers, su hijísimo Jim y la pulsión shakesperiana que aporta entre bastidores, y Mitch Kupchak, perenne y excelente General Manager. Por otro por Mike Brown, un frágil tentetieso en mitad del oleaje, y Phil Jackson, mejor entrenador de la historia, ganador de once anillos, futuro entrenador de Lakers “al 95 % de posibilidades” y pareja sentimental de Jeanie, hija de Jerry y hermana de Jim. Y finalmente el otro 5%, un grupo de meritorios encabezado por Mike D'Antoni y animado por Mike Dunleavy, Nate McMillan o el rictus anti Hollywood: Jerry Sloan.
Los defensores del técnico de West Virginia (61 años y una rodilla recién operada) creen que su vigoroso estilo ofensivo alimentará rescoldos del showtime que vive en el subconsciente de L.A. y que su aprovechamiento optimizado del pick and roll será un arma de destrucción masiva en manos de la pareja Nash-Howard. Y aseguran que su fama de disoluto entrenador defensivo no es del todo justa y que sin ser desde luego un enorme estratega de stops sí es capaz de enhebrar una defensa lo suficientemente sana para acompañar al ataque que le gana los partidos. Sus Suns encajaban muchos puntos pero eso tenía que ver con el endiablado ritmo de juego y el descomunal intercambio de posesiones y sus Knicks se enderezaron hacia el top ten defensivo de la NBA en cuanto llegó un pívot aglutinador de esfuerzos como Chandler. Y flota la sensación de que si bien no sacó nada de la caldera excesivamente presurizada de Nueva York (ni un solo partido de playoff ganado en cuatro temporadas), aquellos Suns que por desgracia ya se pierden en el recuerdo tenían material de los campeones. Aunque nunca ganaron.
Mike D'Antoni afronta el gran reto de su carrera con la obligación de convencer a los escépticos, a los que creemos que no lleva dentro un entrenador capaz de ganar anillos. Y tiene que hacerlo desde el equilibrio y con la sombra del mejor entrenador de la historia -uno de esos what if tan del gusto yanqui: que habría pasado si…- pisándole los talones cuando doble la esquina de cada derrota. Los Lakers no pueden entrar en un bucle de lateralidad infame: de un entrenador defensivo que acabó sin cimentar una buena defensa a uno ofensivo sobre el que pende el riesgo de no encajar en ataque las piezas de un quinteto lujoso pero compatible sólo en unas condiciones muy concretas. Mike D'Antoni es más barato (12 millones por los tres primeros años con un cuarto opcional) y desde luego más manejable que Jackson, una especie de Némesis redentora por la que ni jugadores expertos como los Buss se han atrevido a apostar.
Quizá sólo tenga que simplificar las cosas y poner la bola en manos de sus estrellas, lo que no supo hacer Brown y algo de lo que está haciendo ahora Bickerstaff o por lo que siempre se ha desconfiado del propio D'Antoni y en cierto modo también de Jackson. Se trata de que los Lakers jueguen bien, de que compitan, de que Nash y Kobe disfruten jugando juntos y de que Howard se lo pase lo suficientemente bien para firmar contrato nuevo el próximo verano. Es muy difícil o muy fácil según como se mire. Más difícil que con Jackson pero, concedámosle eso al recién llegado, más fácil que con Dunleavy, otro de los entrevistados. Toca esperar y observar, los Lakers redoblan la apuesta pero esa mano la tiene la NBA y el repóker que amenaza desde South Florida. Nuevos tiempos, otra vez…