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La geisha que se tiró un pedo (o casi)


Antes del fin de semana o conté que el partido que más me interesaba era el Lions-49ers. Es el único que seguí entero, sin intromisiones, sin mirar de reojo el canal ‘Red Zone’ u otro encuentro diferente. Quería empaparme de equipos revelación. Además, en ese choque sucedió un hecho que me hizo pensar.

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No sé si recordaréis una película de mediados de la pasada década que se titulaba ‘Memorias de una Geisha’, dirigida por Rob Marshall. Dio bastante que hablar porque algunas de las actrices protagonistas no eran japonesas, sino chinas. El asunto ofendió bastante tanto en Japón, donde solo imaginar que una china pueda ser geisha parece ser una aberración, como en China, donde tergiversaron el asunto e interpretaron que se degradaba a las mujeres chinas considerándolas prostitutas. Todo sonaba tan ridículo que más bien pareció una campaña viral.

Siempre me ha gustado el cine de Zhang Yimou, autor de obras maestras como ‘Sorgo Rojo’, ‘La semilla del Crisantemo’, ‘La linterna Roja’ o ‘¡Vivir!’. El cine del director chino tiene muy presente a las mujeres, que casi siempre son el centro de historias costumbristas, intimistas, muy pausadas y que provocan una cascada de sensaciones al espectador. Para disfrutarlas de verdad hay que verlas en versión original. Su musa, la maravillosa Gong Li, participaba en ‘Memorias de una geisha’ y yo sentía mucha curiosidad por ver cómo se occidentalizaba una historia que, según la promoción que se hizo en su momento, era muy respetuosa con las tradiciones japonesas y fiel con la naturaleza real del mito de las geishas, tan enigmático para nosotros. Lamentablemente, comparar a Marshall con Yimou fue una irresponsabilidad.

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La película me pareció muy cercana al bodrio. Lo que cuenta no es novedoso en absoluto y simplemente queda envuelto en un paquete de sedas, maquillajes y poses sentidas, con miradas y gestos forzados que convierten todo lo que sucede en la pantalla en una historia afectada, artificial y monótona.

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Pero bueno, cuando uno ha pagado la entrada, normalmente se arma de paciencia e intenta llegar hasta el final buscando encontrar algo positivo en la proyección. Mediada la cinta, sucedió lo que os quería comentar. El detalle que hará que nunca olvide la película. El Presidente, protagonista de la historia de amor con la geisha, está confesando a la mujer sus inquietudes y anhelos. En un momento dado, él le hace una pregunta a ella. No recuerdo a qué se refería. Lo que sí recordaré siempre es la respuesta. El plano se acercó a los ojos maquilladísimos de ella, que giró un poco la cabeza mientras la cámara bajaba por su rostro blanco y se detenía frente a sus labios rojos, pintados con formas jugosas. Ella abría la boca de modo sensual y decía, como en un suspiro: “para nada”.

¡Con dos cojones! “¡Para nada!” Una geisha de principios del siglo XX, toda emperifollada, le suela al presidente un “para nada” mientras la cámara, atiborrada de filtros, busca crear una atmósfera sensual e hipnótica. Se me escapó una carcajada descomunal. No pude evitarlo. Me imaginé a la tal geisha tirándose un sonoro pedo, dándole un corte de mangas a su interlocutor y despidiéndose con un “que te vaya bonito, que yo me voy a la pelu”.

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Eso me pasa por no ver las películas en versión original.

Algunos me diréis que no veis dónde está el problema. Y tenéis razón. La expresión ‘para nada’ es perfectamente correcta, pero estaréis conmigo en que su uso coloquial, cada vez más extendido, está bastante alejado de lo que se espera de una exótica geisha.

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Lo que sucedió tras la finalización del Lions-49ers me recordó la anécdota que os he contado, pero antes quiero explicar lo que me pareció el partido.

Fue magnífico y destripó bastantes de los defectos del equipo de Detroit. Para empezar, chapó para Jim Harbaugh que ha conseguido, en tiempo récord, formar un bloque sobre todo muy duro y competitivo. Los Niners ganaron la batalla con su línea defensiva, que asfixió a Stafford durante todo el choque. La secundaria también estuvo a un nivel sensacional, maniatando a los receptores que no tenían ni un centímetro de ventaja. Las coberturas fueron espectaculares. Alex Smith sigue pareciéndome un lastre, pero el plan de juego le beneficia. Frank Gore, que ya ha despertado, carga con el peso del ataque y el QB se mueve con cierta comodidad cuando el pase previsto es una diagonal corta. Cuando tiene que mirar más allá, Smith sufre y todo el equipo con él. Lo dicho, los Niners me encantaron por carácter, por defensa, por Gore, por una línea ofensiva que superó la prueba con nota y por un Crabtree que, si se decide a jugar a su nivel de una vez, puede convertirse en factor desequilibrante (aunque a estas alturas aún se olvide de posar los dos pies dentro del campo).


Por parte de los Lions, esta vez fueron ellos los que no supieron reajustarse. Tuvieron un inicio meteórico y parecía que podían resolver el choque por la vía rápida, pero poco a poco se vieron superados en casi todas las líneas.

Los de Detroit deben estar tirándose de los pelos por la lesión de Mikel Leshoure, corredor elegido en segunda ronda del draft. Jahvid Best tiene un perfil parecido al que tenía Brian Westbrook en los Eagles. Es muy peligroso saliendo al pase y corriendo por fuera, pero también es incapaz de percutir. No tiene ni envergadura, ni fuerza para hacerlo. Leshoure era la pieza que le faltaba a ese ataque para tener peligro por tierra y obligar a las defensas a cerrarse. Ahora, los Lions tienen un problema muy similar al que analizábamos hace unas semanas en los Patriots: su ataque es unidimensional. Solo son peligrosos con el pase. Eso está provocando que las defensas cada vez se ajusten mejor y les pongan las cosas más difíciles.

El segundo problema de Detroit es su línea ofensiva. Está sufriendo cada vez más para proteger a Stafford. Las defensas pueden presionarla sin miedo pues saben que no serán quemadas por el backfield rival. Además, Stafford no es Brady. El de los Patriots parece una estatua, pero se mueve en el pocket con mucha habilidad, con sus famosos pasos hacia delante, para evitar el sack sin perder nunca de vista a sus receptores. Otros, como Rodgers, salen de pocket cuando están en peligro, pero buscando siempre sus opciones de pase. Cuando Stafford ve llegar la presión huye por su vida. Se da la vuelta, se encoge, se retuerce y, sobre todo, deja de mirar a quién pasar. Esa prevención le hace perder unos instantes preciosos y no le libra del golpe. Es un QB joven que aún debe crecer, pero creo que comienza a echar de menos los años de aprendizaje. Ya os he comentado que tampoco me gusta su falta de precisión cuando pasa apurado. Con los pies bien plantados y con tiempo es letal, pero Bledsoe o Kerry Collins también eran geniales y su tendencia a protegerse destruyó sus carreras. Entiendo que los antecedentes de lesiones afectan a Stafford, pero debe superar ese problema.


Un último detalle antes de entrar en el asunto de la geisha. Nate Burleson repitió la famosa recepción de Calvin Johnson el año pasado frente a Chicago. También fue revisada y la decisión final fue exactamente la contraria que en 2010. Dos pies posados, posesión clara y pérdida posterior; la de Calvin por intentar hacer la peonza con el balón, la de Burleson por tropezarse con las redes del field goal. Podrán matrizar lo que quieran, y darle mil vueltas, para intentar convencernos de que son casos diferentes, pero se parecen como dos gotas de agua. El caso es una muestra más de un problema recurrente. De un par de años a esta parte los criterios arbitrales en la NFL se están desmadrando como nunca había sucedido. Conclusión, los arbitrajes están siendo peores que nunca. Aún estoy escandalizado por la sanción a Urlacher la semana pasada por un ‘hombro contra hombro’ interpretado como ‘casco contra casco’ que terminó siendo decisivo.

Y ahora, lo que os quería contar.

Jim Harbaugh se puso como loco tras la victoria. Comprensible. Fue celebrando el éxito por todo el campo como si hubiera conquistado el anillo. También comprensible e incluso bueno. Es una muestra de la confianza y compenetración que ha conseguido en pocos meses con su plantilla. Pero cuando estaba a diez pasos de Jim Schwartz, debió recomponer la figura, darle la mano con educación y respeto, felicitarle por el partido y retirarse de forma honorable. Eso es football americano. O eso me contaron. Harbaugh hizo lo que se hace en el fútbol europeo. Se acercó al entrenador rival y le restregó la derrota por lo morros con un apretón desconsiderado y una palmada en las espalda inaceptable. Él mismo se dio cuenta al instante y huyó sin tanto entusiasmo hacia el vestuario, consciente de la cagada. Schwartz no estuvo mucho mejor. Se fue a por él exigiendo primero una disculpa y esgrimiendo después una bofetada, que por suerte no tuvo oportunidad de dar.

Ambos se disculparon inmediatamente, pero el suceso es más que un síntoma. Como sucede con el ‘para nada’, su uso no es incorrecto, todo lo contrario. Lo que hay que plantearse es si el lugar es el idóneo.

Hay cosas que hay que proteger. La caballerosidad en la NFL es una de ellas. El aura de misterio de una geisha es otra.

mtovarnfl@yahoo.es / twitter: @mtovarnfl