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Un batacazo anecdótico

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Tomás de Cos

El día siguiente al sonado batacazo de Nadal en Wimbledon, lo que me pide el cuerpo es contextualizar la derrota encajada por el balear ante el hasta ahora desconocido Lukas Rosol. Los hechos ya los han contado otros con sumo detalle, y además cada cuál tiene su propio relato e interpretación de los hechos.

Más allá de la impecable tarjeta mostrada por el checo en su debut en la Centre Court (22 aces, 83% de éxito en los puntos jugados con su primer servicio, 65 golpes ganadores…), lo manifiesta el partido de ayer es la enorme competitividad de la ATP. Una realidad que a menudo ninguneamos por la insultante regularidad del G-4, cada vez más ‘Big Three’. Destacar hoy en día en un tenis tan profesionalizado es casi una misión imposible.

Nadal ha hecho del triunfo una costumbre, lo que a menudo nos impide ver que la derrota es un enemigo que acecha en cada esquina, camuflado entre el paisaje, como él repite constantemente como una letanía. Este traspiés sirve para poner en valor lo conseguido por el zurdo de oro todos estos años: 11 Grand Slams, con victorias en todos ellos y dos dobletes Roland Garros-Wimbledon, 4 Copa Davis, un oro olímpico, cinco finales en la ‘Catedral’... En lo que va de año ya lleva el habitual zurrón de títulos: Montecarlo, Barcelona, Roma y el sétimo Roland Garros. No hace tantos años esto era impensable, incluso en un deporte tan exitoso en España como el tenis. Nadal juega en otra división.

Pero lo mejor no son esos resultados, sino la progresión que los ha hecho posibles. Su pasión por Wimbledon hizo a Nadal despojarse de los complejos y prejuicios que el tenis español tenía para con las pistas de hierba. Y eso le hizo mejorar mucho su juego y ser competitivo en cualquier superficie. En el All England Tennis Club, Nadal mejoró su saque, incorporó el revés cortado o el juego de red y adoptó una agresividad determinante. Ningún otro escenario castiga los despistes como el viejo Wimbledon… Todo ello con independencia de la realidad palpable de que las pistas son ahora más lentas y fiables que hace años.

Nadal cimenta sus triunfos en el trabajo y en la mejora constante. Y por eso le vienen bien este tipo de llamadas de atención. Rafa ya tiene a la vista un reto extra en el corto plazo. Ha de recuperar las sensaciones perdidas sobre hierba esta temporada, desde hoy hasta el inicio de los Juegos de Londres, esos en los que presumiremos de abanderado. Estoy seguro de que él y todo su equipo ya analizan los errores cometidos y el porqué de sus pobres resultados esta temporada sobre el manto verde. En Halle, tras superar al eslovaco Lacko, también cayó antes de lo previsto con el alemán Kohlschreiber. Y no caía en una segunda ronda de un grande desde el 2005.

Además, cuenta con la ventaja de ser uno de los pocos elegidos que podrá entrenarse con tiempo en las pistas del All England Club, que reserva ese privilegio únicamente para sus socios y sus antiguos campeones. Huelga subrayar la importancia que concede Nadal a la experiencia olímpica.

Tenía mucha fe en las posibilidades de Nadal en este Wimbledon. Y las mantengo intactas respecto a los JJ.OO. de Londres por más que entonces no contará con la ventaja extra que le conceden los partidos al mejor de cinco sets. Este sorpresón no me quita el sueño. Porque al contrario que el común de los mortales, Nadal raramente tropieza dos veces en la misma piedra. Y además, aprende como nadie de sus errores por su certera capacidad de análisis. Rosol se vistió de Berdych, o del desaparecido Soderling, y jugó con acierto sus cartas. Vivió su día grande y sólo cabe darle la enhorabuena. Nadal ya tiene su borrón, pero no pasa de batacazo anecdótico.