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El pañuelo amarillo no engaña


John Clayton daba un dato definitivo. Uno de esos que zanja un tema, cierra un debate y a otra cosa, mariposa. Imagino que sabréis que John Parry será el árbitro principal de la Super Bowl, pues su equipo arbitral promedió 15,8 penalizaciones por partido en temporada regular. Curiosamente, en el 49ers-Saints que Parry dirigió en playoff solo volaron tres pañuelos.

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Solo hay un ‘pero’. En playoff los asistentes cambian respecto a un equipo habitual de un árbitro. El ‘pero’ también tiene ‘contra-pero’. Se supone que los asistentes que arbitran en postemporada son los mejores de cada posición arbitral. Así que o todos destacan por su permisividad, y por eso son premiados, o el criterio cambia significativamente.

No lo digo yo solo. John Clayton lo afirma con rotundidad. Los árbitros han dejado jugar en postemporada. Tampoco es una sorpresa. Desde que hace dos o tres temporadas se endureció la aplicación del reglamento en casi todas las facetas del contacto, ha sido evidente y universalmente aceptado que cuando llega enero se abre la mano tanto en los golpes como en la agresividad.

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También llama la atención que se hable con tanta naturalidad de cuestiones que se han vuelto tabú, e incluso motivo de sanción, durante la temporada regular. Tras el golpe casco contra casco que sufrió Pierre Thomas en el Niners-Saints, que no fue penalizado porque no debe serlo, que los analistas valoraron como legal sin inmutarse, que ocasionó una conmoción al jugador, un fumble y una pérdida de balón, y que hubiera provocado una lluvia de pañuelos amarillos hace solo un par de meses, algún defensa de San Francisco afirmó en rueda de prensa que tenían previsto cargar con esa agresividad, que eran ordenes de su entrenador y que pelillos a la mar.


Es curioso que hayan trascendido más las durísimas declaraciones de Jacquian Williams y Devin Thomas tras el 49ers-Giants. Afirmaban que los equipos especiales de Nueva York habían valorado antes del partido golpear en la cabeza a Kyle Williams porque sabían que había sufrido cuatro conmociones cerebrales. Lo curioso es que ese golpe letal jamás llegó, pero el escándalo ha sido mayúsculo.

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No es que me parezca antideportivo. Me resulta inhumano y repugnante que un deportista intente aprovecharse de una lesión del rival para sacar ventaja del juego cuando sabe que, además, puede provocarle daños físicos irreversibles. Pero me parece absolutamente lícito aprovechar limitaciones físicas o lesiones del contrario para sacar ventaja. Eso se hace en todos los deportes. Son dos cosas distintas. Una es aprovechar una limitación; la otra jugar con la vida de alguien. El problema es que la línea que separa una cosa de otra es muy fina.

Y solo hay que tirar de hemeroteca. Los Cowboys de mediados de los 90’ buscaban sacar del campo a Steve Young en todos sus enfrentamientos. De hecho, tuvieron éxito en más de una ocasión. Los Saints golpearon con mala intención tanto a Warner como a Favre en los playoff en los que ganaron el anillo. La lesión de Palmer contra los Steelers aún es motivo de debate. En la NFL hay mil ejemplos, antiguos y modernos, de golpes sospechosos o directamente malintencionados. Y os voy a decir más. Que los Giants valoraran lesionar a Williams es criticable y, en mi opinión, sancionable, pero por un lado demuestra que prepararon el partido a conciencia y, por otro, que Williams y Thomas lo comentaran con tanta naturalidad, demuestra que es una actitud que consideran normal no solo en su equipo sino en la NFL.

Siempre he creído que la NFL es lo más parecido que hemos encontrado en el mundo moderno al circo romano. También he defendido, contra la opinión de la mayoría, que los golpes violentos son parte de la esencia de este deporte. Que los jugadores saben a lo que se están exponiendo y que ganan tanto dinero porque el riesgo que corren es altísimo.


Entiendo perfectamente a Goodell en este tema. Creo que el endurecimiento del reglamento busca, por encima de todo, perseguir al malintencionado. Muchas de las sanciones a posteriori, esas que han desacreditado arbitrajes, se deciden para castigar una intención. Estoy seguro de que si la NFL pudiera, discriminaría golpes violentos nobles y malintencionados. El problema es que no hay forma humana de entrar en la mente de un jugador para descubrir lo que pasa por su cabeza antes de chocar con un contrario. Ya critiqué hace unos días el golpe de Ray Lewis a Tom Brady, que me pareció malintencionado e innecesario, y varios os sentisteis molestos. Nunca sabremos quien tiene razón; ninguno estábamos en la cabeza del linebacker.

Y por eso me sorprende tanto el cambio de criterio en el reglamento. Si una política está universalmente aceptada, y parece buena y sana para los jugadores, no entiendo que se cambie cuando hay más espectadores frente a la televisión y más trasciende la mala fe. Es curioso. Hace un par de temporadas nos sorprendía ver pañuelos amarillos en jugadas que siempre habíamos considerado normales. Ahora nos sorprende no ver pañuelos en esas mismas jugadas. Nuestra visión del football ha cambiado significativamente.

Por eso quizá estemos confundiéndonos en la formulación de la famosa frase. A partir de ahora tal vez deberíamos decir lo siguiente: “los ataques ganan temporadas regulares y las defensas campeonatos”. 15,8 penalizaciones contra tres. El pañuelo amarillo no engaña.

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl