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Se abre la veda de la cebra

Mariano Tovar

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Hoy es el primer día de clase en media España. Imagina que eres un profesor. Y además, novato. Hoy te estrenas como maestro y llegas al colegio aún más nervioso que los alumnos, sabiendo que no tienes tablas y que esos presuntos enanos angelicales te radiografiarán y buscarán tus límites desde el primer minuto.

Al entrar en tu clase te llevas un susto mayúsculo. Ahí, en la segunda fila, hay un niño, con pantalón corto y babero, clavadito a Albert Einstein. El mismo pelo blanco de punta y un incipiente bigote demasiado poblado para su edad. A su lado está Stephen Hawking sentado en su silla de ruedas pero con sesenta años menos. Tú les miras aterrorizado. “Pero qué les voy a explicar yo a estos tíos”.

Pero lo peor está por llegar. No solo saben más que tú. Cada vez que te das la vuelta, Einstein te tira un garbanzo con una puntería diabólica que siempre aterriza en el cogote. Hawking hace pedorretas y te llama inútil murmurando en falsete. Y encima, como son los mejores de la clase, el resto de los alumnos no tarda en hacer coro. Es solo el primer día y aquello se te ha ido de las manos y no tienes posibilidad de reconducirlo. Te preguntas una y otra vez por qué no te hiciste guía turístico que, sin duda, es tu auténtica vocación.

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Pues eso mismo es lo que sintieron todos y cada uno de los árbitros que saltaron al emparrillado en partidos de la NFL este fin de semana. El experimento había funcionado razonablemente bien en pretemporada, cuando nadie se juega nada. Pero la NFL es una guerra atómica con armas químicas y de destrucción masiva. En la NFL la vida no vale un pimiento y, si es necesario, se sacrifica a un árbitro y se da a beber su sangre al front seven para revitalizarlo.

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Y eso es lo que hicieron los equipos sin ningún miramiento. Los acosaron, intimidaron, gritaron, faltaron el respeto y humillaron como nunca antes habíamos visto. Todo por conseguir una ventaja, por evitar una penalización, por desestabilizarlos y hacerles dudar en cada jugada. Se acabó el reglamento estricto de los últimos dos años, se acabó el mírame y no me toques. Aquello era, casi en cada partido, una batalla campal en la que las penalizaciones se acumulaban sin que volara ni un solo pañuelo. Era el primer día de clase y el profesor novato soñaba con la jubilación.

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El problema se acentuó en los partidos más igualados. Jim Harbaugh aullaba a dos milímetros de la oreja del juez de línea de su banda, que se hacía más y más pequeño a cada momento. Shannon Eastin, la mujer árbitro que se ha convertido en la imagen de los sustitutos, aguantaba el tipo y se hacía la despistada cuando Jeff Fisher, siempre un caballero, reprimía sus ganas de exprimir jugo de cebra. En todas partes se fingían interferencias con gesticulaciones exageradísimas y vergonzantes. En Tampa les caía un rayo encima, en Minnesota se reunían preocupados cuando el tiempo extra se venía encima y no estaba del todo claro como funcionaba el asunto… Llegó un momento que no solo los entrenadores se venían arriba, también los jugadores se encaraban con ellos, se formaban tánganas, perdían las formas y les voceaban sin inmutarse. La veda de la cebra se había abierto.

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Pero el punto culminante llegó en el Cardinals-Seahawks. El partido echaba fuego. Los Cardinals habían remontado gracias a un drive espectacular de Kolb y los Seahawks tenían cinco minutos para recuperar la iniciativa y llevarse la victoria. El reloj volaba y cuando llegó el tiempo muerto de los dos minutos aún le quedaban 49 yardas a Wilson, que veía cómo el partido le quedaba muy grande, pero tiraba de corazón y rabia para ganar cada pulgada. A falta de un minuto, primer snap a vida o muerte. Cuarto intento de Wilson en la 26. Interferencia. El estadio se viene abajo y comienza la cacería de cebras, que corren por el emparrillado como pollos sin cabeza. Whinsenhunt enfadado da mucho miedo. Tres jugadas después, en la yarda 13 y con 42 segundos por jugar, nueva interferencia. Esta vez no la vio nadie. Yo creo que el pañuelo amarillo se le escapó de las manos al ‘field judge’ que veía cómo el campo se le caía encima. En realidad tenía dudas sobre si usar la tela para secarse las lágrimas.

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Una jugada después los Seahawks intentan una jugada suicida. Lynch corre con el balón. Si es detenido el reloj correrá y los visitantes se quedarán literalmente sin tiempo. Pero Pete Carroll es un zorro que se las sabe todas. Corrió como una exhalación hacia su juez de banda y pidió a gritos que se parara el reloj. “¡¡¡Tiempo!!! ¡¡¡Tiempo!!!” El árbitro, obediente, detiene el juego. Solo había un problema, era el cuarto tiempo muerto del equipo. El público, los rivales, los televidentes, e incluso los jugadores de Seattle se quedaron estupefactos mientras el grupo de cebras formaba un concilio. Carroll aprovechaba el regalo y se reunía con Wilson para buscar una jugada que les diera la victoria. Los abucheos rompían el umbral auditivo. Era el caos.

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Yo creo que los árbitros se reunieron para decidir si se inmolaban ahí mismo, echaban a correr hasta la frontera de México o se ponían a silbar como si no hubiera pasado nada. Lo peor es que el debate se alargaba, Carroll y Wilson ya no tenían nada que decirse y hasta los más despistados se enteraban del destrozo, con lo que el griterío en vez de remitir crecía sin parar. Bruce Hermansen, el árbitro principal, decidió tirar por la calle de en medio. Abrió el micrófono y dijo, sin inmutarse, que a los Seahawks sí que les quedaba ese ‘cuarto’ tiempo muerto porque el anterior no lo habían usado ya que el reloj ya estaba detenido por una lesión. Hasta Mike Pereira, eterno defensor de cada decisión arbitral, dijo en directo que se habían equivocado.

Para terminar con la historia, Wilson lanzó tres incompletos y se acabó el partido.

Mientras ayer algunos cazadores exhibían las cabezas de las piezas que habían capturado en la montería de cebras, recordaba la reacción de Ed Hochuli tras un error garrafal en 2008 que dio la victoria a los Broncos de Cutler sobre los Chargers. Tras terminar la jugada, el árbitro abrió el micrófono, explicó la jugada completa, dijo que se había equivocado pero que no podía cambiar la decisión porque el reglamento se lo impedía y pidió disculpas. Más tarde presentó su dimisión a la NFL que, por supuesto, no la aceptó. Como sabéis, Hochuli es mi árbitro favorito. Me encanta su sentido didáctico, cómo explica cada penalización para que la entendamos hasta los que no hablamos inglés, cómo mantiene la autoridad solo con su presencia y como se nota que todos le respetan en el mundo de la NFL.

Ed Hochuli es abogado además de árbitro en la NFL. Trabaja en la firma Jones, Skelton & Hochuli desde 1983. Señor Goodell, ¿qué problema tiene para que un árbitro ejerza como abogado además de cómo árbitro? ¿Tan empeñado está en controlar las vidas de todos y cada uno de los que habitan en el universo de la NFL?

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Esta broma tiene que acabar. Los auténticos profesionales deben regresar y el conflicto, cuya explicación os voy a ahorrar porque no tiene ni pies ni cabeza, debe cerrarse. Los sustitutos no dan el nivel y nadie les respeta. Goodell y los propietarios no pueden estar cada pocos meses chocando con uno de los estamentos de este deporte. Siempre nos hemos quedado boquiabiertos con la capacidad de los árbitros de la NFL para ver cosas que se le escapa al resto de la humanidad. En un fin de semana se ha acabado el mito.

Los árbitros de la NFL ya son igual de malos que los de cualquier otro deporte. Es otra señal. El calendario Maya lo predijo y diciembre se acerca inexorable. ¡¡¡¡ARREPENTÍOS!!!

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl