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Texans 31- Bengals 10

Foster y la defensa desarbolan a unos luchadores Bengals

Los Texans no son un equipo. Son un equipazo. Lo demostraron en un partido de wild card que empezó con los Bengals dominando muy levemente pero que se dio la vuelta, de forma inesperada, cuando J.J. Watt consiguió la intercepción del año a menos de dos minutos del descanso, y corrió hacia la end zone contraria para poner a los tejanos 17-10 en el marcador.

Hasta ese momento los Bengals habían llevado la iniciativa gracias a un Dalton que, con su habitual atrevimiento, lanzaba a diestro y siniestro con intención, puntería y anticipándose a la defensa rival. Los man-eaters rivales intentaban cazarlo en cada jugada pero siempre llegaban tarde. El ataque de los locales estaba colapsado con un Yates pasado de vueltas, completamente aterrorizado, y un Andre Johnson demasiado oxidado por culpa de su lesión. El único que mantenía vivo el ataque de los Texans era un Arian Foster renacido después de más de un mes dormitando. El Foster bueno, el explosivo, el que pasa de cero a cien en décimas de segundo y realiza quiebros que romperían la columna de un humano normal, volvió a asomarse al campo para demostrar que con él enchufado su equipo puede aspirar a todo.

Pero durante la primera mitad Foster no estaba siendo suficiente. Ni siquiera el gran trabajo de la defensa conseguía meter en vereda a un Dalton que cargaba con todo el peso de su ataque mientras sus corredores se estrellaban contra el muro rival.

En esas estábamos, pendientes de si los Bengals serían capaces de adelantarse en el último drive antes del descanso, cuando Dalton lanzó un misil a su derecha que Watt, dos metros por delante de él, fue capaz de agarrar sin quemarse las manos ni sufrir amputaciones. Fue como un superhombre sujetando una bala recién salida de la boca de un cañón.

El público local, que había contenido el aliento hasta ese instante, añorando a Schaub y suspirando tras cada imprecisión de Yates, entró en un estado de excitación máxima que se mantuvo todo el resto del partido. Dalton se vio obligado a pedir un tiempo muerto cuando solo se llevaba un minuto tras la reanudación. El ruido infernal le impedía dar y recibir órdenes. Los Texans solo ganaban por un touchdown, pero la diferencia anímica era mucho mayor, y ya no hizo más que crecer mientras el front seven local cada vez llegaba más fácilmente a presionar al QB rival, Yates se tranquilizó y ajustó la mirilla, Andre Johnson volvió a parecerse a ese receptor capaz de bajar cualquier balón y Foster crecía varios metros, se transformaba en gigante y se coronaba como rey de la jungla. 153 yardas de carrera y dos touchdowns en el partido, el segundo de ellos tras atravesarse medio campo y esquivar a todos los rivales habidos y por haber.

Los Bengals, groguis desde la intercepción de Watt, y sin capacidad de maniobra, se quedaron sin la única arma que les estaba funcionando. Dalton dejó de ser el de la primera mitad y se volvió impreciso mientras luchaba por su vida, escapando en cada snap de la insaciable defensa de Houston. Durante los dos últimos cuartos solo lanzaba intercepciones y pases inalcanzables. El último cuarto de hora sobró entero. Solo sirvió para que en Houston celebraran la victoria y volvieran a disfrutar del mejor Foster, ese jugador que ha dormitado durante un mes para volver a jugar como él sabe cuando de verdad ha hecho falta.

Que nadie los descarte. La defensa de Houston ha vuelto a demostrar que es la mejor del momento. Foster en forma es el corredor más desequilibrante. Yates… bueno, Yates es un corderito tierno, pero el domingo que viene el rival será Baltimore, y la actuación de Flacco será tan imprevisible como casi siempre.

Mientras tanto, en Houston es fiesta. Su equipo ha jugado por primera vez un partido de postemporada. Su equipo ha ganado por primera vez un partido de playoff. Watt, el hombre de las manos de acero, atrapó un cañonazo que domó a un tigre y lo convirtió en gatito.

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl