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De camino a India, recuerdos de Oriente

Peripleando*. Japón y Corea. Extraños en Oriente

*Peripleando: Dicese de dar vueltas alrededor del mundo dos semanas seguidas viviendo la Fórmula 1.

Vuelo Lx1709 Swiss Air. Zurich-Nueva Delhi. Estamos cruzando el mar Negro cerca de Yalta, en el lugar de destino son las 19:19 horas.

Escucho a Adele, una de esas de voz que calma el alma con su poder, heredera de la magia deshecha por el alcohol de Amy, que ya solo canta en el cielo. Esta semana ha sido dominada por la muerte. Y sus ecos aún resuenan en mi interior. Se fue el último ganador de las 500 Millas de Indianápolis y el penúltimo campeón del mundo de 250cc. Dan Wheldon y Marco Simoncelli siempre estarán en el recuerdo de los que amamos los deportes de motor, esos en los que los pilotos echan su vida a los dados del destino sólo ayudados por un talento sobrenatural para ir en un aparato de carreras. El italiano se fue dejando un vacío increíble en aquellos que le conocieron, se ha marchado ese que siempre muere en las películas, no era el mejor, pero era muy bueno, era especial, distinto y eso siempre dejan este mundo antes de tiempo. Quizá porque necesitan menos tiempo para dejar huella, pera que se les recuerde, para que los demás les echen en falta, quizá por la magia... Ellos ya vuelan por el cielo. Sí, estoy seguro de que existe. Cada uno tiene el suyo, sea como fuera, sea donde sea, hay algo más allá. O quizá volvamos aquí. Quien sabe...

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El viaje a India es uno de los más emocionantes de este año. Ya estoy dentro. Hace días, quizá incluso sin prestar la atención debida a los que la merecen cuando estoy en Madrid, pero a veces es inevitable. Lucho contra eso también. A veces lo consigo. Pero antes de India la F-1 ha completado su segundo periplo del año, el más impactante. Japón y Corea. Los periodistas que formamos esta tribu de las carreras, cada vez más pequeña por la crisis económica y de resultados, llamamos periplo cuando hay dos grandes premios consecutivos. Y esto es lo que pasó en Japón y Corea, dos países absolutamente fascinantes, pero muy distintos.


Ciertamente podría quejarme de los viajes, del cansancio, de las pocas horas que se duerme por ahí, de acostarme escribiendo y levantarme hablando, de los aviones y de cuanto se echa de menos a la familia, pero no lo haré. En primer lugar porque me siento un privilegiado por vivir este trabajo, en segundo lugar porque no me gustan los que se quejan, la vida es un instante y estamos aquí para intentar vivir, disfrutando cada momento y sólo la enfermedad debería ser capaz de teñir de gris nuestros días. Así que gracias a la vida por este tiempo...

Esta vez en Japón tuve uno de los grandes regalos del año, después de Suzuka (un lugar que parece de película de catástrofes con sus posts de la luz a cada paso) , donde viví un pequeño terremoto de casi cinco grados en las escala Richter, que apenas me despertó y descolgó el teléfono de la habitación, de la minúscula habitación de mi hotel, pude pasar un par de días en una de las ciudades más espectaculares que conozco: Tokio. Si alguna vez podéis ir, por favor hacedlo. Ahora suena Alicia Keys y su piano prodigioso. Únicamente ver, sentir, el cruce de Shibuya merece la pena el viaje. Es ese sitio donde confluyen a la vez cientos de personas cruzando a la vez mientras los edificios exhiben sus letreros de colores y las enormes pantallas brillan en lo alto de centros comerciales solo para mujeres o para hombres, o donde se juega al pachinko, ese extraño juego de mesa imposible de entender.

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En Tokio estuve en un gran hotel, el Prince Park Tower, junto a la torre de Tokio, una especie de imitación de la Eiffel de París pintada de rojo que en la noche es bella y en el día un amasijo de hierros. En ese hotel parecía que, en cualquier momento iba a aparecer Scarlett Johansson para enamorarse de ti en mitad de la noche. Pero no, no pasó. La habitación me vio contar las horas de la noche en algún día perdido en la ciudad. Ahora pasamos por una ciudad llamada Batumi, me acuerdo de mi amigo Warri y de ese equipo de la universidad, el Dinamo Batumi, mientras Norah Jones canta para que la quieran y enseña miradas de ángel.

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En Tokio, junto a mis colegas de la Sexta y mi amigo Miquel, descubrí la ciudad, tiendas extrañas, edificios enteros donde los videojuegos reinan, comimos la mejor pasta del mundo en el edificio Sony (según unos pocos entendidos) y cenamos en un restaurante regentado por un japonés-cubano aficionado a Ibiza en el que Tarantino se inspiró para el decorado de Kill Bill. O eso dicen. Compre bombones de Armani y vi como la gente aún llora a un Steve Jobs que, al parecer, les cambio su mundo. Mientras todo esto sucedía, Fernando Alonso paseaba su rabia de campeón destronado por la ciudad y Sebastian Vettel, nuevo bicampeón, hacía lo mismo con su felicidad. Ambos iban tranquilamente por Ginza sin que nadie reparase en que un par de leyendas del deporte mundial caminaban sobre sus pasos.

De camino a India, recuerdos de Oriente espera con voz rota cuando comenzamos la bajada desde las antiguas repúblicas soviéticas. Japón es uno de los mejores países del mundo. En el viaje leí un libro, Flores de otoño, escrito por un superviviente de la primera bomba atómica, estremece pensar en lo que sucedió allí no hace tantos años. En lo que ha pasado este mismo año con el terrible terremoto. En el Shinkasen, el primer tren de alta velocidad del planeta, vi que mi ruta terminaba en Hiroshima y estuve a punto de terminar allí. Después intenté ir a Fukushisma, pero se necesita un permiso especial si eres periodista, al parecer. Japón sobrevive, puede con todo, una isla en mitad del océano donde están algunas de la mejores cosas del mundo y con unas gentes apasionadas, dulces, amables, un paso más allá en la civilización.

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Después llegó Corea. Allí las cosas son más grises, pero es un país que se levanta, a pesar de estar dividido en dos mitades contrapuestas vestigio de un universo de dos bloques que una vez existió. En Seúl, donde inevitablemente me parece ver a Ben Johnson corriendo por las calles, está uno de los mejores aeropuertos del mundo y se pueden ver a bellas azafatas esperando a soldados dispuestos a morir por su patria quieran o no en una frontera. Allí el gran premio se disputa lejos de la capital, en un extraño lugar llamado Mokpo. La intención era revitalizar la zona, pero la crisis también golpea a los especuladores de los tigres asiáticos y donde iba a haber un circuito semiurbano con el mar acariciando la penúltima curva, las olas siguen estando lejos y solo hay un par de hoteles en el pueblo, el resto son los famosos moteles (ver:

http://blogs.as.com/manuel_franco/2011/10/en-el-adameve-motel-del-desamor.html).

Ahora es Diana Krall la que aparece en escena con su clase de rubia talentosa, un par de jubilados catalanes comen bombones suizos y delante apasionadas del yoga preparan su mente para llegar a India, aunque aún sobrevolamos el mar Caspio.

Corea fue un gran premio de recuerdos, de un pasado mejor, hace un año, con cinco pilotos peleando por el título y un español ganando y liderando un Mundial que parecía suyo, pero no lo fue. Ahora el rubio alemán domina sobre el resto de los mejores. Sin compasión. Y todos esperan ya 2012. Pero mientras llega el esperado año de la reconquista, aún quedan tres carreras para disfrutar de la F-1. Y es que más allá de resultados lo que es cierto es que este año ha sido espectacular en las carreras, muchos más adelantamientos, un piloto en estado de gracia como Vettel, un genio herido como Alonso en el mejor momento de su pilotaje con un coche de leyenda hecha pedazos, la batalla Button-Hamilton, la lucha de Alguersuari por un puesto que merece, una revelación como Sergio Pérez... tantas cosas por contar.

Desde Japón pasé por Dubai, sin dinero y con angustia, culpa mía, cerca del último aviòn conocí a unos personajes, venían de Filipinas y hace años seguían a Alonso vestidos de toreros y al Real Madrid. Me hablaron de Fernando y de la Novena. Algunos esperaban la décima. Buena gente.

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Y sobre todo los lugares. India espera y espero que sorprenda como espero. Mientras disfrutemos de la vida, en el avión alguien enciende una luz para leer su guía de Nueva Delhi, otros ríen con los locos de Las Vegas y sus dientes perdidos, alguno espera mirando al infinito y yo siento que la vida es maravillosa. Suena Viva la Vida, Coldplay gravita sobre este texto. Y es que una ve leí en un libro, creo que se llamaba La suerte de mi destino, que la vida no es para pensarla sino para vivirla. Vamos allá...