Si el Dios de los cristianos existe, la prueba a la que ha sometido a los Cutura es, posiblemente, la más dura que pueden padecer unos padres a lo largo de sus vidas. Desde el domingo, desde que me comunicaron la noticia de la muerte de Stefan, me resulta imposible digerir con naturalidad un hecho que, seguramente, es común, ocurre a diario, y en otras circunstancias no me afecta o me pasa desapercibido. Si, ya sé, que miles de niños mueren a diario a cuenta de la hambruna, de la falta de medios, de enfermedades que ya no existen en Europa, incluso fallecen por el desinterés del mundo civilizado. Pero la muerte de Stefan me conmueve, quizá por la cercanía, por el padre, un internacional serbio que lleva toda su carrera profesional en España, y a quien conocí hace ya años cuando militaba en el Alcobendas.
Anoche, antes de acostarme, pensé en la despedida alegre de Dalibor. Me imaginé la emoción y satisfacción del viaje a Serbia, donde estaba preparándose ahora con su selección para actuar en los Juegos Olímpicos, dejando a su esposa y a sus dos hijos en León para que acabasen el curso. Son las cosas de los deportistas, y de tantos trabajadores que por momentos tienen que abandonar a sus familias. La ilusión de un viaje de ida, para orgullo de sus hijos; la desesperación de un regreso precipitado por una noticia tan fatal como injusta.
Ayer, parece, se comenzaba a confirmar la noticia de que no fue una pedrada lo que mató a Stefan, un niño alegre, como le recuerdan los aficionados del Ademar; un niño que saltaba al parqué del Palacio de los Deportes de León en el momento mismo que sonaba la bocina del final de los partidos de su padre para lanzar su balón a la portería, e imaginar goles imposibles que él marcaba por su padre; un niño lleno de vida al que hoy echamos de menos, y todos los padres nos sentimos un poco Dalibor, en su dolor, en su tragedia, en su incomprensión.
No fue una pelea entre menores, como se decía confusamente en un primer momento, en la celeridad por completar una noticia. Fue un derrame cerebral lo que ha acabado con una vida que aún casi no había empezado a vivirse. Un derrame cerebral, algo que no hace tanto me resultaba extraño, pero que en los últimos tiempos lo encuentro cada poco como noticia casi fatal en la prensa.
No hay consuelo para un padre que pierde a un hijo. Es imposible que lo haya. Y es imposible que unas palabras le puedan reconfortar, pero espero que Dalibor, algún día, cuando ya no tenga lágrimas que secarse, y cuando la herida haya dejado de sangrar porque ya esté agotada aunque abierta por ser indeleble, espero, digo, que sepa la solidaridad y el cariño que ha arrancado en todos los aficionados españoles, lleven la camiseta y los colores que lleven. Sin ninguna duda, los Cutura nunca nos serán forasteros para los que seguimos la Asobal, y estéis donde estéis, y aunque nos separen los intereses deportivos, siempre tendréis nuestra consideración y cariño, por los años que pasen.