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The German, un coreano y la excelencia


Es curioso cómo nos cambia el paso del tiempo. Este año, por primera vez en mi vida, no he visto ni una sola de las películas que aspiraban al Oscar. Y lo peor es que tampoco me importa. Durante muchos años fui un loco del cine. Acababa muchas noches entre semana en una sesión en versión original de las que abundan en el centro de Madrid y dedicaba el fin de semana a ver los estrenos comerciales. En algunos casos disfrutando de un par de películas al día. 

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El cine siempre fue un entretenimiento barato. Mucho más que cualquier otro. Ese era su gran éxito. Y la capacidad que tiene para hacernos soñar, o para troncharnos de risa cuando estamos viendo un bodrio.

Luego empiezan a llegar los hijos, los compromisos y las canas. El tiempo libre se encoje como una pasa y llevar a toda la familia a vivir la magia de una pantalla gigante se convierte en una auténtica inversión. Terminas el día con la tarjeta quemada. Entradas, palomitas, comida en hamburguesería, o merienda en terracita. Lo dicho, una ruina. Y todo para ver un petardo para todas las edades. Ya no te tronchas de risa en los bodrios. Se te revuelve el estómago pensando en el pastizal que te has dejado y en lo fenomenal que hubiera sido pasar el día con la familia en el campo.

Así que la magia del cine va muriendo con la edad. Peter Pan en caída libre gritando “Mayday!!!” porque se ha olvidado de volar. Ya no sufres ese estado de impaciencia enfermiza antes de ese estreno tan esperado. El estoicismo cobra protagonismo mientras esperas que esa misma película se estrene en televisión, o termine descargada en tu ordenador, por arte de magia, de una manera o de otra.

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Con la edad se pierde el romanticismo. Se olvida el glamour, y comienzas a ver cine a tu ritmo, no al que te imponen. Tal vez con años de retraso, y quizá olvidando esas cintas independientes que tanto te apasionaban en tu juventud. Antes ibas al cine a pensar. Con los años te sientas frente a una televisión de muchísimas pulgadas para dormitar en ese rato que te queda libre. No quieres que te hagan discurrir, solo que te entretengan.


Curiosamente, hace dos semanas un tal Nick Ryan volvió a hacerme vivir la magia del cine durante 10 minutos impresionantes. Bueno, miento, durante los dos últimos meses he visto la serie italiana ‘Roma Criminal’ y aún estoy boquiabierto, pero el corto del director irlandés me ganó por sus circunstancias.

El bueno de Nick tenía un presupuesto de 70.000 euros. Se lo gastó entero en la producción. Después de rodar a los actores y los exteriores, se metió la mano en el bolsillo y descubrió que estaba lleno de telarañas. ¡No quedaba nada para la postproducción! Todo el equipo desistió, pero él dedicó los siguientes seis meses de su vida a diseñar por ordenador, y sin un duro, una de las batallas aéreas más alucinantes que recuerdo, montar la película y culminar su sueño.

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‘The German’, que así se llama este corto, es mi ganador de los Oscars de este año. Una historia impactante, contada en diez minutos, que te mantiene con el corazón en vilo y te sube la adrenalina. Tiene una moraleja final de esas que te acompañan todo el día y consiguen que te acuestes con una sonrisa, saboreando aún la genialidad del autor. Su lucha por conseguir con un guiño esa excelencia últimamente tan manida y tan difícil de encontrar. El Oscar a la constancia frente a la adversidad. Aquí lo tenéis íntegro y en versión original.

 

Os confieso que llevo dos semanas queriendo contar en este blog la historia de ‘The German’, pero no sabía cómo ligarla a la actualidad de la NFL. Hoy es el día. El momento ideal para hablar de genialidad, excelencia, constancia y profesionalidad. De amor a unos colores y final de una era. De compromiso indomable hasta el último segundo para llegar a la meta. De Hines Ward.

No es ‘The German’. Es coreano. Nacido en Seul en 1976. 35 años. Catorce de ellos con los Señores del Acero. Y de abanderado. Arrasando esos campos de Dios con el espíritu negro y amarillo de una franquicia irrompible. Sonriendo campechano mientras apuñalaba a sus rivales sin misericordia. Genial y marrullero por igual. Pícaro e inteligente. Ladrón de carteras y maestro de vuelo sin motor. Y todo lo anterior, como solo lo saben hacer en Pittsburgh: siendo el más grande aunque simplemente pareciera uno más.

 
Pero los Steelers se están quedando sin opciones. Llevan un mes achicando agua, sin conseguir reflotar un barco que sigue en peligro. Mike Wallace es el objetivo de una batalla cruenta librada en los despachos y que, entre muchas otras víctimas, se va a llevar por delante el corazón de la franquicia. Hines Ward. El latido sonriente del acero.


Su mensaje en Facebook me ha dado mucha pena. Más de 30.000 seguidores del acero se subieron a la red social para hacer fuerza con él. Más de 15.000 comentarios de rabia, disgusto e incomprensión. La historia de Peyton Manning repetida en otro lugar mítico. El final de una era. ¡Qué cruel es el deporte!

Hines Ward agente libre. Pensé que nunca llegaría a ver algo así.

Y que nadie se despiste. El Nueva Orleans también abundan las caras de susto. Brees y los Saints no llegan a un acuerdo. El equipo puede estar obligado a designarlo como jugador franquicia. Mal empiezan las cosas para uno de los grandes aspirantes. Con Colston y Nicks aún metidos en despachos. Todo el mundo daba por hecho que el trío seguiría el año que viene con los de la flor de lis. Ahora ya no está tan claro. Una estrella dorada puede poner patas arriba la agencia libre.

‘The German’. Un corto genial que os recomiendo, para que volváis a creer en la magia del cine. Hines Ward, un receptor con sonrisa de actor de Hollywood que dejará de luchar por los colores del acero. Los Saints, una constelación de la que puede caerse alguna estrella.

Para que luego digan que la offseason es aburrida.

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl