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Tom & Eli. Culpables y condenados (2ª parte)


Mirad fijamente al tipo que aparece en la foto superior. Se llama Eli. No os preocupéis. No va a pediros que le dejéis lamer vuestro plato. Es quarterback, hijo de quarterback, hermano de quarterback, y es prácticamente imposible leer un párrafo sobre él en el que no aparezca uno de sus familiares. Este artículo no será una excepción.

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Volved a mirar la foto. Fijamente. Eli no es lelo. Tal vez lo parezca, pero es muy listo. No como Fredo cuando se quejaba amargamente del desprecio de su hermano Michael: “¡¡¡¡Yo soy muy listo!!!!”, para terminar pescando en su barca sin darse cuenta de que era hombre muerto. Eli es listo de verdad. Detrás de la careta hay un cerebro que funciona a mil por hora.

A nadie le importa si un linebacker es feo o malencarado. Tampoco parece algo importante para un receptor, un corredor o un kicker. Lo que es difícil de digerir es un QB feo. Los quarterbacks tienen que ser gente con presencia. Fiedler era esclavo de sus orejas. George, Grbac, Orton, Kolb… han sido gentecilla sin angel. Con cara de empanada, resaca o despiste. Los feos no triunfan. Rodgers, Brady, Marino, Elway, Montana, Young, Favre… quizá no sean guapos de revista, pero sin duda son tipos con empaque. Aikman y Peyton Manning no podrían ser definidos como guapos, pero ambos parecen mariscales del Afrika Korps, subidos a un vehículo oruga y entrando en Trípoli a sangre y fuego. Eso también vale.

Lo de Eli no es ni empaque, ni Afrika Korps, ni leches. Foto tras foto aparece en un estado inexplicable de ‘me falta un aire’ y, claro, nadie termina de tomárselo en serio. ¿Quién dejaría todos sus ahorros en manos de un tipo disfrazado de Charlie River?

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Eli tiene la cara que tiene. ¡Culpable!


Eli llegó al draft de la mano de su papá y dijo que no quería jugar en San Diego. El primer jugador elegido se empeñó en que el draft estaba mal parido en lo que a él respectaba. No era el equipo el que debía elegir jugador, sino el papá del jugador el que decidía el destino de su retoño. Cisco en la sala, murmullos de desconcierto. Los Giants arreglaron el desaguisado cediendo a Philip Rivers y algunas elecciones más para hacerse con el hijísimo. Comisionado y demás responsables miraban al techo buscando musarañas y el mundo de la NFL le ponía una cruz en la frente. Aún es odiado por aquello.

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Cara de lelo y caradura. ¡Culpable!

Los Giants inmolaron a Kurt Warner en el altar del sacrificio para dejar sitio al chaval, que no estaba dispuesto a pasar más de media temporada en el banquillo. Las malas lenguas dicen que otra vez fue su padre el que presionó hasta la saciedad. Eli salió al campo y jugó. Y así estuvo toda la temporada, demostrando que aún no estaba preparado, hasta que firmó un rating de 0,00 contra los Ravens y Coughlin decidió darse un respiro.

Enterrador de mitos. ¡Culpable!


Y desde entonces hemos visto las actuaciones de Eli un minuto después de disfrutar de las hazañas de Peyton y, claro, la comparación era inevitable e insostenible. El anillo conquistado hace cuatro años no cambió nada. Un pase milagroso a dos centímetros de ser placado, al grito de tronco va y aprisionado contra el caso por un receptor improbable. La consiguiente cara de lelo tampoco ayudó. No se lo creyó nadie.

Pero un día Eli estalló. No fue hace mucho. Pocos días antes de comenzar esta temporada. Dijo que estaba harto. Que nadie le valoraba. Que daba lo mismo su cara, que el draft quedó atrás hace mucho, que su hermano estaba en casa, recuperándose de una lesión, que su papá ya no dictaba cada paso de su vida. Eli reclamó un hueco en la elite de la NFL. Todo el mundo se lo echó en cara. Y le dijo que menos lobos Caperucita, que saliera al campo y jugara, que demostrara su valía cada domingo y dejara de buscar un sillón en el Olimpo como antes exigió un equipo en el draft.

Y mirad, creo que entonces sucedió algo especial. Yo lo describí en un artículo tonto como un cambio de cerebros entre hermanos. Era una tontería, porque creo que la diferencia entre el Eli del pasado y el de esta temporada no está solo en la cabeza. Sobre todo hay que buscarla debajo de la coquilla.

Y su lección de coraje ante los Niners, levantándose del suelo una y otra vez, abrasado, con la misma cara de lelo, pero con gesto de rabia, de ambición, de ganar a toda costa, ha sido uno de los momentos inolvidables de la temporada. Una gesta comparable a la del mito Favre luchando contra todo y contra todos para mantenerse de pie tras los embates de la defensa de los Saints. Ese partido ante los Niners, esas cuatro horas de batalla sin respiro, valen ellas solas para entreabrir la puerta del olimpo a Eli. Él no quiere un segundo anillo para acumular trofeos, sino para reivindicarse como alguien único, no como una extensión extraña de una saga que lo fagocita.

Y comparar a Eli con Payton sigue siendo una sandez. Peyton es Peyton. Único o irrepetible. Algo más que un quarterback. Una rara avis que se estudiará durante años como un extraño extraterrestre que llegó a la tierra para jugar al football de otra manera. En sus Colts el individuo no era parte del grupo. El grupo era parte de Peyton. Eli es Eli. Un QB fantástico con una estética impecable, una visión sobresaliente y ahora, desde hace unos meses, el espíritu indómito de quien no concibe la posibilidad de una derrota.

El niño Eli se nos ha hecho grande.

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl