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El alma perdida de Archie Manning


Archie Manning, padre de Peyton, Eli y Cooper, era un niño con un sueño. Quería ser jugador de football americano. Pero no uno cualquiera. Aspiraba a convertirse en el mejor de la historia. Su infancia en Drew, Mississippi, transcurrió en una permanente ensoñación. Miraba las nubes, o bajaba a pescar al río, y se imaginaba vestido con casco y coraza, lanzando balones que surcaban el cielo para llegar mansamente a las manos de un receptor en la zona de anotación.

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Pero tener sueños imposibles es muy peligroso allá por el sur, entre Alabama y Lousiana. La rivera del Mississippi está cargada de magia, que se alimenta del corazón de sus habitantes. El vudú se convierte casi en un entretenimiento y los niños aprenden a jugar con la güija con una naturalidad que pondría los pelos de punta a cualquier europeo.

Muy cerca de la casa de Archie vivía una vieja extraña que todo el mundo rehuía, por considerarla perversa. Lanzaba maldiciones y mal de ojo con cierta frecuencia y los pobres destinatarios solían sufrir, desde ese momento, todo tipo de penalidades. El niño Manning estaba obsesionado con ser quarterback y su ambición pudo con el miedo. Llamó a la puerta de la vieja, que decía llamarse Fambol (curioso nombre). Cuando ésta abrió y se asomó, con gesto molesto, él no se inmutó y le dijo: “Quiero ser el mejor QB de la historia”. Ella cambió el gesto y le miró sonriente, pero con ese rictus torcido de quien espera aprovecharse de un niño. Le dejó entrar y le preguntó hasta dónde estaría dispuesto a llegar para lograr algo así. “Daría mi alma por serlo”, dijo el chaval. “No te preocupes entonces. Por ese precio vas a conseguirlo”, respondió la vieja.

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El niño se sentó en el suelo mientras la vieja preparaba sus conjuros. Sangre de aligator y patas de araña. Polvo de garrapata y estómago de rata que hubiera comido, minutos antes, una babosa seca. Cánticos acompasados a ritmo de locura y berridos inhumanos inundaron el lugar. Luces extrañas flotaban en el aire mientras Archie, aterrorizado, se preguntaba si esa había sido una buena idea. A los pocos instantes sonó un fuerte trueno y el local, ya en penumbra, se obscureció aún más, mientras una voz profunda atronaba: “¿Quién osa invocarme?”. La vieja bruja le respondió que era ella la que, una vez más, acudía a él para hacerle una ofrenda: un tierno infante que estaba dispuesto a ofrecer su alma en busca de un sueño. “¿Qué el lo que quieres, chaval?”, dijo el demonio. “Quiero ser QB de la NFL, y que mi nombre se convierta en mítico”. El ser satánico se rió a carcajadas. “¡¡¡Hecho!!! Pero tendrás que pagar algo más que tu alma por un deseo así. Jugarás en los Santos, porque nada divierte más a un demonio que tocar los cojones en casa ajena. Además, me llevaré la salud de tu hijo primogénito cuando roce el éxito, la del siguiente cuando ya lo haya alcanzado, y al menor, le faltará un aire”. Quizá esa maldición explique que Cooper Manning, el mayor de los hermanos, tuviera que desistir de ser jugador profesional, a pesar de ser considerado un receptor con calidad NFL, cuando le diagnosticaron una estenosis espinal. Curiosamente, la lesión que puede retirar a Peyton también es de columna.


El demonio, que decía llamarse Tachdaun (otro curioso nombre), se disolvió entonces en el aire y desapareció. Archie nunca la ha vuelto a ver, pero desde entonces, cada vez que anotaba un touchdown, sin saber por qué, se le erizaba el cabello y un escalofrío le recorría el cuerpo. Dicen que otro demonio, llamado Saq, la tomó con él durante toda su carrera.

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Así que Archie creció, jugó para Ole Miss, fue elegido con el pick número 2 en el draft de 1971 y tuvo una carrera que ni fu ni fa, con mucho ruido, pocas nueces y, tal vez, demasiadas intercepciones. Cuando se retiró, pensaba que Tachdaun había incumplido el trato. Su nombre no se había convertido precisamente en mítico.

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Con los años, Archie se obsesionó aún más con la magia negra. Recurría a ella casi en cada decisión importante de su vida, pero como ya había vendido su alma no tenía demasiado que ofrecer, así que los demonios no le hacían ni puñetero caso. Cuando la palmara ya tendrían todo el tiempo del mundo para hacerle putaditas. Así que nuestro protagonista investigó todas esas ramas de la ciencia que todo el mundo abomina. Esperaba conseguir, a partir de experimentos, lo que no obtendría de los señores del averno.


Poco a poco, Archie descubrió que el demonio sí había cumplido su parte, aunque con trampa. Manning pasó a ser considerado sinónimo de grandeza. Peyton, su segundo hijo, se convirtió con los años en el jugador más admirado de la NFL. Incluso conquistó un anillo liderando a un equipo que sin él nunca lo habría conseguido.

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A pesar de todo, la felicidad no era completa para el héroe de nuestra historia. Su hijo menor, Eli, se le quedaba mirando cada día, como ido, mientras adelantaba el labio inferior para retener la baba. “Este chico es lelo. El demonio me la ha jugado”. Así que, como les pasa a todos los padres, Archie volcó todo su amor en ese hijo. Rompió las reglas del draft para llevarle a un equipo ganador y aprovecho sus contactos con el inframundo para conseguir que un héroe del otro bando, Kart Warner, le formara como jugador (creo que ya he mencionado que nada divierte más a un demonio que tocar los cojones en casa ajena). Tanta atención dio sus frutos y Eli consiguió llegar a una Super Bowl, además contra el equipo perfecto. Es en este punto donde comienza de verdad nuestra historia.

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Archie estaba angustiado. Inquieto, daba vueltas en el salón de su rancho. Eli contra Tom. ¡Era imposible! El nombre de los Manning quedaría dañado para siempre. No confiaba en que el demonio Tachdaun cumpliera su palabra, así que decidió tomar cartas en el asunto. Fue a su habitación y cogió una gran llave, antiquísima, que solo él conocía. Bajó las escaleras, atravesó el salón y sacó un viejo libro de uno de los estantes. Era el Necronomicón, esa ignominia escrita por el loco Abdul Alhazred. La infamia mágica por excelencia. Archie lo robó de la biblioteca de El Cairo, dejando en su lugar una copia con las hojas en blanco que nunca sería descubierta. Nadie se atreve a hojear sus páginas abyectas para arriesgarse a sufrir todo el resto de la vida una locura irreversible.


Al extraer el libro se accionó una palanca que abrió la pared para dar paso a unas lúgubres escaleras que descendían cientos de metros, hacia un lugar nauseabundo en el que Archie realizaba sus experimentos. El olor era repugnante y el calor insoportable, pero la sensación era de frío y muerte, horror y desespero. Al final había una puerta que abrió con la llave, y llegó a un laboratorio tenebroso en el que, a lo largo de los años, había realizado experimentos innombrables en los que había sacrificado todo tipo de seres vivos, humanos o no.

Abrió el libro y lo consultó embebido en sus hechizos. Efectivamente, no había otra solución. Debía intercambiar los cerebros de Eli y Peyton antes del gran partido. Los sacrificios rituales eran importantísimos, y también separar el cerebelo y el tálamo del resto de la masa encefálica, para asegurar que las reacciones físicas fueran naturales. Ya lo había probado con topos, e incluso con un par de codornices, y el resultado había sido satisfactorio. La única manera de que los Giants se impusieran a los Patriots era que Peyton jugara en el cuerpo de Eli, que presenciaría la hazaña encantado, con su cara de pasmado, desde el palco.

Primero llamó a Cooper, y le contó sus intenciones. Necesitaba que le ayudara, sobre todo con los sacrificios rituales. Mil cien vírgenes, y otros tantos machos cabríos, debían ser sacrificados al maligno durante el proceso. Cooper aceptó resignado, consciente de la locura de su padre. Archie llamó después a Peyton y a Eli. El primero respondió enseguida; el segundo tardó algo más porque se había olvidado de cómo descolgar un móvil y tuvo que pedir ayuda a su coordinador ofensivo. Ambos fueron citados para cenar dos días antes del gran partido. Los dos aceptaron encantados la invitación.


La fecha señalada, los dos aparecieron juntos y fueron recibidos con efusividad por su padre. Nada más llegar, Archie les ofreció una copa de Moet Chandon para brindar por el éxito de los Giants, pero en la bebida había un fuerte narcótico que durmió a ambos de inmediato. Fueron bajados a la sala de operaciones donde Archie realizaría la intervención maligna. Mientras tanto, Cooper llevaba ya varias horas sacrificando jóvenes vírgenes, aunque comenzaba a sospechar que algunas eran un poco putas. A estas alturas del siglo XXI es muy complicado encontrar doncellas por ahí paseando. Lo de los machos cabríos fue mucho más sencillo. Fletó un autobús, se fue a la ciudad y fue subiendo, por las buenas o por las malas, a todos los tipos que se cruzaron por su camino. Cooper estaba completamente convencido de que el ciento por ciento eran unos auténticos cabrones. Por ese lado no había ningún problema.

Archie efectuó la intervención mientras recitaba salmos infames y versículos malignos. El día se oscureció y los rayos inundaron el cielo. Miles de cuervos se posaron sobre el tejado de la vivienda y algunos juran que en el rancho contiguo nacieron varios terneros con dos cabezas de vacas que no estaban preñadas. Incluso afirman que su leche sabía a ginebra y que varios niños se levantaron la mañana siguiente hablando suajili, pero esos extremos no están aún documentados.

Archie se sentó, agotado, tras cambiar el cerebro de sus hijos. Sólo quedaba esperar para comprobar el éxito de la operación. A los pocos minutos Eli se despertó, nervioso, gritando audibles. Peyton tardó cuarto o cinco horas más y lo primero que pidió fue un biberón. “¡¡¡VICTORIA!!!” Gritó Archie. La operación había sido un éxito. Peyton era Eli y Eli seguía tan idiota como siempre. La Super Bowl estaba ganada.


Dicen las malas lenguas que este año Archie ha vuelto a intercambiar los cerebros de sus hijos. Peyton, en la banda, mira con cara de lelo cómo sus compañeros pierden partido tras partido. Muy pocos recuerdan un gesto tan lastimero, tan triste y decepcionado en el rostro del QB de los Colts. Algunos afirman extrañados que nunca le habían visto adelantar el labio inferior y hacer pucheros, pero nadie le hace caso.

Mientras tanto, Peyton, en el cuerpo de Eli, está liderando a los mejores Giants de los últimos años. Los aficionados se frotan los ojos incapaces de entender el cambio de actitud de su QB. En algunos partidos Eli no alcanza esa perfección, como ha sucedido este domingo frente a los Niners, pero dicen que el embrujo de Archie de vez en cuando falla, y el cerebro del hermano pequeño regresa a su cuerpo, cuando el demonio Tachdaun se aburre y quiere dar un poco por el saco.

Y aquí termina la rigurosamente incierta historia que explica que los Giants sean a estas alturas líderes de su división, y que Peyton Manning sea capaz de poner una cara de resignación tan convincente en la banda de los Colts. Una vez más, el Necronomicón es el culpable de los hechos sobrenaturales que suceden en la NFL.

Archie, el posesivo patriarca de los Manning, se acuesta ahora cada noche preocupado por una cuestión que no le deja dormir: “¿Se volverá Peyton lelo de tanto habitar el cuerpo de Eli? Quizá debí cambiar también el hipotálamo y, de paso, los cojones”.

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl