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New England 23 – Baltimore 20

Cundiff regala a los Pats el viaje a la Super Bowl de Indiana

El viejo zorro ha vuelto. Para reinar sobre el reloj, los elementos, los errores de unos y otros, las circunstancias incontrolables, los imprevistos... Bill Belichick, el entrenador de los Patriots, el más grande de todos los tiempos, no buscó imponer su ataque explosivo. Quiso entrar en el golpe a golpe defensivo contra los Ravens, maestros en las trincheras, para volver a la Super Bowl como a él le gusta: torturando a sus rivales; haciéndoles creer que lo tienen todo controlado para romperles el corazón en un desengaño final.

Ese desengaño llegó a falta de 27 segundos para la finalización, cuando un Flacco fabuloso durante todo el partido, conectaba con Lee Evans para el touchdown que hubiera valido el partido. Los jugadores de Baltimore ya estaban celebrando la anotación de la victoria, pero apareció Sterling Moore, para arrancarle el balón de las manos, cuando el árbitro se preparaba para otorgar los seis puntos. Tenía que ser Moore, otro desheredado de los que gustan a Belichick, rookie no drafteado, fichado como agente libre por los Raiders en pretemporada, cortado con la liga ya empezada y recuperado para el football por el viejo Bill. Otra genialidad de Belichick, otro apestado en la plantilla. Otro tipo dispuesto a matar por el hombre que tiene fe infinita en los parias de la tierra.

Pero el auténtico paria de la noche fue Billy Cundiff, que con el reloj casi a cero falló un field goal de 32 yardas que hubiera valido el empate, y la prórroga. Belichick no se inmutó. Mandó a Brady para que se arrodillara y paseó tranquilamente hasta el centro del campo para saludar a sus rivales: “muy bien, majetes. Casi lo conseguís. Solo os ha faltado dominar lo imprevisible, pero en eso yo sigo siendo el amo”.

Antes de esos dos sucesos, el partido fue un toma y daca intenso. Un duelo de esgrima con ataques y contraataques. Fintas y estocadas en el que ninguno fue capaz de imponerse. Como sucedía la pasada semana, los Ravens perdían la batalla en las líneas. Ni su defensa era capaz de llegar a Brady, ni su ataque daba tiempo suficiente a Flacco. Pero, sin embargo, la batalla de las secundarias era dominada por los visitantes. Brady no podía encontrar a sus receptores, y era interceptado dos veces, y Flacco aprovechaba la debilidad de la defensa contra el pase de los Patriots para dar un festival y reivindicarse.

Y así, sin que ninguno de los contendientes consiguiera romper el partido, transcurría el tiempo mientras Belichick se sentía más en su elemento, rodeado de histerismo pero como en otro mundo, sin inmutarse, convencido de que su aura infalible terminaría imponiéndose. Y eso que Brady se jugó la columna vertebral para anotar un touchdown decisivo, saltando por encima de todas las defensas, para que Ray Lewis le partiera por la mitad y todos observáramos incrédulos cómo se levantaba sin daños.

En los últimos minutos la tensión se cortaba. Habían vuelto los viejos tiempos a Boston, cuando la afición observaba tranquilamente a su equipo caminar sobre la cuerda floja con la seguridad de que nada podía salir mal. Esos días regresaron mientras Flacco era interceptado. Brady también regalaba el balón al contrario en una jugada temeraria, y todo terminaba con el drive que os he contado en los primeros párrafos.

Parece irónico. La defensa de los Patriots, errática y muy limitada, fue a la poste la que conquistó el billete para la Super Bowl. Esta vez no fue Brady con sus pases imposibles, ni Gronko con sus recepciones de poder. Belichick, el viejo genio, volvió a recurrir a los desheredados.

The Band of Brothers está de vuelta. El viejo Bill les dirige. ¿Hay alguien más competitivo que ellos?

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl